fumar
PRINCESAS
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Las cafeterías por la mañana tienen música, es una música propia y genuina; cristal de vasos, loza de platos, la leche calentándose por la fuerza del vaporizador, el molinillo eléctrico con un motor fueraborda triturando las quebradizas y frágiles semillas tostadas del café, risas, saludos rutinarios de buenos días, periódicos que se hojean empezando por el final, monedas sobre el mostrador, noticieros monótonos en el televisor, etc.
Esa música es exactamente igual en todas las cafeterías del mundo. Comprobado, doy fe.
En una cafetería de Madrid hay dos mujeres conversando sosegadamente. Un negro está sentado dos mesas más allá y mira a una de ellas con deseo. Esas dos mujeres llevan la derrota tatuada en la mirada. Quizás, no estoy seguro, todavía no se han acostado. Quizás, tampoco lo sé, el desayuno que toman pudiera ser la cena.
La música, autentica y específica, las respeta; alrededor de las dos mujeres se levanta una cápsula invisible donde esa música se rebaja a simple rumor. Es una marginación acústica, una bulla que se hace afónica y propicia el comadreo. Zulema busca en los hombros de Cayetana unas alas, quiere descifrar sin son las biodegradables de Ícaro o las incombustibles del ave Fénix. Y Cayetana… Caye envidia las tetas de Zulema; dinero, bisturí y silicona es la automedicación que Cayetana se ha recetado.
Ellas hablan de cosas del trabajo. Cayetana dice que por el culo en contadas ocasiones, y tragárselo mucho menos. Zulema asiente y aprueba, ella tampoco accede al sexo anal así como así. Luego se cuentan trucos para que el cliente acabe antes. Cayetana, europea y tecnológicamente un poco más avanzada, utiliza videos porno, escenas lésbicas o hardcore, para que el tipo que tiene encima se corra más rápido. Zulema, caribeña y exótica, es más natural y podría decirse que más primitiva, con acento goloso susurra guarradas al oído del menda de turno, “papito, llénamelo de leche”. Cayetana toma nota mental de esa artimaña para futuros servicios. El resultado es el mismo: finiquitar el negocio en menos tiempo del pactado.
Las putas hablan cosas de putas, igual que los mecánicos hablan cosas de mecánicos, o los dentistas hablan de cosas de dentistas.
Caye continúa el dialogo hasta que se convierte en un monólogo, No, mejor dicho, en una reflexión. Una reflexión con sus perogrulladas y sus contradicciones.
“¿Es rara, no?
La nostalgia…
Porque tener nostalgia en sí no es malo, eso es que te han pasado cosas buenas y las echas de menos.
Yo por ejemplo no tengo nostalgia de nada, porque nunca me ha pasado nada tan bueno como para poder echarlo de menos… eso sí que es una putada.
¿Se podrá tener nostalgia de algo que aún no te ha pasado?
Porque a mí a veces me pasa.
Me pasa que me imagino como van a ser las cosas, con los chicos por ejemplo, o con la vida en general…
Y luego me da peno cuando me acuerdo de lo bonitas que iban a ser, porque iban a ser preciosas…
Y luego cuando lo pienso me da nostalgia, cuando me doy cuenta de que aún no han pasado y que a lo mejor no pasan nunca…”
Texto y dialogo/monólogo extraídos de la película Princesas, de Fernando León de Aranoa, (2005), con las dos prostitutas interpretadas por Candela Peña (Cayetana) y Micaela Nevárez (Zulema)
SUEÑOS DESORDENADOS
a Celia
Amanece de mala gana sobre la ciudad. El puerto y la zona sur de la Diagonal están desiertos, como un polígono industrial en domingo. Ellos caminan sin hablar, él por la calzada, ella por la acera, así ambos parecen de la misma estatura. De madrugada los pasos tienen música: jazz en el rumor de los zapatos sin cordones de él, blues en el eco místico de los tacones de ella. A veces el meñique de sus manos contrarias se roza un instante e inmediatamente ambos las retiran. Él sueña con historias que nunca han sido escritas y ella sueña con besos de vodka. El fuma deconstruyendo finas columnas de humo por la nariz y ella recuerda mentiras de azúcar y regaliz de otros hombres.
– ¿tú sabes lo que es la soledad?
-Sí. Cargar una escopeta con dos cartuchos y disparar con los ojos vendados.
Una bandada de palomas sobrevuela sus cabezas llevando entre las plumas de las alas el murmullo de tempestades vencidas. Alguien se acerca pedaleando por el carril bici, “Me amo” de Love of Lesbian le acompaña en su ritmo; una adolescente vomita borracha sobre la alcantarilla, bajo sus pies, en las cloacas, se esconde el sapo que no ha podido reconvertir en príncipe.
– ¿tú sabes lo que es el amor?
-Sí. Quitarse la venda y disparar apuntándose en el pecho.
Pronto la calle se llenará de bostezos clónicos, de autobuses saturados de tristeza, de flores envueltas en papel de aluminio, de ángeles monoteístas, de llantos de niño, de esperanzas anestesiadas. Ellos siguen caminando con mucho cuidado de no tocarse las manos. Él sueña con encontrar el valor para meterse en un portal a obscuras y comerle la boca, ella sueña con dominar el idioma de los signos, para dibujarle con gestos en el aire las palabras que todavía no se han inventado.
-Para ti todo se reduce a disparar…
– Sí. Tristemente sí …
—No es por casualidad que los diálogos sean anónimos, que no sepamos ni quién pregunta ni quién responde; porque como bien dice Amaranta : las casualidades son una mierda.—
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YO ODIO A BRUCE WILLIS
Bruce Willis cae bien a todo el mundo pero yo le profeso odio.
Lo odio porque nunca se acatarra aunque se bañe en cueros en medio del Antártico. Lo odio porque tipos con puños galvanizados le dan la de dios es cristo y poco después reaparece guapetón y recién afeitado. Lo odio porque se tiró a Demi Moore en su mejor época. Lo odio porque envejece bien el muy cabrón. Lo odio porque en las entrevistas sabe quedar convincente diciendo que no le interesa el dinero. ¡Ya! Y yo me lo creo; por eso continúa jugando sobre seguro, por eso continúa interpretando a John McClane en la saga Die Hard (Jungla de Cristal). Lo odio.
Pero mi odio va más allá de desearle un simple prurito anal.
Quiero y anhelo que algún guionista sea capaz de hacérselas pasar putas en su próxima peli. Debería ir al baño ocho o diez veces durante las dos horas que está en pantalla, para que podamos comprobar que su próstata le jode igual a él que a cualquier sesentón. Debería padecer la típica presbicia de su edad y equivocarse a la hora de cortar el cable rojo que desactiva una bomba en el último segundo. Debería dejar de ser tan superhéroe.
Sigamos con la bomba, que me ha gustado:
[SITUACION – EXTERIOR DIA]
Un tipo -terrorista de origen árabe, o un antiguo enemigo de otra peli, o quizás un chalado defensor de causas inverosímiles- coloca una bomba en un colegio del estado norteamericano de Minnesota (Michigan, Missouri o Mississippi también podrían ser posibles escenarios, me gustan los nombres de esos sitios). Un reloj digital sobre el artefacto explosivo inicia la cuenta atrás. Crudo Invierno. Carreteras nevadas. El equipo policial de desactivación se queda atascado por una avería de su todoterreno a dos kilómetros. El fatídico contador sigue abreviando los segundos. Bruce Willis, sin pensarlo y en mangas de camisa, se lanza hacia la escuela metiéndose hasta la cintura entre la nieve helada. Antes de llegar a la escuela hay una gatito atrapado en lo alto de un árbol. Una mujer, gordita, gringa, repelente, llora desconsolada. Él se detiene a rescatar al minino, sabe que tiene tiempo de sobra, sabe que desactivará la bomba en el último instante, ya lo ha hecho otras veces, en otras películas.
[SITUACION – INTERIOR DIA]
Por fin dentro del colegio. Una maestra y quince niños de entre seis y doce años. La maestra -rubia de tetas escasas y apellido irlandés, o morena de sonrisa perfecta y acento mexicano- casualmente había sido su novia en el primer año de universidad, después se perdieron el rastro porque Bruce estaba ocupado poniendo orden en el mundo con métodos poco ortodoxos. Los niños –hijos casi todos de padres divorciados que han olvidado ir a recogerlos- se reparten así: cinco rubios, cuatro morenos, dos afros, un hispano, un mohicano, una asiática y una pelirroja con brakets en los dientes. En cualquier aula de Minneapolis sería la proporción correcta, en pantalla hay que respetar las cuotas minoritarias.
Después de un flash-back rememorando dulces momentos con la rubia de tetas escasas o con la morena de sonrisa perfecta, después de calmar a los niños haciéndoles el viejo truco de sacarles una moneda detrás de la oreja, después de mirar a través de la ventana por si llegan los artificieros (que saben inutilizar bombas nucleares pero no son capaces de hacerle el puente a cualquier camioneta que se encuentren). Después de todas estas simplezas se pone manos a la obra. Bruce sabe que es fácil. Únicamente ha de cortar el cable rojo, o cortar el cable azul si el capitán le dice por el intercomunicador que corte el rojo. Abre la bomba y el guionista me hace el favor de poner cuarenta y ocho cables, todos rojos. El fatídico segundero apura el margen de maniobra. Bruce no sabe qué hacer, mira el reloj, mira a la rubia de tetas escasas o la morena de sonrisa perfecta, mira a los niños, todos calladitos, expectantes, confiados, sonrientes. Solamente tiene una opción, la más dramática, la más segura (segundo favor del guionista): Bruce sale corriendo del edificio con el tiempo justo para llegar afuera (salvándose cobardemente) y ver como el colegio explota en mil pedazos. Mueren los niños, muere la maestra, muere un bedel dormilón que estaba escondido en el sótano, muere una pareja de ancianos que viven en la casa de atrás, mueren los artificieros que han tardado media hora en hacer el mismo camino que Bruce hizo en cinco minutos, y hasta muere el gato travieso que se había vuelto a escapar para subirse a lo alto de la bomba.
Y aquí acaba la brillante trayectoria cinematográfica de Bruce Willis.
Odio a Bruce Willis porque yo no puedo ser Bruce Willis.
Nota 1: Ándate con ojo Mel Gibson, que vas por el mismo camino que Bruce Willis, algunas de tus buenas películas se diluyen en la memoria cuando recuerdo la trilogía de Arma Letal (Lethal Weapon), te salva y a la misma vez te hunde que estás como un cencerro, que cumples todos los requisitos para naufragar tú solito (antisemitismo, homofobia, católico tradicionalista, alcohólico, fumador empedernido)
Nota 2: Admiro a Luis Tosar en Malamadre, él se hubiera meado en la bomba, hubiera hecho callar a los niños con una voz, hubiera sodomizado al bedel, a la rubia y a la morena, y después se habría fumado un cigarro habano saltándose cualquier ley antitabaco televisiva
RUTINA
AYER
Despertarse-Mear-Cagar-Ducha-Afeitar-Café
Metro-Trabajo-Discusión-Gilipollas-Café
Comer-Periódicos-Telenoticias
Conducir-Más discusión-Cerveza
Cenar-Tele-Internet-Tabaco-No follar-No dormir
HOY
Despertarse-Mear-Cagar-Ducha-Afeitar-Café
Metro-Trabajo-Conducir-Puta zona azul-Café
Menú de nueve cincuenta-Vino y gaseosa de mierda- Sin propina, cabrón
Periódicos-Internet-Tabaco-Chupito de ballantines
Cena fría-Cómo conocí a vuestra madre on line-Sherlock Holmes on line- Dexter on line- El lado obscuro del corazón por enésima vez-No dormir-Tabaco- Tele concursos para bobos-Revisar correos- No dormir
MAÑANA
Mierda-Mierda-Mierda
Mierda-Mierda-Mierda
Mierda-Mierda-Mierda
Mierda-Mierda-Mierda
Mierda-Mierda-No dormir
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LA MUJER QUE AMABA A UN PERRO
En un domicilio alquilado de cincuenta metros cuadrados no hay aguas internacionales donde eludir las batallas. En este apartamento de dos habitaciones, cocina-office y un baño, cualquier rincón es propicio para iniciar un zafarrancho de combate. Huele a queroseno y a petróleo, ya ni recordamos desde cuándo permanece flotando este olor en la casa. Solamente necesitamos algún tipo de chispa para que se inicie la combustión y todo salte por los aires.
A veces ella encuentra un viejo encendedor sin gas:
Ella –T e veo raro, estás diferente. Como si te faltara algo en la cara.
Él –¿bronceado? ¿afeitado? ¿perfumado?
Ella –No. Te falta la sonrisa.
Otras veces pulsa el interruptor del fluorescente para que el cebador percuta una pequeña descarga:
Ella –Eres parte de una película. De mi película.
Él –¿King Kong? ¿Sin City? ¿Alguna mierda del Almodóvar?
Ella –No. Titanic. Eres el iceberg. Gélido, silente, nocturno, traicionero, cabrón, ingrato, insensible.
Pero más tarde o más temprano encontrará un lanzallamas escondido bajo toneladas de papel, de monstruos y de recuerdos. Por la única ventana empezará a salir humo y alguien avisará a los bomberos:
Ella –Eres como un animal. Mi animal.
Él –¿un jaguar, un leopardo, un tigre de bengala?
Ella –No. Un perro.
Él – ¿…?
Ella – Un puto perro callejero. Un perro que ladra a todas las perras, un perro que sólo me muerde a mí, a la mano que lo acaricia. Un perro que me tiene harta. Harta de que se pase los días sentado frente a la playa, sin hacer nada más que fumar y mirar las olas, ¡como si hubiese algo al otro lado, JÁ!
Harta de que se pase las noches sentado frente a la pantalla y el teclado, leyendo no se qué mierdas y escribiendo otras mierdas más grandes todavía.
Harta de su única justificación: que estás en un proceso constante y eterno de la búsqueda de la felicidad. ME TIENES HASTA EL MOÑO DE TU INFELICIDAD Y DE TUS GILIPOLLECES.
Eres un perro que callejea continuamente por las ciudades y luego vuelve lloriqueando hasta aquí, hasta mí. Vuelve herido, roto, contaminado. Un perro que olisquea el culo de otras perras buscando alguna que esté en celo, y mientras tanto yo me quedo más sola que la una, esperándote. Un perro que se queda prendado de lo que sea, de una risa, de una mirada, de un acento, de una palabra. ¡Te ha pasado y te pasará siempre! Me tienes hasta los mismísimos ovarios de tus huidas y de tus regresos.
Dices que eres pequeño, insignificante, que tus cosas no deberían afectarme tanto, que soy una dramática. ¡PERO QUÉ HUEVÓN ERES! Para mi eres grande, muy grande, el más grande hijodeputa que haya conocido. En tan solo unas horas eres capaz de licuar mi universo balbuceando palabras bajito y al oído, después cuentas uno a uno todos los poros de mi piel, te haces cíclope y unicornio entre mis piernas, y por último cortas las cuerdas a mi paracaídas. O como tú escribirías con esa manía tuya de asemejar la prosa al lenguaje oral: «En un mismo día me comes la oreja con tus historias, me follas como te da la gana y después me tiras rodando por entre la mierda a un barranco sin fondo«. PARA HACER TODO ESO HAY QUE SER MUY GRANDE Y MUY HIJODEPUTA.
Me tienes cansada de que cuando todo va mejor entre nosotros se te encienden los ojos, se te pone dura y te vas a la otra punta del mundo sin decir nada. ¿No puedes hacer como otros?, ¿no puedes mirar porno? ¿no puedes hacerte una paja y después seguir mintiéndome? No, tú no. Lo tuyo es empezar una cacería tras otra. CABRÓN. Luego vuelves perdido y derrotado. ¡ Y TU POLLA SABE AL COÑO DE OTRA ¡ Y yo me tengo que comer esos sabores y lamer tus heridas. En un minuto cambias las mariposas de mi estómago por una bombona de butano, que me rompe las tripas, que me deflagra entre las costillas, que explosiona al ladito de mi corazón.
¿No te das cuenta de que todo eso va contra natura?
¡ un perro como tú tiene que estar con una perra como yo !
Por mucho que derritas el nombre de otra en la nieve con tu aliento, NO PUEDE SER; por mucho que te pierdas por las mesetas y te hagas sumiso escudero de otra, NO PUEDE SER; por mucho que te enganches de una loca que le tiene miedo a la lluvia, NO PUEDE SER.
¡¡ PORQUE TODAS ELLAS SON GATAS Y TU ERES PERRO !!
Un perro que se cuelga de la letra I latina, I de incierta, I de ImPaR, I de imposible. Un JODIDO perro sin pedigree, que no tiene ni quiere tener dueña, que no quiere a nadie porque no se quiere ni a sí mismo. Al final te vas a quedar solo, sin amigos ni enemigos, sin techo, sin estufa para el invierno, sin regazos ni platos. Solo, te vas a quedar solo.
Él –Tanto desdén no puede ser bueno. Tanto odio no puede ser bueno. Tanta mala leche no puede ser buena. Ni para ti ni para mí.
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Los bomberos llegaron justo a tiempo para ver todo el apartamento calcinado; en el rellano una mujer todavía sujeta el mango de un lanzallamas que eructa fogonazos. Algún vecino dijo haber visto salir corriendo escaleras abajo a un perro chamuscado.
–¿un perro? ¿de qué raza?
– No, de ninguna. Un perro de esos que nadie quiere, de esos que andan por las calles buscándose la vida entre las basuras. Un perro de esos que los golfos apedrean cuando se aburren. Un perro no más.
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Imagínate que no tenemos piel y el frío hace mordernos los dedos
Viejo texto -ahora remozado- que empezó a sobrehilvanarse en VIVA nevagando, del cual son casi tan culpables como yo LIACICE y la propia VIVA
Ella ve mares en todos los espejos,
temiendo el quebranto del cristal que los retiene,
no por los siete años de mala suerte
si no por el temor a que se vierta un océano dentro de su casa.
Los viernes hornea pasteles de chocolate, canela, matarratas.
Todo a partes iguales
para que los dolores de tripa sean dulces, aromáticos, mortales.
Antiguos amantes vienen invitados los sábados a merendar,
café crudo para los dos y un trozo generoso de pastel para mí.
La ropa se nos va cayendo por el suelo
entre sus risas y mis retortijones,
en la alcoba llueven besos y bómitos,
sudor y saña,
semen y sangre.
Al alba ella fuma un cigarrillo y yo miro, sin ver,
mi reflejo en el azogue cuarteado.
Ahora tiene un mar disgustado
batiendo las olas en el salón.
(y mi cadaver en el dormitorio)
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SALA DE LOS MORIBUNDOS
En el hospital de la montaña hay una planta entera donde a los hipocondriacos, y a los desahuciados, les rellenan el frasco del gota a gota con agua caliente del grifo, dicen que no vale la pena hacerles felices.
Me colé en la sala de los moribundos buscando un rincón donde escupir los herrumbres de tanto café de máquina. Las enfermeras barrían los pulmones del viejo de la 107, que ayer los tosió tras la puerta. Vendajes y apósitos por el suelo.
El taxista loco de la 201 dejó que el hombre que violó a su hijo viviera doce años y un día, justo el tiempo que lo condenó la justicia, después lo arrolló con su viejo taxi, un supermirafiori 1500. Lo atropelló en la calle Entenza esquina Rosellón, al salir de la Modelo; ahora vive a pensión completa en la sala de los moribundos, su historial médico indica que está loco, que se quiere matar en su taxi, licencia número 1967.
Los borrachitos de la planta de abajo vienen a ver a los bronquíticos, unos esperan un hígado de recambio, otros llevan atada a la espalda una botella vacía de oxigeno. Organizan timbas de julepe en los descansillos del ascensor, se juegan una copa de anís o un par cigarrillos Winston paquete blando. Pero desde que murió el asmático de Lorenzo apuestan sin mucha ilusión, les abandonó antes de pagar la deuda etílica que tenía con el cirrótico de la 369.
Vicentico Pérez y Celia Cruz siguen cantando sus vasos vacíos en el mp3 de la enfermera, y se olvida completamente de que es la hora de repartir el veneno de las 22’30h.
( Defecto reconocido: quiero abolir los impuestos del tabaco y del alcohol, patrocinan lo que peor funciona en este país: sanidad, cultura, derechos sociales )
INSOMNIO
Ya sé que miles de cigarrillos Winston, o las noches eternas de gintonics y amaretos, me llevarán de cabeza a la tumba. Pero estoy negociando, con quien corresponda, cambiar mi muerte por la cadena perpetua de tu insomnio, trocar mi hora final con tus horas nocturnas interminables. Buscaré el mejor trepanador egipcio, haré que hurgue con su berbiquí en un punto exacto de mi hipocampo, justo allí donde se regulan los horarios del sueño. Luego cauterizaré con salmuera mis sesos para evitar septicemias, sellaré mi cráneo con substancias irreversibles, y dejaré de dormir para siempre.
¡¡ Anda, mira qué bien !!, al final no me ha hecho falta recurrir a la cirugía ancestral. Tú ya me has contagiado. No sé si mezclaste la falta de sueño entre tu risa, entre la saliva dulce de algún beso o entre las hebras infinitas de tu melena, pero el caso es que ya no duermo.
Los días son largos pero las noches no hay quien se las apure, son transoceánicas. Todo el silencio del mundo me rodea, pero cualquier pequeño sonido me llega como un cañonazo al centro del cuerpo: el goteo de un grifo eterno, la sirena lejana y maldiciente de una ambulancia, el rumor de un colchón agitado por unos que están follando en las antípodas, el imperceptible y oxidado chirriar del eje del planeta; ahora mismo está lloviendo en Macondo, lo sé, lo oigo.
Soy como esos tigres del zoo, encerrados en una pequeña jaula de cuatro metros, caminando de un lado a otro, incansablemente, toda la vida, con la mirada siempre en un punto fijo. Así estoy yo, recorriendo la habitación de pared a pared, descalzo para no molestar al vecino de abajo, desnudo para no escuchar el roce de la ropa, con la mirada siempre en la cristalera, esperando a que la ciudad se despierte y me acompañe en mi insomnio.
Los gatos se cansarán de maullar a la luna y yo seguiré en mi ventana, espiándolos, viendo como se dispersan al clarear el alba.
Mil años después los médicos seguirán sin creer que el insomnio sea infeccioso. Yo soy la prueba viviente, y sin sueño, de su incredulidad.