melena
DOÑA MARINA (Malinalli Tenépatl)
MALINCHE
Anoche reuní a todos los hombres del mundo en mi casa, eran muchos más de los esperados. Algunos se quedaron en la entreplanta, otros se tuvieron que esperar por las calles.
Reuní a todos, a los listos y a los tontos, a los guapos y a los feos, a los altos y a los bajos, a los que dicen que la tienen grande y a los que se prueban braguitas de mujer, a los que tienen seis dedos y a los que les falta cerebro, a los que no se afeitan y a los que se pintan los ojos. A todos.
Les pedí que me hicieran el favor de no robarme a mi Malinche. Les hablé de su pelo largo, de sus ojos de gata, del secreto de sus tetas.
Dialogaron entre ellos y decidieron por unanimidad (y esto es bien difícil entre tantas toneladas de testosterona) que sí, que de acuerdo, que no me la robarían. Como argumento les dije que ahora tengo dificultades tecnológicas, dificultades laborales, etc., etc. Supongo que me comprendieron o que me vieron muy apurado, no sé.
Pero entre tanto macho allí reunido siempre tiene que haber algún Judas cabrón, fue ese mismo el que preguntó: ¿y si la Malinche decide dejarse robar? Yo me encogí de hombros, ahí no se puede hacer nada.
Dos semanas después mi Malinche se fugó con Judas.
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MALINTZIN
Anoche reuní a todos los hombres del mundo en mi casa, eran muchos más de los esperados. Algunos se quedaron en la entreplanta, otros se tuvieron que esperar por las calles.
Reuní a todos, a los listos y a los tontos, a los guapos y a los feos, a los altos y a los bajos, a los que dicen que la tienen grande y a los que se prueban braguitas de mujer, a los que tienen seis dedos y a los que les falta cerebro, a los que no se afeitan y a los que se pintan los ojos. A todos.
Les pedí que me hicieran el favor de no robarme a mi Malintzin. Les hablé de su pelo largo, de sus ojos de gata, del secreto de sus tetas.
Los hombres cuando se trata de retos imposibles, de empresas surrealistas, se tiran de cabeza sin medir las consecuencias. Decidieron apoyarme, juraron corporativismo a muerte por mí. Como argumento les dije que ahora tengo dificultades tecnológicas, dificultades laborales, etc., etc. Supongo que me comprendieron o que me vieron muy apurado, no sé.
Dos semanas después vi a mi Malintzin besarse con Ixchel, una lasciva princesa maya. Yo no había tenido en cuenta a la otra mitad de la población mundial.
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INSOMNIO
Ya sé que miles de cigarrillos Winston, o las noches eternas de gintonics y amaretos, me llevarán de cabeza a la tumba. Pero estoy negociando, con quien corresponda, cambiar mi muerte por la cadena perpetua de tu insomnio, trocar mi hora final con tus horas nocturnas interminables. Buscaré el mejor trepanador egipcio, haré que hurgue con su berbiquí en un punto exacto de mi hipocampo, justo allí donde se regulan los horarios del sueño. Luego cauterizaré con salmuera mis sesos para evitar septicemias, sellaré mi cráneo con substancias irreversibles, y dejaré de dormir para siempre.
¡¡ Anda, mira qué bien !!, al final no me ha hecho falta recurrir a la cirugía ancestral. Tú ya me has contagiado. No sé si mezclaste la falta de sueño entre tu risa, entre la saliva dulce de algún beso o entre las hebras infinitas de tu melena, pero el caso es que ya no duermo.
Los días son largos pero las noches no hay quien se las apure, son transoceánicas. Todo el silencio del mundo me rodea, pero cualquier pequeño sonido me llega como un cañonazo al centro del cuerpo: el goteo de un grifo eterno, la sirena lejana y maldiciente de una ambulancia, el rumor de un colchón agitado por unos que están follando en las antípodas, el imperceptible y oxidado chirriar del eje del planeta; ahora mismo está lloviendo en Macondo, lo sé, lo oigo.
Soy como esos tigres del zoo, encerrados en una pequeña jaula de cuatro metros, caminando de un lado a otro, incansablemente, toda la vida, con la mirada siempre en un punto fijo. Así estoy yo, recorriendo la habitación de pared a pared, descalzo para no molestar al vecino de abajo, desnudo para no escuchar el roce de la ropa, con la mirada siempre en la cristalera, esperando a que la ciudad se despierte y me acompañe en mi insomnio.
Los gatos se cansarán de maullar a la luna y yo seguiré en mi ventana, espiándolos, viendo como se dispersan al clarear el alba.
Mil años después los médicos seguirán sin creer que el insomnio sea infeccioso. Yo soy la prueba viviente, y sin sueño, de su incredulidad.