“Dices que no me entiendes cuando te hablo, que siempre llevo la conversación hacia temas que no te interesan. Dices que somos incompatibles, que no tenemos los mismos gustos, los mismos sentimientos; y NO es cierto, porque aunque únicamente sea cuando hago/hacemos uso de nuestras lenguas es cuando realmente nos comunicamos. Es en esos momentos cuando recito todas las palabras que quieres escuchar; directamente a tus labios, a todos tus labios.”
Esto lo escribí pocos días después de dejarme, dejarte, dejarlo, hace ya tanto tiempo. Hoy nos hemos cruzado en el parking del IKEA, bajo la sombra rojiza y sinuosa de la torre de Toyo Ito, pero no me he sorprendido. Sé que lo más lógico del mundo es cruzarse con personas a las que no quieres volver a ver. Me has dicho que no vienes a comprar, solo a observar las tendencias de este otoño. No sé qué ideas puedes copiar de un sitio que te vende un armario ropero desmontado y empaquetado, que tienes que resolver un sudoku cada vez que lees las instrucciones, que para hacer una reclamación de alto nivel tienes que aprender un idioma nórdico.
Pre-Momento absurdo:
Tú: divina como siempre; yo: mucho menos. Tú: jovial como siempre; yo: ausente como en aquellos tiempos.
Tu vida en un minuto: casada con un marido de corbata y ex fumador por ley, niños en clases de música, el gimnasio a días alternos, coleccionista de foulards y de biquinis, osito de Tous en el cuello y pulsera de Pandora en la muñeca.
Mi vida durante ese minuto: vigilando mi vieja scooter que está aparcada en doble fila taponando tu Mini de dos colores, esperando que acabe esta conversación para poder volver a estar ausente de ti, otra vez.
Post-Momento crítico:
En tu despedida el cordial olvido de siempre:
–Nos vemos, (dónde?, cuándo?)
-Nos llamamos, (pero si ya borramos nuestros teléfonos)
– sí, sí, (no, no)
– ¡ cuídate ¡ (de qué?, de quién?).
Luego dos besos, uno por mejilla, -mas que besos han sido picotazos para evitar que se te pierda ese carmín azul-, pero en el último giro de cabeza, a un centímetro de mi oído, inundándome las pituitarias de aromas pretéritos, me has susurrado: todavía recuerdo tus palabras, todas tus palabras, mi marido no me habla igual…
Esta noche sigo pensando a qué palabras te refieres: ¿a las que nunca entendiste, o las que te dije sin sonidos, exclusivamente con la lengua?
Mañana me castigaré escuchando varias veces a Quique González cantando aquel verso: peor que el olvido fue volverte a ver.