OPEN LETTER

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A los hombres cuando nacen se les tatúa en algún lugar bien  recóndito del alma: ‘la mujer de tu vida está en tal sitio; anda, apúrate, ve a buscarla, se te va a escapar.

 

Te aviso desde ya que no soy un motor fueraborda, que más bien voy tirando al ralentí como un diésel; lento, seguro, obstinado. Aunque a veces se me enciende el turbo cuando imagino un desembarco bajo tus faldas. Pero te juro que este motor, machucho y rodado, hará que te tiemble hasta el lacito de las bragas.

La verdad es que no me importa que no estés loca, ya he tenido mi ración particular de locas del coño en mis travesías. No me importa porque tú eres una bahía en permanente calma chicha y yo solamente soy un piélago malmandado.

Menos aun me importaría que no tuvieras unas tetas del quince porque yo tampoco tengo un rabo del veintitrés. Ni que tus orejas se vean perfectas con pendientes desparejados. Ni que me desarmes con una media sonrisa y un cuarto de mirada.

Me dará más de lo mismo que la vida siga siendo una sucesión de ir esquivando hijoputas, siempre y cuando me ayudes amarrando trinquetes en este interminable cabotaje.

Harto de estar harto y harto de comenzar escribiendo siempre la misma frase en mi cuaderno de bitácora: tengo miedo al naufragio. Sin embargo me estás enseñando a nadar sin perder de vista el oleaje.

Mas ahora que todo hace aguas, a babor, a estribor, y hasta por los grifos secos. Ahora que ya no tengo naves a las que prender fuego ni salvavidas donde asirme. Ahora he aprendido a decirte al oído la palabra mariposa en diez idiomas, cosa que nunca hice por nadie: papallona, farfalla, tximeleta, pillangó, paruparo, serurubele, borboleta, lolo, fluture, babochka.

Creo que por fin he aprendido a leer el astrolabio de mi tatuaje.

 

HE SOÑADO CON TUS LEONES



He soñado con leones salvajes jugueteando como gatitos domésticos, y merendarse una oveja al caer la tarde.

 

He soñado con un García Márquez nonagenario y rebelde que venía a corregirme los cuadernos escolares, a tacharme todas las haches y todas las gringadas que encontraba.

 

He soñado con hombres que poseen su propio trocito de selva en el patio trasero de la casa, como quien tiene un terrario con dos culebras en una esquina del salón.

 

He soñado con un Oliverio Girondo en pijama hospitalario que me negaba el esquema original del resorte que eliminaría de mi cama a las mujeres incapaces de aprender a volar.

 

He soñado con cuatro generaciones de guajiras discutiendo al unísono, y en la misma cocina, cómo quitarle el mal genio a un sancocho, o de qué manera maquillar las tristezas de una arepa.

 

He soñado con ser juez y parte en un duelo infinito al amanecer; dos ciegos de bourbon y fracasos disparándose palabras a matar.

 

Primera andanada:

J.S. — No hay ni una sola historia de amor que tenga un final feliz. Si es amor, no tendrá final. Y si lo tiene, no será feliz.

C.B. —  ¿Amor? Vamos, hombre, la gente no quiere amor; la gente quiere triunfar, y una de las cosas en las que puede hacerlo es en el amor.

 

Segunda andanada:

J.S. — El asesino sabe más de amor que el poeta.

C.B. — Entonces encuentra lo que amas y deja que te mate.

 

He soñado con los quinientos afluentes del río Magdalena desbordándose y anegando las catacumbas de la Sagrada Familia en Barcelona, reflotando el cadáver incorrupto de aquel borracho de fe católica que era Gaudí, entre los maderos astillados de algún galeón naufragado, entre bocachicos desorientados en esta parte del hemisferio, entre fango, zurrapa y pan de oro.

 

He soñado que te soñaba, o que tenía el hipocampo cauterizado para no olvidarte, o que tenía barra libre de Jägermeister en todos los garitos de Gràcia, y que no todo ello era compatible.

 

Si abro la puerta y hay una mujer, entonces afirmo que existe la realidad.

Aldo Pellegrini

 

 

 

LAS ROSAS NO TIENEN JAQUECA

 

Ella atrae ciclones y tornados, y él tiene una tempestad dentro del pecho que no amaina.

Ella es una mujer duna, sigilosa y pacífica, y él es un hombre viento, aéreo e inseguro.

Conjugados serían una tormenta de arena.

 

Él es de esos tipos a los que no les gusta perder el tiempo en cosas fútiles, tales como beber hierbas cocidas o peinarse por las mañanas. Por eso toma café amargo y se corta el pelo cada dos por tres. En su barrio las barberías de toda la vida han ido falleciendo una a una, lenta pero inexorablemente. La culpa es de las peluquerías chinas que han arrasado como una plaga bíblica toda la periferia de Barcelona. Tiene su lógica: una chinita de mirada desorientada afeita una barba, da una limada de uñas y acaba con un triste final feliz chupándola por un precio ambiguo y negociable.

 

Ella es de esas mujeres que nunca responde a las preguntas, pero en cambio nunca renuncia a ellas, es como el Principito. Además no quiere estar al tanto ni del cómo ni del cuándo, todo lo reduce a la causalidad, al porqué. No concibe vivir lejos del mar y cierra los ojos cuando se ríe; ha conseguido descifrar el secreto de mantener la risa,  es bien fácil: cierra los ojos para no ver toda la mierda que nos rodea, así se puede concentrar en reírse de la vida.

 

Él mudó de barrio únicamente para encontrar un sitio donde le corten el pelo bien y a tijera, porque le tiene un pánico terrible a esas maquinillas eléctricas que se pasean por el cráneo con doscientos veinte voltios nerviosos y un molinillo de cuchillas alborotadas. Él es de esos hombres que es capaz de tutear al diablo pero contra los artilugios automáticos de lustre corporal se rinde.

 

Ella lo recibió como a cualquier cliente de su peluquería: conversación de compromiso, información básica del estilo de corte, hoy no va a llover, etc., y lo hizo pasar al lavadero de cabezas. Él aceptaba todas y cada una de las instrucciones, no reprobaba nada. Entró en el primer sitio que vio limpio y con un rótulo legible, simplemente quería que alguien de su mismo idioma le cortara el pelo y punto.

 

Fue sentarse en la silla y recibir el chorro de agua tibia en la cabeza cuando todo empezó a cambiar. Las manos de ella empezaron a recorrer el cuero cabelludo, los dedos separaban las hebras del cabello, masajeaban todos y cada uno de los folículos capilares, amasaban los mechones como si fueran harina y melaza, con sus movimientos ondulantes provocaba mareas y corrientes en el mar de pelo enjabonado, y lo mejor de todo fue experimentar aquellas sensaciones exclusivamente con unas manos ajenas lavándole la cabeza. La felicidad será algo parecido, fijo; tiene que ser la rehostia que te quieran y te hagan esto a menudo. Se dijo a sí mismo.

A él no le importó ni el olor a zotal del champú, ni la incomodidad de la silla, ni los reflejos en el techo de oropéndolas pretéritas.  A él le daba lo mismo que ella hubiera tenido el chocho plastificado de una Barbie sirena o el clavel reventón de Amarna Miller. A él le traería sin cuidado que ella hubiera sabido bailar como Shakira o que mantuviera conversaciones con la luna. A él solamente le importaba seguir teniendo el contacto de aquellas manos por siempre.

Los vientos errantes que recorren los océanos a veces se sienten solos y extrañan cosas así. Por eso en él se despertó un impulso animal.

 

Los animales se distinguen por la inercia de sus instintos, por no permanecer esperando el olor a humo que augura fuego.

  Se distinguen por sus costumbres nómadas, por no mantener clavados  los pies en la tierra como las flores.

 

Finalizado el arreglo de la testa él tomó prestado del mostrador un post-it y un bolígrafo mientras ella sellaba una de esas tarjetas de fidelización que casi nadie guarda. Garabateó algo y lo ancló justo donde ella pudiera leerlo.

          

déjame que te invite a un café, anda

 

Ella sonreía mientras se miraba el papelito amarillo, dejó pasar unos segundos antes de levantar los ojos. Una negativa o un silencio eran dos de las tres respuestas posibles, pero simplemente alargó la jodida tarjeta de fidelización y -con el mismo tono que hubiese utilizado para indicar al próximo cliente que era su turno- dijo: Mi teléfono está aquí, en la tarjeta.

El tono era neutro, la sonrisa y la mirada no.

WhatsApp y Benedetti hicieron el resto.

 

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SUEÑOS DESORDENADOS

a Celia

Amanece de mala gana sobre la ciudad. El puerto y la zona sur de la Diagonal están desiertos, como un polígono industrial en domingo. Ellos caminan sin hablar, él por la calzada, ella por la acera, así ambos parecen de la misma estatura. De madrugada los pasos tienen música: jazz en el rumor de los zapatos sin cordones de él, blues en el eco místico de los tacones de ella. A veces el meñique de sus manos contrarias se roza un instante e inmediatamente ambos las retiran. Él sueña con historias que nunca han sido escritas y ella sueña con besos de vodka. El fuma deconstruyendo finas columnas de humo por la nariz y ella recuerda mentiras de azúcar y regaliz de otros hombres.

   – ¿tú sabes lo que es la soledad?

   -Sí.  Cargar una escopeta con dos cartuchos y disparar con los ojos vendados.

Una bandada de palomas sobrevuela sus cabezas llevando entre las plumas de las alas el murmullo de tempestades vencidas. Alguien se acerca pedaleando por el carril bici, “Me amo” de Love of Lesbian le acompaña en su ritmo; una adolescente vomita borracha sobre la alcantarilla, bajo sus pies, en las cloacas, se esconde el sapo que no ha podido reconvertir en príncipe.

– ¿tú sabes lo que es el amor?

                             -Sí.  Quitarse la venda y disparar apuntándose en el pecho.

Pronto la calle se llenará de bostezos clónicos, de autobuses saturados de tristeza, de flores envueltas en papel de aluminio, de ángeles monoteístas, de llantos de niño, de esperanzas anestesiadas. Ellos siguen caminando con mucho cuidado de no tocarse las manos. Él sueña con encontrar el valor para meterse en un portal a obscuras y comerle la boca, ella sueña con dominar el idioma de los signos, para dibujarle con gestos en el aire las palabras que todavía no se han inventado.

-Para ti todo se reduce a disparar…

                                     – Sí. Tristemente sí …

 

No es por casualidad que los diálogos sean anónimos, que no sepamos ni quién pregunta ni quién responde; porque como bien dice Amaranta : las casualidades son una mierda.

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ANATOMIA DE UN REMO

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Bendito sea el caos, porque es síntoma de libertad.

(Enrique Tierno Galván)

 

Todos permanecíamos sentados en aquel banco corrido de la comisaría; bueno todos no, faltaba Deolinda, pero estaba el resto de la manada: el Shin Chan, el Ukelele, los Blaumut, y yo misma, la Gata. Juntos, callados, desorientados. Un policía caminaba en línea recta a dos palmos de nosotros, muy despacio, con una mano se sujetaba la otra por detrás de la espalda y durante cinco segundos se paraba delante de cada uno para escanear mentalmente nuestra jeta. Cuando acabó con el último dio media vuelta y deshizo el camino. Aquel perro con uniforme bajó la vista al suelo y sin dirigirse a nadie en particular preguntó:

 

 -¿Cuándo coño tenéis pensado comenzar todo esto?

 

 

-EL REMO SE COMPONE DE TRES PARTES: POMO, PERTIGA Y PALA 

 

1) El pomo

 

Urbanística y socialmente parece todo muy fácil. La ciudad se divide en distritos y barrios,  la población en clases, en estratos,  y el porvenir en  etapas. MENTIRA, eso es lo que ellos desean, pero todo es muchísimo más complejo. La ciudad tiene sectores y territorios, con sus fronteras que cambian sin saber por qué, la población son tribus con jerarquías, con reglamentos. Y el futuro es una putada tras otra.

 

Además de todos esos grupos están las manadas. La manada no tiene normas ni territorio, es nómada, por eso mismo es más difícil destruirla. La manada no tiene ni código penal, ni código civil, ni leyes. Solamente existe una regla no escrita: si tú me jodes yo te jodo.

 

La ciudad por sí sola es un hábitat difícil y quienes la controlan solamente pretenden eliminar a quien no está bajo sus zarpas, y las manadas estorban; quieren exterminarnos. Les molesta que las manadas no se integren, que vayan por libre. A las manadas nos importan una mierda sus guerras de banderas o sus leyes anti-todo,  nos la trae flojísima si el/la alcaldable es un hij@deputa de traje azul o un hij@deputa de sudadera roja, nos la sopla la buenaventura del boom turístico o la sangría  salvaje de una T-mes (1), ni nos va ni nos viene que la esperanza de vida sea mayor o menor según la parada de metro donde te bajes (de Sant Gervasi  a Poble Sec pueden ser hasta diez años). Por eso mismo a veces es necesario darle una sacudida a la ciudad y ponerla del revés.

 

 

 

2) La pértiga

 

El Ukelele. Es un africano enorme, descomunal, con la fuerza de un elefante testarudo. No hace mucho que ha llegado a la manada, pero es de fiar. Camina renqueando porque el salitre marino mezclado con el queroseno de la patera donde viajó le ha dejado cuarteada la piel de los tobillos y de los pies; no puede correr. Tiene un nombre impronunciable por eso le llamamos Ukelele, años más tarde supe que esa palabra sirve para denominar a una guitarra hawaiana, pero a él le queda bien. A su madre, una senegalesa que los domingos se pone unos vestidos de flores imposibles para rezar en la iglesia animista,  la llaman la Tin iuro (diez euros) porque es lo que pide a las mamás turistas en la Barceloneta por hacerle unas trencitas de colores a las niñas, y también es lo mismo que pide a los papás turistas por chupársela en cualquier callejón detrás de la Boquería. Sé que Ukelele es de fiar porque conozco su secreto, tiene un bonsái entre las piernas a pesar de ser descendiente de zulús o de mandingos, y ese trauma le provoca un miedo terrible a quedarse desnudo y con luz frente a una mujer, por eso mismo es tan pacífico y letal, aguanta lo que le echen hasta que se levanta y te da el abrazo del oso, ese tipo de abrazos que te va dejando sin respiración y el cerebro no te permite coordinar una defensa en condiciones. A veces, pocas, cuando va muy justo de dinero, se va  a merodear por detrás del castillo de Montjuïc, siempre encuentra algún alemán  pedófilo despistado a quien darle su abrazo y robarle, el Mataleón lo llaman en el argot de los delincuentes. El Ukelele se lleva bien con los negros brasileros, con los negros haitianos, con los negros africanos, con cualquier negro.

 

 

El  Shin Chan. Es un chino de segunda generación, habla perfectamente español, catalán y mandarín. Está harto del todo a cien donde trabaja entre semana y  del restaurante japonés donde trabaja el weekend. Es un artista. De todos los que componemos la manada él es el único que sabe hacer algo creativo; con un cutter de plástico y acero sabe sacar un delfín de una zanahoria,  escribe letras capitalinas en el lomo de una sepia, hace aparecer una miniatura del Guernica en la cascara de una naranja, dibuja mapas inventados en una raja de sandía, o un croquis a mano alzada de la planta de la Sagrada Familia en un grano de arroz, sabe hacer figuras preciosistas en cualquier material comestible. Aprendió ese arte a base de decorar la guarnición de los platos del restaurante, pero se aburre de hacer siempre lo mismo. Creo que si hubiese tenido la oportunidad podría haber sido un  cirujano estético de los mejores, pero es chino y nadie se fía de los chinos.  Está en buenas relaciones con cualquier asiático de la ciudad.

 

 

 

Los Blaumut. Son dos gemelos gorditos marroquíes que no llegan a los catorce años. Un misterio rodea su nacimiento: por el volumen de la panza de su mamá -y por aquellas enigmáticas ecografías unidimensionales- todos aseguraban que de allí saldrían trillizos, pero finalmente aparecieron dos gemelos, silenciosos, de mirada azul intriga y pasados de peso. ¿Selección natural? ¿Instinto de supervivencia? ¿O quizás el augurio genético de que las pasarían putas en el mundo exterior? Nunca lo sabremos, pero yo creo que ése fue el inicio de un canibalismo encubierto: se comieron al más débil. Tienen nombres árabes muy parecidos (Mohamed y Muhammad) pero en  aquellos días estaba de moda un grupo musical llamado Blaumut y su canción del momento en youtube era pà amb oli i sal, que precisamente era el único alimento que les habíamos visto comer alguna vez. Deberían estar practicando algún Ramadán estricto y continuo, o por lo menos es lo que pensábamos, después a escondidas se pondrían ciegos a comer de todo, seguro. El primer día que llegaron se presentaron con sus nombres originales pero ante nuestra imposibilidad de recordarlos y diferenciarlos decidimos ponerles el sobrenombre de los Blaumut. De manera indistinta responden uno u otro, como si fueran un ente indivisible; ellos aceptaron el cambio de nombre de la misma manera que un ciego acepta que los colores tengan apellido: azul marino, rojo fuego, amarillo limón, verde botella. Los gemelos tienen una educación exquisita, siempre saludan y estrechan la mano, la misma mano que luego se llevan al corazón y susurran ‘salam aleikum’, sonriendo con esos ojos azul traición, aunque en realidad parece que digan ‘Te voy a arrancar los hígados para comérmelos mirando a la Meca’. Son indispensables en la relación de la manada con cualquier musulmán de la ciudad, sea del país que sea, también tienen contactos entre los hindúes, los pakis, los argelinos y en general cualquiera de piel oliva.

 

 

Deolinda. Es una gitana portuguesa y una pieza clave de la manada. Hubiera sido muy fácil ponerle un alias, cualquier apodo que hiciera referencia a su origen o a su raza  ya encajaría, pero tiene un nombre tan bonito que nadie fue capaz de imaginarse llamarla de otra manera. Ya se sabe que las gitanas son putas por naturaleza, pero eso no impidió que la aceptáramos, nadie es un santo entre nosotros. Se lleva bien con todos los clanes gitanos, desde Ciudad Meridiana a  L’Hospitalet, y desde Montbau a La Verneda, tiene lazos genéticos con los rumanos, trapichea con los rusos, se va de birras con los italianos y  habla de tú a tú con los filipinos. Deolinda es una gitana que todavía no ha parido, por eso conserva ese cuerpo voluptuoso, de caderas generosas, de tetas bailarinas, de sonrisa pícara. Deolinda siempre viste de colorines, pendientes de aro generoso, el pelo recogido en un moño alto y unos leggins de cebra, o de pantera, o de tigre, o de cualquier bicho selvático, unos leggins apretados que le hacen un culazo hipnotizador. Deolinda siempre va por su cuenta, sin más compañía que sus problemas, pero supe desde que la vi que nos hacían falta sus contactos para iniciar la tormenta del caos. Una noche de  tequilas sin limón y porros de amapolas saharauis hice lo que ya hacía mucho tiempo que tenía ganas, en un descuido de risas químicas metí mi lengua en su boca y mis dedos por delante de sus leggins, empecé a jugar con todos sus labios, cuando conseguí que sus humedades, tanto las de arriba como las de abajo, fuesen magma a punto de desbordarse entonces paré; me dijo de todo: guarra, calientachochos, puta, etc. Pero a partir de aquel día la tenía rendida. Son trucos de gata escarmentada.

 

 

 

Yo, la Gata. De mí debería hablar otro, solamente decir que no me gusta la cocacola, ni los peluches, ni pagar por cosas que deberían ser gratis. Que llevo el cabello corto y mis senos son pequeños, ambos pinchan si los acaricias a contrapelo. Que me gustan los helados de stratcciatella y meterme en la cama con personas complejas (lleven falda o pantalón). Que tengo sangre felina desde pequeñita, que salto y muerdo y araño antes de que el otro lo haga. Que no soy fiel pero tampoco traicionera. Que nunca tengo un plan B y por eso me doy de cabeza continuamente. Y que esta ciudad, o mejor dicho, la gente que la habita se merecen una segunda oportunidad. A mí me respetan los dominicanos, los colombianos, los ecuatorianos, los latinos, todos; saben que no soy como ellos pero podría serlo. Yo soy la encargada de pronunciar la palabra clave para que la ciudad sufra un tsunami de rebeldía

 

 

3) La pala

 

Si las cosas se hacen cuando toca es fácil que salgan bien. No hay que atacar a las instituciones, quemar un Starbucks o apedrear un Zara no sirve de nada. El Parlament, La Caixa o la Torre Agbar simplemente son edificios, simplemente son máquinas para hacer dinero. La gente es la que logra que funcionen sus engranajes, hay que evitar que la gente llegue hasta ellas, hay que evitar que nadie esté en su sitio, hay que evitar que el capital genere más capital. Hay que paralizar la ciudad.

 

Podría ser así:

 

Tiraremos sacos de yeso por los puentes que cruzan la Ronda de Dalt y la Ronda Litoral, leves accidentes de tráfico provocarán trombosis en esas dos arterias. Los africanos se pueden encargar, son fuertes y no tienen mucha conciencia del mal.

 

Ataremos cadenas entre dos farolas de calles estrechas en Gracia, Lesseps, Ciutat Vella y Arc de Triomf. Serán ratoneras para el transporte rodado. Ya tendremos micro infartos en varios puntos de difícil acceso. Los chinos pueden hacerlo, son discretos.

 

Prenderemos fuego a contenedores de basura en el Eixample, en Sants y en Nou Barris. Varios camiones de bomberos intentado moverse en una ciudad atascada multiplica por mil el tumulto. Los metaleros rumanos conocen de memoria la situación de todos los contenedores, ellos lo harán.

 

Twitter y Facebook también ayudarán. Extenderemos falsas noticias sobre derrumbes en la catedral, explosiones en el puerto, escapes de gas en la Zona Franca o incendios en las Ramblas. Cientos de curiosos intentarán desplazarse para ser testigos. Las mentiras mueren pronto pero corren mucho. Los pakis y los hindúes con sus locutorios serán los responsables.

 

Durante la noche anterior habrá que inutilizar todos los cajeros automáticos que se pueda. La gente sin dinero se vuelve loca, y los fabricantes de dinero más todavía. A los rusos les encanta romper cosas, adjudicado.

 

Entre seis y nueve de la mañana hay que parar el metro. Todos los vagones tienen un freno de emergencia; pandillas de  latinos se dedicarán a ello. Un reguetonero loco en cada convoy puede hacerlo, se atreven a eso y más.

 

Y lo más importante: descolocar y poner nerviosos a los del poder perpetuo. Se organizarán peleas multitudinarias entre moros y gitanos -ambos grupos raciales se tienen ganas- delante de cada centro oficial, en los vestíbulos de la torre Mapfre, en el Auditorio, en la Cámara de comercio, en el Bussines Center, en las entradas de los grandes hoteles. Batallas campales en la Plaza Catalunya, en la Estación de Francia, en la parada de taxis del aeropuerto, en la Plaza Sant Jaume;  allí donde se reúnan los que nos putean tiene que haber un jaleo de la hostia. Los Blaumut y Deolinda tendrán que poner en movimiento a todas las hordas de su raza para que se partan la cara en esos enclaves. Si combinamos etnias y violencia gratuita seguro que se cagan de miedo.

 

 

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Todo salió mal porque alguien se fue de la lengua. Los días anteriores a organizar el tempo y la cadencia de las acciones hubo batidas de la policía advirtiendo a las demás manadas que no tolerarían ni un movimiento fuera de orden. Deolinda tampoco aparecía. Mi instinto felino me lo recordó: Las gitanas son putas por naturaleza.

 

 


 

 

 

Que todo cambie para que todo siga igual.

 (Giuseppe Tomasi di Lampedusa)

 

 -¿Cuándo coño tenéis pensado comenzar todo esto?  No encontramos a la gitana, pero eso ya da igual. Ella me contó el cómo, solamente me falta saber el cuándo.

 

La pregunta se había quedado un buen rato haciendo eco en la sala, nadie respondía y aquel malparit murmuró:

 

-Putos críos anti-sistema...

 

Entonces, y solamente entonces, supe que habíamos ganado. Cuando te etiquetan o te catalogan sin conocerte es que andan perdidos del todo.

 

Y respondí con la palabra que daría paso al principio de su fin.

 

 –La barca empezará a moverse en cuanto un sólo remo toque el agua.

 

 

 

Provoca el mayor caos y alteración posible,

pero no dejes que te cojan vivo.

(Sid Vicius)

 

Mucho tiempo después nos encontramos a Deolinda cerca del campus de Bellaterra, seguramente se dejaba invitar a las fiestas de telecos para follarse alguno de aquellos universitarios prepotentes e inseguros, van armados con un Ipad y tabaco de liar, pero en el fondo son unos niños. Ella me sonrió con su picardía habitual y nos saludó hipócritamente, como si nada hubiese pasado, como si el chivatazo fuese una travesura sin importancia.

 

La manada no habló, no amenazó, no recriminó, no discutió. Actuó.

 

Yo salté como una gata sobre su cara, mi propósito era sacarle los ojos con las uñas, mi objetivo era morderla y arañarla, quitarle de la cara aquella hiriente sonrisa de traidora. Ella retrocedió y cayó sobre los brazos del negro, que la rodeó con ellos y empezó a unirlos muy despacito, Deolinda se ahogaba, le faltaba el aire, comenzó a ponerse azul. Sé que la intención del Ukelele no era asfixiarla, sé que esperaba a que alguno lo detuviéramos, pero nadie lo hizo. En dos  minutos de abrazo constrictor aquel sensual cuerpo de putón verbenero cayó inerte al suelo.

 

Y allí estábamos otra vez todos como al principio: juntos, callados, desorientados.

 

El Shin Chan se agachó junto a la gitana con esa postura típica de los chinos que parece que vayan a cagar, desenfundó su inseparable cutter y con metódica paciencia desmembró a la portuguesa en tacos perfectamente simétricos, luego se dio a elaborar en cada trozo de carne alegorías varias: signos del zodiaco, figuras del ajedrez, medallas olímpicas, esfinges egipcias, los diez mil guerreros de Xian. Desparramó toda la inspiración que nunca le habían permitido. Cerraron turno los Blaumut devorando, con su acostumbrado silencio, todos y cada uno de aquellos macabros canapés, no dejaron resto alguno.

 

 

Recordemos, una única regla: si tú me jodes yo te jodo.

 

 

 

 

 

Barcelona, marzo de 2015

 

 

(1) T.Mes. Abono de transporte público, el precio mensual es de 105 € para tres zonas, por ejemplo Mataró-Barcelona. En un contrato laboral de media jornada con un salario de 480 € supone casi el 25%, solamente para ir a trabajar a una mierda de fábrica.

 

 

Mi aportación a la segunda convocatoria de La Madriguera de Historias.

Ilustración del increíble Ache (Pau Alaña)

 

 

BONNIE & CLYDE (y III)

 

– ¿A dónde viajabas con tu mamá?

– No lo sé. Al mar, como cada año

– Entonces te llevaré al mar. No te preocupes, iremos al mar.

Yo no iría nunca a Cuba ni a la Florida, ni siquiera a la jodida Venezuela, pero el puto niño sí que llegaría hasta el mar, porque cuando tú decías “no te preocupes” era palabra sagrada, era como decir que el mundo es redondo.

Sentamos al niño en la moto, en medio de nosotros dos, no teníamos cascos para los tres pero su cabecita quedaba protegida entre mi pecho y tu espalda. Creo que se durmió nada más entrar en la autopista de la costa a pesar de la mala posición y del runrún de la Suzuki Van Van.

Conducías concentrada a 80 o a 90 y no nos cruzamos ni un coche de la poli en mucho rato. Debían estar ocupados buscando a un niño rubio medio bobo por el aeropuerto. Yo cavilaba sobre nuestra situación y en todo lo que se estaba torciendo por momentos, aquella noche de sábado no debía terminar de aquella manera, con tu hermana cabreada como una mona porque le habíamos cogido sin permiso la moto, con el culo que me dolía de tanto rato ir de paquete, con los brazos tiesos de sujetar a un niño para que no se cayera y la cosa se jodiera del todo, y con un niño robado, sobre todo con un niño robado

Paraste en una gasolinera de esas que parecen una boutique, de esas que tienen de todo, de esas que cuando descuelgan la manguera una voz de locutora de radio te dice qué tipo de carburante has elegido y cuando has terminado te da las gracias y te recuerda que ellos siempre tienen mejor precio que la competencia. Sonreíste antes de decir separando las silabas “nos-que-da-mos-sin-naf-ta”, y sonreíste porque habías utilizado tu palabra adecuadamente, tu palabra recién aprendida.

– pero no tenemos dinero, no puedes llenar el depósito.

-Déjame a mí…

Y te metiste en la tienda en busca del empleado, vi como le hablabas con la cabeza un poco ladeada, con ese gesto que utilizas cuando quieres algo o cuando no quieres algo. Nunca habíamos atracado una gasolinera, por lo menos yo, y no sé si tú lo habías hecho alguna vez. Sí que habíamos robado ropa, y bebida, y música, y cosas que nos gustaban, pero nunca habíamos atracado a nada ni a nadie. Era muy mala idea atracar una gasolinera, sobre todo porque llevábamos un niño robado con nosotros.

Saliste contenta y metiste la manguera del surtidor en el depósito. La máquina empezó a escupir su líquido. El empleado nos miraba desde la cristalera e hizo un gesto cuando el tanque se llenó, sus ojos tenían luz. Era un marroquí joven de pelo rizado y dientes picados, de piel tiznada. A ti siempre te han gustado ese tipo de hombres, a los que puedes putear sin remordimientos porque la vida les ha puteado mucho más y sabes que lo tuyo no le hará el mínimo daño.

-¿Cómo lo has hecho? ¿Cómo lo has enredado?

-Fácil. Ese morito se hubiera comido, si se lo llego a pedir, un cubo de tocino por el Iphone 5 amarillo.

-El niño tendrá llantera en cuanto se percate, apuesto lo que quieras. 

-Y ahora ¿qué hacemos?

Eso es lo más me cabrea de ti, tu manera de desprenderse de los problemas, así, como quien no quiere la cosa; yo te seguía a todas partes, yo me dejaba enredar en todas tus locuras, yo nunca protestaba aunque presagiara tormentas de la ostia, y cuando tu ya te aburrías o te cansabas del juego descargabas tu responsabilidad sobre otro, sobre mí. Usabas el plural a tu conveniencia, a tu antojo.

Estaba enfadado, me puse muy serio y me negué a seguir, estaba hastiado de llevar a un niño robado, no éramos Bonnie y Clyde, ni deseaba acabar como ellos,  yo me quería volver a casa, me tumbaría a escuchar música, me fumaría algo que tenía de reserva en el bote de las monedas y me olvidaría de la venezolana, del niño y de la mierda de sábado. Te dije todo eso del tirón para que no me interrumpieras. Al acabar solamente sonreíste y me lanzaste un beso al aire. Entonces acunaste al niño en tus brazos con mucho cuidado para que no se despertara y lo llevaste hasta la tienda de la gasolinera. Volviste a ladear la cabeza, volviste a engatusar al marroquí, aunque ya no tenías nada que ofrecer a cambio de no sé qué. Te vi meterte la mano por delante del pantalón, como si te picara el coño, y luego te vi pasarle algo al moro. ¡ Claro ! ¡ Ahí es donde te guardas la tuja ! Joder, el hachís que sisaste a los dominicanos, jajá. Eres la polla.

 Luego saliste sin el niño.

-Mañana Mohamed subirá a Makaulkyn en un autobús que lo lleve a la playa. Vámonos.

Y volvimos a montar en la moto con suficiente nafta para regresar a casa.

Al incorporarnos de nuevo a la carretera miré el cartel luminoso de la marquesina de la gasolinera. Era uno de esos en los que las letras se auto escriben y corren de derecha a izquierda. Y comprendí en ese momento el significado de aquel sábado, de la vida, te comprendí a ti, a mí.

El rótulo era un bucle que se pude leer varias veces en un minuto: Gracias por su visita.  La estación de servicio de ALQUERIES DEL NEN PERDUT les desea feliz viaje.  Conduzca con cuidado.

 

ALQUERIES DEL NEN PERDUT

pincha para que se haga más grande

 

 

BONNIE & CLYDE (II)

 

En el aeropuerto cada puerta de embarque tiene su propia guardia pretoriana: un vigilante privado con chaleco amarillo para trastear con el equipaje, un policía nacional con chaqueta azul para olisquear en busca de sustancias prohibidas y un guardia civil con gorra verde para compulsar los pasaportes. A ese tipo de personas les encanta su merchandising particular. Con los seguratas del supermercado y los porteros de los clubes ya tenemos traza, tú les sonríes ladeando un poco la cabeza y les susurras con tono pícaro: es inherente a tu empleo que compartas genética con Forrest Gump pero te falta carisma. Ellos no entienden ni papa y yo aprovecho para esconder bajo la chaqueta un paquete de seis cervezas o para saltarme el torno, pero aquí, en el aeropuerto, ellos van armados con un fierro de fuego y hay que andarse con cuidado, son palabras mayores.

Tú estabas convencida de poder colarnos, solamente había que estudiar sus movimientos y aprenderse sus rutinas. Para ti era muy fácil, para ti todo se basa en rutinas. Una vez que discutimos sobre el tema me acabaste convenciendo de tu filosofía.

La discusión fue básica, y a la misma vez profunda:

– ¿tú tienes la rutina de cagar cada día?

– Sí, a la misma hora más o menos, ¿porqué?

– Porque la vida es eso, una cagada tras otra diariamente.

Por suerte para todos, menos para el niño, no te apetecía pasarte el resto de la tarde vigilando a los vigilantes, y nos fuimos al centro comercial a pedir tabaco. Los viajeros que esperan embarcar salen a fumar a los accesos de las tiendas, las leyes han cambiado y ya no dejan fumar dentro.

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Una señora alta, con vestido largo, pulseras de plata y gafas de sol fumaba unos cigarrillos mentolados que olían muy bien, a mí se me antojó enseguida probarlos y le pedí dos, uno para mí y otro para ti. La señora ni se sacó las Vogue para mirarme, me mandó a la mierda en cuatro palabras y empezó a renegar de cosas que no venían a cuento, que si la sociedad hace aguas, que si el maldito sistema bipartidista favorece a gente como nosotros, que si sería mucho mejor menos subsidios y más mano dura, y otras absurdeces por el estilo.

Detrás de la señora permanecía sentado sobre una maleta Louis Vuitton un niño de seis o siete años, su hijo, que siguió con atención la escena sin dejar de jugar con un Iphone 5 de color amarillo. Yo insistí a la señora en la cuestión de los dos cigarrillos y tú susurraste algo al oído del niño. Luego se dejó coger de la mano y entraste con él al centro comercial. Yo me olvidé del tabaco y os seguí.

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-¿Qué le has dicho a crío para que se venga contigo?

– Que me sé un truco para pasarse enterito el Candy Crush.

-¿De verdad te sabes un truco?

– Claro. Nunca hagas caso al juego. Si te indica que juntes tres salchichas rojas vete a por las bolitas azules o los cuadraditos verdes ¿No has visto la cara de puta que tiene la niña que sale entre nivel y nivel? Está ahí para engañarte, para sacarte el dinero.

Muchas veces llegué a pensar que eras clarividente, que podías ver la sencillez de las cosas con solo pasar una mirada sobre ellas.

El niño nos seguía sin dejar de mirar la pantalla de su teléfono, de vez en cuando le decías que caminara más rápido y el obedecía. Le llamabas Macaulkyn porque era rubio y medio bobo. En su medallita de San Jorge estaba grabado por detrás el nombre de Samuel y por megafonía anunciaban que se había perdido un niño, con las características del que nos acompañaba, que atendía por el nombre de Roger. ¿Se habría perdido otro niño, o Macaulkyn tenía varios nombres? Nunca lo supimos.

 

COSMOS

“En algún sitio algo increíble espera ser descubierto”

(Carl Sagan)

 

 

 

Crux  

constelación de la Cruz del Sur

Una mujer que duerme con una pantera porque no sabe dormir sola. Una mujer que ve cisnes donde solamente hay omóplatos. Una mujer con miedo a no tener miedo. O como diría Carlos Salem: «Ella sólo le tiene miedo al miedo, y hasta el miedo la amaría».

Desde siempre ha tenido la sinceridad tatuada a una cuarta del pezón izquierdo, entre la voz y los latidos. Ahora mismo ejerce de funambulista sobre el alambre de los silencios, sobre metáforas a punto de quebrarse.

Nostalgia es un puñado de kilómetros y esta puta manera que tenemos ambos de desvivir la vida.

 

Betelgeuse

supernova de la constelación de Orión

Una mujer que sabe hacer infinitos con las caderas. Una mujer que hace tronar los cielos cuando besa. Una mujer que nunca dice no a romper las reglas del kamasutra.

Maúlla desde más allá del tiempo y a la luna no le importa a qué hora se rompen los horarios australes. Al sur de Texas su lengua sabe bailar boleros sobre mi hombría. Hemos provocado cinco seísmos este verano.

 

Aldebarán

perseguidora de las Pléyades

Una mujer que vive con Mike Jagger reencarnado en gato. Una mujer que sueña con un cartel luminoso que parpadea diciendo: ich liebe wein. Una mujer que naufragó tierra adentro borrando todos los lunes de sus calendarios.

Quieta en la barra del bar de Hopper su paladar espera matrimonio con un vaso de licor de moras, y una ausencia de labios cerca de su rostro se balancea a través de los olvidos. Tiene la mala costumbre de reír cuando contesta cartas de extraños y de llorar cuando folla.

 

Sheratan

a 59,6 años luz de mí

Una mujer que vive en un mundo opaco y paralelo. Nunca le he contado historias para entretenerla; no las hubiera entendido. Una mujer que duerme en un país de colores artificiales, de ayunos ficticios, de llantos secos.

Una mujer que me enseñó que Cartier, Carolina Herrera y Givenchy no son razas de perro. Una mujer a la cual enseñé que tener un cocodrilo bordado en la camisa o andar en pelotas por la casa tienen la misma importancia: ninguna.

 

Stella Polaris

la más importante de las cincuenta y siete estrellas náuticas que utilizaban los marinos antes de la fabricación industrial de sextantes

Una mujer que tiene cambiados los meses del año. Una mujer que si sabe hacerme con la punta de la lengua lo mismo que le hace al papel de arroz de sus cigarrillos será la hostia. Los tiburones toro del Cantábrico hacen cabriolas y tirabuzones sobre el agua cuando la ven aparecer con su bikini rojo. Una mujer que dice tener el corazón en perpetuo estado de carencia emocional, dice que está hueco pero es mentira, lo tiene tan grande que ignora la manera de empezar a llenarlo. Una mujer que juega a la rayuela conmigo sin saber que yo no soy ni el cielo ni el infierno. Una mujer que justo cuando mi mundo empieza a hundirse para volver a reflotar por millonésima vez me suelta: la gente hiere un huevo, por eso aborrezco los besos llanos.

 

 

La locura es un okupa de cresta punki y una ristra de imperdibles ensartados en la nariz que se ha quedado a vivir en mis ojeras; sale a buscarse la vida en las noches de insomnio, pero siempre regresa al resguardo de mi desazón.

A las mujeres y a los revólveres los carga el diablo.

 

LA MUJER QUE AMABA A UN PERRO

En un domicilio alquilado de cincuenta metros cuadrados no hay aguas internacionales donde eludir las batallas. En este apartamento de dos habitaciones, cocina-office y un baño, cualquier rincón es propicio para iniciar un zafarrancho de combate. Huele a queroseno y a petróleo, ya ni recordamos desde cuándo permanece flotando este olor en la casa. Solamente necesitamos algún tipo de chispa para que se inicie la combustión y todo salte por los aires.

A veces ella encuentra un viejo encendedor sin gas:

              Ella  T e veo raro, estás diferente. Como si te faltara algo en la cara.

              Él     ¿bronceado? ¿afeitado? ¿perfumado?

              Ella   No. Te falta la sonrisa.

Otras veces pulsa el interruptor del fluorescente para que el cebador percuta una pequeña descarga:

              Ella  Eres parte de una película. De mi película.

              Él      ¿King Kong? ¿Sin City? ¿Alguna mierda del Almodóvar?

          Ella  No. Titanic. Eres el iceberg. Gélido, silente, nocturno, traicionero, cabrón, ingrato, insensible.

Pero más tarde o más temprano encontrará un lanzallamas escondido bajo toneladas de papel, de monstruos y de recuerdos. Por la única ventana empezará a salir humo y alguien avisará a los bomberos:

               Ella  Eres como un animal. Mi animal.

               Él     ¿un jaguar, un leopardo, un tigre de bengala?

               Ella  No. Un perro.

               Él        ¿…?

              Ella    Un puto perro callejero. Un perro que ladra a todas las perras, un perro que sólo me muerde a mí, a la mano que lo acaricia. Un perro que me tiene harta. Harta de que se pase los días sentado frente a la playa, sin hacer nada más que fumar y mirar las olas, ¡como si hubiese algo al otro lado, JÁ!

Harta de que se pase las noches sentado frente a la pantalla y el teclado, leyendo no se qué mierdas y escribiendo otras mierdas más grandes todavía.

Harta de su única justificación: que estás en un proceso constante y eterno de la búsqueda de la felicidad. ME TIENES HASTA EL MOÑO DE TU INFELICIDAD Y DE TUS GILIPOLLECES.

Eres un perro que callejea continuamente por las ciudades y luego vuelve lloriqueando hasta aquí, hasta mí. Vuelve herido, roto, contaminado. Un perro que olisquea el culo de otras perras buscando alguna que esté en celo, y mientras tanto yo me quedo más sola que la una, esperándote. Un perro que se queda prendado de lo que sea, de una risa, de una mirada, de un acento, de una palabra. ¡Te ha pasado y te pasará siempre! Me tienes hasta los mismísimos ovarios de tus huidas y de tus regresos.

Dices que eres pequeño, insignificante, que tus cosas no deberían afectarme tanto, que soy una dramática. ¡PERO QUÉ HUEVÓN ERES! Para mi eres grande, muy grande, el más grande hijodeputa que haya conocido. En tan solo unas horas eres capaz de licuar mi universo balbuceando palabras bajito y al oído, después cuentas uno a uno todos los poros de mi piel, te haces cíclope y unicornio entre mis piernas,  y por último cortas las cuerdas a mi paracaídas. O como tú escribirías con esa manía tuya de asemejar la prosa al lenguaje oral: «En un mismo día me comes la oreja con tus historias, me follas como te da la gana y después me tiras rodando por entre la mierda a un barranco sin fondo«. PARA HACER TODO ESO HAY QUE SER MUY GRANDE Y MUY HIJODEPUTA.

Me tienes cansada de que cuando todo va mejor entre nosotros se te encienden los ojos, se te pone dura y te vas a la otra punta del mundo sin decir nada. ¿No puedes hacer como otros?, ¿no puedes mirar porno? ¿no puedes hacerte una paja y después seguir mintiéndome? No, tú no. Lo tuyo es empezar una cacería tras otra. CABRÓN. Luego vuelves perdido y derrotado.  ¡ Y TU POLLA SABE AL COÑO DE OTRA ¡ Y yo me tengo que comer esos sabores y lamer tus heridas. En un minuto cambias las mariposas de mi estómago por una bombona de butano, que me rompe las tripas, que me deflagra entre las costillas, que explosiona al ladito de mi corazón.

¿No te das cuenta de que todo eso va contra natura?

¡ un perro como tú tiene que estar con una perra como yo !

Por mucho que derritas el nombre de otra en la nieve con tu aliento, NO PUEDE SER; por mucho que te pierdas por las mesetas y te hagas sumiso escudero de otra, NO PUEDE SER; por mucho que te enganches de una loca que le tiene miedo a la lluvia, NO PUEDE SER.

¡¡ PORQUE TODAS ELLAS SON GATAS Y TU ERES PERRO !!

Un perro que se cuelga de la letra I latina, I de incierta, I de ImPaR, I de imposible. Un JODIDO perro sin pedigree, que no tiene ni quiere tener dueña, que no quiere a nadie porque no se quiere ni a sí mismo. Al final te vas a quedar solo, sin amigos ni enemigos, sin techo, sin estufa para el invierno, sin regazos ni platos. Solo, te vas a quedar solo.

                Él    Tanto desdén no puede ser bueno. Tanto odio no puede ser bueno. Tanta mala leche no puede ser buena. Ni para ti ni para mí.

 

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Los bomberos llegaron justo a tiempo para ver todo el apartamento calcinado; en el rellano una mujer todavía sujeta el mango de un lanzallamas que eructa fogonazos. Algún vecino dijo haber visto salir corriendo escaleras abajo a un perro chamuscado.

             –¿un perro? ¿de qué raza?

                  No, de ninguna. Un perro de esos que nadie quiere, de esos que andan por las calles buscándose la vida entre las basuras. Un perro de esos que los golfos apedrean cuando se aburren. Un perro no más.

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Imagínate que no tenemos piel y el frío hace mordernos los dedos

Viejo texto -ahora remozado- que empezó a sobrehilvanarse en VIVA nevagando, del cual son casi tan culpables como yo LIACICE y la propia VIVA

Ella ve mares en todos los espejos,

temiendo el quebranto del cristal que los retiene,

no por los siete años de mala suerte

si no por el temor a que se vierta un océano dentro de su casa.

 

Los viernes hornea pasteles de chocolate, canela, matarratas.

Todo a partes iguales

para que los dolores de tripa sean dulces, aromáticos, mortales.

 

Antiguos amantes vienen invitados los sábados a merendar,

café crudo para los dos y un trozo generoso de pastel para mí.

 

La ropa se nos va cayendo por el suelo

entre sus risas y mis retortijones,

en la alcoba llueven besos y bómitos,

sudor y saña,

semen y sangre.

Al alba ella fuma un cigarrillo y yo miro, sin ver,

mi reflejo en el azogue cuarteado.

                                                                                Ahora tiene un mar disgustado

                                                                                  batiendo las olas en el salón.

                                                                               (y mi cadaver en el dormitorio)

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TATOO

Ella eligió para su omóplato derecho una ninfa violeta aleteando picaronamente sobre una ola difuminada en azul turquesa, pero el tatuador añadió y camufló un delfín dorado, escondido perfectamente entre la espuma blanca del mar. Era su firma de artista canalla. (Está muy harto de tanta treintañera egocéntrica de culito respingón)

Ella viaja en tren dos veces al día, de Mataró a Barcelona por la mañana y de Barcelona a Mataró por la noche. A la altura de Montgat, allí donde las vías casi rozan la playa, el vagón en el que va sentada empieza a humedecerse con un salitre travieso, se escucha el rumor sordo de un rompeolas invisible, y se presiente un chapoteo obsceno bajo los asientos.

Ella tendrá un sarpullido dulce y pigmentado sobre la espalda cada vez que baje del tren, pensará que es alérgica a los polizones sin ticket, a los senegaleses silenciosos. Pero se equivoca completamente, el delfín es el culpable de todo, que quiere escapar, como sea, del acuario epitelial, que se excita hasta enloquecer con los aromas mnemónicos del mar.