EPITAFIO

Que el amor no existe, es de cajón; que huele y sabe a mierda, todo el mundo lo ha comprobado. Entonces por qué te obsesionas en preguntarme si te quiero.

Nunca elijo las palabras cuando hablo o cuando escribo. Un bocazas o un aventurero, según se mire. Por eso es mejor que no me sigas preguntando, no vaya a ser que un día (harto de tu interrogatorio) te diga que sí, que te quiero, que te amo, que me bebo tu aliento, que me como tus suspiros. Entonces se acabará todo.

Y más ahora, que veo como los almanaques avanzan imparables, como si utilizaran combustible nuclear. No tengo tiempo de cambiar locura por cariño.

Como aquella otra compañera de colchón que me echaba en cara que nunca le escribía nada, que solamente me inspiraban los fracasos y los desagües, los culos ajenos y los desastres propios.

Insistió tanto que al final le escribí mi epitafio: te prometo que es mentira todo lo que te prometí.

Un minuto después vació sus cajones de bragas y mi billetera de dinero, lleno su bolso con recuerdos y mi portátil con virus, llamó a un taxi con su teléfono y a su amiga de Washington con el mío.

Ahora vive con un tipo que seguramente tiene todo más grande: la casa, el coche, el ego y hasta la polla. Sobreviví al desahucio inverso, aunque me quedó una fobia a las frases de dos palabras, como la de su despedida: ¡¡ jódete cabrón !! (1)

(no se merecía ni que le escribiera un pos-it fosforito en la nevera)

(1) Creo que desde entonces me viene la manía de duplicar verbos y adjetivos, para evitar frases binarias.

SUPERHEROES

Toda la infancia acompañado por la misma frase de su padre: “los tipos duros nunca lloran, nunca tiemblan”.

Toda la adolescencia marcada por el carácter marcial de su tutor: “el pez grande se come al pequeño, es la ley de la selva”.

Años más tarde, cuando se hizo adulto y maduro (adúltero e insensato), se convertiría en un superhéroe: El Bombero Gelatina.

Y lloró -escoltado por su mascota la sardina- en todos los incendios del planeta.

ON THE ROAD (Kerouac se me adelantó)

La carretera larga, estrecha, sucia. Yo cansado, lento, más sucio todavía. Los días inacabables, eternos, sucísimos. Y las noches ni te cuento.

Arrastrándome en este desierto.

Al final de la carretera un precipicio, al fondo del precipicio el mar. Agua, bikinis, birra fresquita.

No hay que pensar, sólo saltar, únicamente volar, planear, aterrizar y disfrutar.

A mitad de la caída percibo que no soy ave, que soy piedra.

También me han hecho un hueco para no dormir aquí: «crítica feroz»

EMPUJE

A fuerza de empujar cada noche el cabezal de la cama contra la pared hicieron un desconchón, y como nadie protestó siguieron empujando hasta llegar a casa del vecino, un cochabambino indefenso y sin papeles.

Con ese empuje sin fronteras y sin árbitros han acabado follando con el colchón en medio del rellano comunitario. Desde allí rodaron escaleras abajo hasta el portal, salieron regalándose un sesenta y nueve a la Avenida República Argentina y continuaron amándose calle abajo. En el puente de Vallcarca culminaron un polvo e inauguraron otro, pasaron frente a la parada de metro de Lesseps y desde allí giraron en un vórtice de pasión hasta la Ronda General Mitre, donde acabaron en medio de una manifestación de anti hipotecarios, que aplaudían, sacaban fotos con el móvil y retrasmitían vía Twiter. Y ellos seguían desnudos, con los ojos cerrados, probando todas las posturas que se les ocurrían y que más placer podían darles.

Ella era muy poquita cosa y él ya estaba en declive, pero jodiendo rompían moldes; fíjate que sin querer han llegado a cambiar la órbita de algunos planetas. Ella era todo huesos, poca chicha, y una mata de pelo negro increíble; él era un disco de vinilo de Fabrizio de André, imposible de piratear, con la ausencia y el déjà vu tiznados en cada arruga. Ella tiene la sonrisa más bonita que jamás se haya visto, y él, que es triste por naturaleza, entiende de eso. Ella es clitoriana y él inseguro, la conjunción perfecta para no darse por aludidos, para repetir todas las veces que haga falta, para no rendirse aunque el Ibex 35 haga cagarse de miedo a los especuladores.

Ellos, ajenos a las catástrofes financieras y meteorológicas, siguen dale que te pego, como si hubieran redescubierto un sistema mutualista de encontrar la muerte, a base de proporcionarse orgasmos y risas.

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