NO ES UN REGALO DE CUMPLEAÑOS

Tú no sabes lo que es seguir sentado después que todos se hayan levantado de la mesa, seguir riñendo con las dudas que nunca me llevan a nada; tú no sabes lo que es perder el hambre y las llaves, perder el sueño y los documentos, perder la risa y el tabaco. Y continuar sentado aunque no haya nadie en el comedor.

Lo que tú no sabes es que yo también he perdido, y no sólo las llaves, el hambre, los documentos, la risa y el sueño; he perdido hasta la dignidad y, sin embargo, cada día vuelvo a sentarme al comedor así el nudo que mantengo en la garganta no me deje pasar los alimentos.

Tú no sabes lo que son los papeles en blanco, los teclados afónicos, las pantallas ciegas, las libretas perdidas; todo en un punto muerto, sin diesel ni ganas de repostar. Guardando miedos, despilfarrando días y noches, sin incertidumbres, con ambigüedades.

Tú no sabes de sueños sin salida, de noches de desvelo y sin memoria, de ausencia de palabras, de inventariar cada segundo, de deseos encarnados, de conciertos de silencio, de experiencias abortadas, de miedos fulminantes, de inagotables abismos.

Tú no sabes lo difícil que se me hace la huida, quedan barcos humeando para recordarme éxodos pretéritos. Tú no sabes lo que es desconstruir las cosas en la cabeza, morder los apéndices de las piezas del puzle, apretarlas con las dos manos sobre el tablero hasta que puedan encajar, por la fuerza, a la brava.

Lo que tú no sabes es cómo vivir con el sinsabor de una negativa constante, de un NO caprichoso e irrefutable. Tú no sabes lo que es arrepentirse de todo lo que se hace, sea bueno o sea malo, en nombre del hastío. Tú no sabes lo que es ser seducida y reducida, todo al mismo tiempo.

Tú no sabes lo cansino que es no pisar los espejos del suelo, espejos que reflejan los secretos que esconden las faldas callejeras. Tú no sabes lo que es jugar sucio cada día, tú no sabes lo que es hacerle trampas a la vida. Y la vida no se deja, siempre muestra su asqueroso catálogo de reglas inviolables.

Lo que tú no sabes es el hecho emborronar esta página una y otra vez, porque no le encuentras sentido a decirte siempre lo mismo camuflado en sinónimos o aproximaciones. Tú no sabes lo que es tener mucho para decir y verse obligada a callar porque no hay a quien dirigirse. Tú no sabes lo que es aferrarse a una idea y verla desvanecerse.

El no dormir se me pasa mirando el humo azul y pérfido de los cigarrillos en el cenicero, ahuyentando el olor a certeza de ir perdiendo el tiempo, el tufillo a mierda de la inseguridad.

A medida que los minutos pasan decrece mi esperanza y la lucidez. Entonces me adentro en el universo de mi dolor recalcitrante y me entrego a su crucifixión cotidiana. Podría prescindir de todo, salvo del tónico de tus letras y de mis obsesiones. No me perdono haber nacido a esta calamidad inconsolable de dos seres que se aman con la misma intensidad que se destrozan, amparados en sus tormentos que bien podrían fusionarse en una sola incertidumbre.

Por todas estas cosas que tú no sabes no me puedes venir ahora con tus tequieros y con tus ventedevacacionesentremispiernas, no me puedes pedir tanto sin negociar mis derrotas. Ahora quedaré abrazándome a tu silencio, pero para siempre de todos los siempres.

Por todas estas cosas que tú no sabes no me puedes venir ahora con la excusa de tus miedos, de tus dudas, de tus inseguridades y de tus derrotas. Yo no negocio con “quizás, quizás, quizás”.

Inventar palabras que no hieran es el verdadero destino de la poesía. El antónimo de esta acción se llama putear; y nosotros no supimos hacer el amor, nos puteamos y lo matamos.

Si no supimos hacer el amor, si lo puteamos y lo matamos, fue porque a lo mejor nunca existió o, porque existió tanto que no nos cupo en las manos. Me quedaré abrazada a la nostalgia de ese tiempo anterior cuando nos dedicábamos canciones y teamos, cuando éramos amantes y no dos enemigos íntimos.

Una vez quise que no hubiera tiempo entre tú y yo, y muchos menos que existieran milímetros.

Una vez quise que escribieras tus postdatas en mi piel pero me redujiste a una historia clausurada.

Perdóname, gata, por airear estas mierdas que me siguen despellejando. Las fiebres y las cuarentenas tienen estas cosas. Allá por el 2012, creo

siempre me gustó esta canción

OCASO Y DECADENCIA

A Tatiana, por su tozudez

A partir del año de las luces, en el dos mil y muchos, las mujeres decidieron que ya no parirían más hijos por el método tradicional. Como la ciencia no era capaz de repartir la tarea gestante entre ambos géneros ellas resolvieron olvidarse del embarazo nuevemesino, del parto doloroso, y del amamantamiento bisiesto. Dedicarían su tiempo de sexo al puro placer de follar, conservando la figura juvenil de las mises venezolanas. Señoras de cincuenta y tantos más ricas que el arroz con leche y el pan con chocolate. En décadas venideras exuberantes colectivos de milf’s desbancaron a centenarios lobbys patriarcales en el establishment influyente del poder; fue la emancipación femenina más brutal de la historia, más incluso que la del sufragio universal.

Los bebés se engendrarían en botes de confitura. Las niñas en delicados envases de cristal con sabor a fresa. Los niños en industriales tetrabriks de aluminio reciclado con aroma de naranja amarga. Todo siempre con un complicado sistema de ingeniería genética, cientos de asépticos laboratorios llenos de investigadores especializados en la combinación quinielística de los cromosomas, y la potra increíble de haber acertado la misteriosa escritura del ADN a la primera.

Grandes recintos de fertilidad vítrea, con enfermeras sexys de minifalda para los niños, con machotes enfermeros de torso depilado para las niñas, y solteros vírgenes pelirrojos e imberbes para los neutros;  hilo musical de fondo, un Maluma fondón y con entradas cantando gilipolleces a las féminas, una BeckyG exactamente igual que a sus veinte abriles inculcando subliminalmente el sexo oral a los varones.

Al ladito de las estancias de fecundación, construyeron enormes salas de lactancia, cada pequeño frasco de mermelada y cada liviano tetrabrick conectado a una ordeñadora vacuna particular. Las vacas acabaron esquizofrénicas, definitivamente se volvieron locas al ver el rumbo que seguía la humanidad.

A fuerza de no utilizarlos, las mujeres perdieron matriz, ovarios y cualquier vestigio del aparato reproductor, hasta la puta menstruación desapareció. Ese feliz hito les llevó a patrocinar ellas mismas fuegos artificiales durante meses. También, por falta de usos maternales, se les achicaron los senos hasta casi perderlos, las diestras el pecho izquierdo, las zurdas el pecho derecho, por aquello de la simetría cerebral.

 

En las fronteras del sur (1) quedaban las últimas putas con dos tetas generosas y con ganas de yacer por el simple -y remunerado- acto de tener descendencia, ilegalmente claro. Las tarifas de sus servicios eran auténticas fortunas,que sólo podían pagar los univitelinos de la última generación.

 

(1) N del A. El sur siempre será la vía de escape, la última oportunidad, de la Humanidad.

LO.LEE.TA

A ella le doblo la edad, aunque este dato no sea indispensable, lo mejor es dejar claro que mueve el culo como un demonio y el pelo como los ángeles. En cambio yo busco asiento en el metro  y me afeito la cabeza para disimular la alopecia. Ella sonríe a la vida con sus dientes blanquísimos y sus labios rojos, y yo voy dos veces al año a Vitaldent para que me maquillen las manchas del tabaco y algún empaste traidor.

El sábado por la noche  me lo paso con su mamá, la cual me considera un gentelman  en vías de extinción porque le abro la puerta del taxi y le acomodo la silla del restaurant.  En cambio mi ángel/demonio ocupa esa noche en hacer babear de lujuria a todos los mindundis del Joy Eslava; jamás el merengue, la bachata y la salsa se han bailado con tanta lascivia, ella convierte la danza en un arma destructora. Pero los domingos por la mañana, mientras su mamá  me cocina una riquísima sopa de carabineros, nosotros recorremos Argüelles. Yo invito a vermú de grifo y a mejillones tigre, mientras ella encandila a toda la barra del bar. La lástima que sienten los camareros por mí yo la traduzco en envidia. El vermú de Reus, siempre de Reus  -porque en Tarragona tienen dos cosas: petroquímicas y destilerías, y yo invariablemente he sentido filia por los espíritus con graduación-  sigue corriendo por mi cuenta mientras ella se hace  dueña y señora de todo Pintor Rosales. Ella y su minifalda. Siempre la cortísima minifalda, en invierno y en verano. Abjuro de los seis kilómetros de La Castellana frente a la longitud de sus piernas y el santuario que esconden en el vértice de su unión.

Hemos follado dos o tres veces, no lo recuerdo con precisión, aunque debería haberlo anotado; medallas olímpicas no se ganan todos los días. Dejamos de meternos en la cama porque mientras yo intentaba batir mis marcas ella tenía la cabeza y el coño en veinticuatro sitios diferentes Ahora me la chupa a veces. Hay un pacto no escrito: ella me deja lucirla por medio Madrid y me hace un oral rapidito a cambio de que yo corra con sus gastos. Puta no es su segundo nombre, quede claro.

Supongo que desde la primera línea era predecible esta historia. Incluso para mí debería ser previsible. Pero conocer una mentira no implica la necesidad de negarla.

Ahora, ya pasado algún tiempo, yo sigo cenando los sábados por la noche con su mamá. De primero una sopa estupenda, seguimos con algo ligero sin sal ni grasas, y tras los postres nos metemos en su habitación y tenemos un sexo correcto. Luego cojo el metro hasta Sol y me quedo fumando en Arenal con San Ginés, sé que ella aparecerá por allí tarde o temprano, un ejército de babosos también espera el reclamo de sus caderas.

Mañana otro condenado a muerte la invitará a vermú, de Reus, siempre de Reus, y a mejillones tigre.

EL VIENTO ARU

Fuera de la casa hay ruido. Silbidos como de gato encelado. Trasiego como de contrabando guajiro. O los puercos que siguen, bien entrada la noche, profanando las raíces del castaño donde está amarrado el primero de los Buendía.

—Es el viento aru, niña. Los alisios.

Pero la niña sabe que no. No es aire, son duendes.

Todo el mundo cree (sobretodo en el imaginario popular cundinamarqués ) que cuando los duendes de la selva acechan por la noche basta con salir al patio y azuzar el aire con un palo de escoba, basta con repetir un salmo chibcha a los cuatro puntos cardinales.

Todo el mundo cree. La niña no.

Por eso entorna sus ojos chicos para vigilar los quejidos de las vigas y los carraspeos del tejado. Es justo por ahí que intentan filtrarse esos pendejos. No sería la primera vez que se cuelan e intentan robar un niño para vendérselo al primer circo ambulante que encuentran, a onza y cuarto de chocolate el kilo de niño. No sería la primera vez que tiene que pelear para que no se lleven a Gordito, el menor de veintisiete hermanos , atascada su redondez en el artesonado. Ella tirando de sus bracitos desde dentro de la casa y los duendes colgando de sus pies desde fuera.

Mientras tanto un adulto hace el bobo entre matas de frailejones, levanta un palo en la obscuridad y mastica insultos en criollo olvidado.


La historia sucedió a finales del XX.

Hoy Gordito vende coches de segunda mano en un concesionario de la periferia. Un abuelo ignorante saca su bastón las noches de vendaval mientras babea las sagradas escrituras en una lengua que nadie entiende. Y la niña, que ya no es tan niña, continúa pendiente de no encontrar a ninguna de sus hijas con la mitad del cuerpo tras la cornisa del los techos.



Para A., a quien nunca perdonaré que me bajara del caballo a G.G.Márquez

LA NO TRAGEDIA DE LOS LUNES

a Paula, que necesita agua.

—»Todo bien, no te preocupes» disparó a quemarropa con aquellas balas cargadas de mentira—

 

Los lunes no serán abismo ni tormenta, siempre y cuando ella abra su bolso y se encuentre dentro las mismas tres cosas que metió el viernes por la noche: medio paquete de Winston blando con restos de tuja en el chivato, el Samsung recién cargado y un sujetador azul.

Amanecer un lunes sin bragas después de un weekend nocivo y desequilibrado es asumible. En cualquier Primark se pueden comprar  tres por 5€. Pero lo que ella no puede consentir es regresar a casa sin tabaco para capear el insomnio, sin el sutién azul que tanto le gusta, y sin el móvil con sus miles de atardeceres fotografiados,

La gente se vuelve muy dramática con eso de que la semana empiece en lunes, pero ella sabe que alguien o algo los ha puesto ahí precisamente para evitar que el desmadre iniciado un viernes por la noche pueda acabar con la humanidad.

Ella a la vida no le pide mucho, sería una pérdida de tiempo y un derroche de fe reclamar imposibles que nunca se conceden. En cambio a las personas sí que les exige, sobre todo a los hombres. El hombre, ese animal tan fácilmente destruible por dentro y por fuera.

A un hombre le pide tres cosas: la primera es que beba café amargo, todo lo más que lo rebaje con un chorrito de ron o con dos cucharaditas de pólvora; la segunda es que sepa diferenciar entre los azahares de Miguel Hernández y los quebrantahuesos de Nicanor Parra; y la tercera, pero no menos importante, es que le sepa trabajar bien el coño.

Y con esas tres premisas tiene clasificados a sus amantes, aunque los diferencia en grupos de edades. De veinte a treinta años son los más desastrosos; fantasmas, bufones, inexpertos, bocachanclas, fanfarrones, etc. De treinta a cuarenta mejoran un poco pero no mucho, les puede su inseguridad, su falsa audacia, su miedo permanente de no estar a la altura, sus ganas atropelladas de seducirla, ni siquiera advierten que han sido ya seducidos por ella. Y de cuarenta en adelante tiene que elegir con mucha cautela.

La mayoría del tercer grupo solo cumplen dos de sus tres condiciones, pero si afina un poco todavía encuentra alguno que no ensucie el café con stevia o ciertos edulcorantes novedosos, alguno que no solamente lea diarios deportivos ni se crea un entendido en coaching, mindfulness, lifetraining o alguna de esas mierdas en inglés, alguno que se le dé bien comer el coño, o por lo menos que sea perseverante. La única pega, y este es un gran error cometido por la mayoria, es que se enamoran. Están tan jodidamente solos que se enamoran en el primer polvo, y a ella eso le saca de quicio.

 

Si tú la luz te la has llevado toda,

¿cómo voy a esperar nada del alba?

Y, sin embargo –esto es un don-, mi boca

espera, y mi alma espera, y tú me esperas.

Claudio Rodríguez, Don de la ebriedad (fragmento)

 

Imagen de Moira A. Pintura de tela sobre papel y un poquito de Paint.

OPEN LETTER

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A los hombres cuando nacen se les tatúa en algún lugar bien  recóndito del alma: ‘la mujer de tu vida está en tal sitio; anda, apúrate, ve a buscarla, se te va a escapar.

 

Te aviso desde ya que no soy un motor fueraborda, que más bien voy tirando al ralentí como un diésel; lento, seguro, obstinado. Aunque a veces se me enciende el turbo cuando imagino un desembarco bajo tus faldas. Pero te juro que este motor, machucho y rodado, hará que te tiemble hasta el lacito de las bragas.

La verdad es que no me importa que no estés loca, ya he tenido mi ración particular de locas del coño en mis travesías. No me importa porque tú eres una bahía en permanente calma chicha y yo solamente soy un piélago malmandado.

Menos aun me importaría que no tuvieras unas tetas del quince porque yo tampoco tengo un rabo del veintitrés. Ni que tus orejas se vean perfectas con pendientes desparejados. Ni que me desarmes con una media sonrisa y un cuarto de mirada.

Me dará más de lo mismo que la vida siga siendo una sucesión de ir esquivando hijoputas, siempre y cuando me ayudes amarrando trinquetes en este interminable cabotaje.

Harto de estar harto y harto de comenzar escribiendo siempre la misma frase en mi cuaderno de bitácora: tengo miedo al naufragio. Sin embargo me estás enseñando a nadar sin perder de vista el oleaje.

Mas ahora que todo hace aguas, a babor, a estribor, y hasta por los grifos secos. Ahora que ya no tengo naves a las que prender fuego ni salvavidas donde asirme. Ahora he aprendido a decirte al oído la palabra mariposa en diez idiomas, cosa que nunca hice por nadie: papallona, farfalla, tximeleta, pillangó, paruparo, serurubele, borboleta, lolo, fluture, babochka.

Creo que por fin he aprendido a leer el astrolabio de mi tatuaje.

 

HE SOÑADO CON TUS LEONES



He soñado con leones salvajes jugueteando como gatitos domésticos, y merendarse una oveja al caer la tarde.

 

He soñado con un García Márquez nonagenario y rebelde que venía a corregirme los cuadernos escolares, a tacharme todas las haches y todas las gringadas que encontraba.

 

He soñado con hombres que poseen su propio trocito de selva en el patio trasero de la casa, como quien tiene un terrario con dos culebras en una esquina del salón.

 

He soñado con un Oliverio Girondo en pijama hospitalario que me negaba el esquema original del resorte que eliminaría de mi cama a las mujeres incapaces de aprender a volar.

 

He soñado con cuatro generaciones de guajiras discutiendo al unísono, y en la misma cocina, cómo quitarle el mal genio a un sancocho, o de qué manera maquillar las tristezas de una arepa.

 

He soñado con ser juez y parte en un duelo infinito al amanecer; dos ciegos de bourbon y fracasos disparándose palabras a matar.

 

Primera andanada:

J.S. — No hay ni una sola historia de amor que tenga un final feliz. Si es amor, no tendrá final. Y si lo tiene, no será feliz.

C.B. —  ¿Amor? Vamos, hombre, la gente no quiere amor; la gente quiere triunfar, y una de las cosas en las que puede hacerlo es en el amor.

 

Segunda andanada:

J.S. — El asesino sabe más de amor que el poeta.

C.B. — Entonces encuentra lo que amas y deja que te mate.

 

He soñado con los quinientos afluentes del río Magdalena desbordándose y anegando las catacumbas de la Sagrada Familia en Barcelona, reflotando el cadáver incorrupto de aquel borracho de fe católica que era Gaudí, entre los maderos astillados de algún galeón naufragado, entre bocachicos desorientados en esta parte del hemisferio, entre fango, zurrapa y pan de oro.

 

He soñado que te soñaba, o que tenía el hipocampo cauterizado para no olvidarte, o que tenía barra libre de Jägermeister en todos los garitos de Gràcia, y que no todo ello era compatible.

 

Si abro la puerta y hay una mujer, entonces afirmo que existe la realidad.

Aldo Pellegrini

 

 

 

HISTORIA DEL HOMBRE DOBLE

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Es difícil caminar por las calles donde todavía quedan algunos que le conocen, algunos que le saludan, algunos que le preguntan por su vida, por sus sueños, y a esos algunos ¿qué coño les importa? Por eso mismo se ha inventado un juego al que nadie más sabe jugar.

Alguien Conocido: Hola, ¿Cómo estás?

HombreDoble: rododendro.

Alguien Conocido: ¿Cómo?

HombreDoble: Error, debiste responder con alguna  palabra de sonoridad similar. Por ejemplo  edredón

Alguien Conocido: ¿pero…?

HombreDoble: Lo siento, perdiste turno. Otra vez será.

Es un juego tan sencillo que todavía no se explica cómo siempre les gana a todos. Si alguien se le acercara diciendo de sopetón molinillo de pimienta lo más lógico sería responder pantalla reflectora, o si le soltaran a bocajarro desastre ecológico evidentemente contestaría archipiélago desierto. Es tan fácil jugar como hacer trampas.


El HombreDoble lleva una niña muerta en el coche y siempre está de pie, siempre está de pie. No le dejan solo desde el día que tiró la radio contra la pared; pero es que ya está harto de tanta música, de tantísima música, tiene los oídos lastimados de tanta música, de tantísima música. La niña muerta del coche está en el asiento del copiloto, aunque a veces la arroja al asiento de atrás para no ver sus cabellos lacios. Y ya le duelen las rodillas de estar de pie, siempre de pie, no se ha sentado desde que las butacas le miran turbio.


Hubo una época en la que perdía las tardes sentado en la Taberna del Escocés, ya que para el HombreDoble éste era un sitio mágico: la decoración cambiaba según su estado de ánimo. Comanda la barra un tipo que nunca mira a los ojos pero que todo lo ve. Hay quienes aseguran que es el auténtico Escocés que da nombre a la taberna, pero los asiduos lo llamamos simplemente El Viejo. Dicen que huyó de Edimburgo cuando se supo que uno de sus bisabuelos había dado el cambiazo a  la piedra de Scone por una boñiga fosilizada de percherón, dejando sin validez real las últimas coronaciones británicas de los Windsor; pero los que realmente le conocemos damos fe de que él fue el auténtico y genuino cazador de peces espada mitificado en El viejo y el mar, confiándole la historia de su vida a Hemingway para que se ganara unos dólares escribiendo aquella novela; años más tarde Don Ernestito –como le gustaba anunciarse en los desmadres apocalípticos de ron añejo, cigarros habanos y mulatas venenosas- jugaba a la ruleta rusa delante de un espejo, se apostó tres disparos consecutivos a ver quién de sus dos yos se aguantaban la mirada durante más tiempo. No hace falta recurrir a las hemerotecas para certificar que venció el espejo. En aquel preciso momento El Viejo se vino a la otra punta del mundo a ver pasar la vida en esta taberna.

La Taberna podría ser el ambiente perfecto para cualquier seguidor de Bukowski, acompaña sobremanera una atmósfera cargada de humo y ceniceros a medio rebosar, vasos sucios de whisky, de cerveza negra, de llantos ruinosos, y enlazándolo todo emerge un odio vaporoso y perenne a las mujeres destroza-corazones, a las mujeres-enigma, a las mujeres de pies sucios. Cada hora en punto, entre los pocos clientes y las muchas sillas, navega surcando la melancolía un Titánic fantasmagórico, que exhibe moribundo la herida abierta a babor por un iceberg traicionero. En resumen: el hogar ideal para cualquier perdedor.

Entre la puerta de acceso a los baños y la mesa de billar francés persiste flotando un arcoíris en blanco y negro, junto a la máquina de discos permanece inmóvil una geisha de rostro níveamente lacado, pero cada cuatro minutos pierde su rigidez corporal para meter unas monedas en la musicbox y seleccionar Piano man. En ciertas ocasiones, coincidiendo con algún eclipse lunar o con algún cambio en la trayectoria del cometa Halley, se equivoca de tecla y suena Everybody’s talking. Durante todas las tardes de varios veranos la geisha, El Viejo y el HombreDoble escucharon incesantemente cientos de veces aquellos dos únicos temas. Quizás sea ésta la causa de su aversión a la música.


Comer a las horas convenidas –desayuno, almuerzo y cena- es una rutina en sí, pero acompañar el movimiento mecánico de masticar con una cantinela ajena e intracraneal es lo peor:

Voz interior: Deberías estudiar algo, idiomas por ejemplo. ¿Te has tomado la medicación? Podrías buscarte un trabajo sencillo y conseguir dinero para tus cosas. ¿Has visto a tu primo que ya es abogado y tiene novia?

HombreDoble:

        Vale.

               No.

               Muy bien.

                                  Que le jodan.

 

Seguramente a Ratso Rizzo no le daban tanto la monserga con todas estas gilipolleces, se buscaba la vida y no molestaba a casi nadie. Sin embargo Dustin Hoffman está detrás de la pantalla, su personaje -ese rengo tuberculoso- da pena penita pena a casi todo el mundo, y él, nuestro HombreDoble, está anclado en la vida real, él no importa una mierda a nadie…


Y vuelve a salir a la calle a caminar, buscando palabras sonoras que le hagan digerir más fácilmente la vida: pantalones nublados, acordeón bisiesto, sulfuro de cerezas, sandalias de tormenta.

A veces toma el autobús o el tranvía, como hoy, porque el HombreDoble nunca puede viajar en taxis, le es físicamente imposible permanecer de pie dentro de ellos. En su propio coche ha arrancado el asiento y ha hecho una claraboya en la capota, así puede permanecer de pie mientras conduce. En la estación de autobuses ni siquiera saludó a Lola cuando se encontraron casualmente, tal vez ella insistiría en que fueran a hacer el amor como en los viejos tiempos, y él no tiene ganas de hacer nada, está muy cansado, hastiado de todo, está harto de estar de pie toda la vida, está harto de su viejo coche, y de cambiar a la niña atrás y adelante, adelante y atrás, está harto de follar con mujeres que quieren que vuelva a ser el mismo que fue antes  -obviamente  ese antes  inmediato a tirar la radio contra la pared del pasillo-,  está harto de la melodía de las películas que tanto le gustaban en otros tiempos. Cualquier día de éstos se arrimará a la caja de ahorros y sacará todo el dinero que le queda para gastárselo en putas, porque ellas solamente pretenden de él los billetes con retratos de faraones consuetudinarios impuestos, las demás mujeres que ha conocido siempre lo quieren todo: amor, ideas, voz, futuro.  TODO.


Ese dolor de corazón que tiene desde hace más de dos meses no es del tabaco, ni de un amor contrariado, ni de respirar a marchas forzadas con la cabeza metida en una bolsa de plástico mientras se masturba, aunque los médicos se empeñan en contradecirlo. Es un dolor al que le ha tomado cariño, un dolor que le escolta desde el día más feliz de su vida, desde hace poco más de dos meses.


Cada mañana la niña de la casa de enfrente practicaba las escalas musicales de su flauta dulce.

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Una y otra vez, incansablemente y con manifiesta torpeza., la niña no es capaz de aprender a soplar con la misma intensidad las siete putas notas.

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El problema es controlar el aire, rumiaba el HombreDoble, y decidió darle una ayudita; cerró sus manos sobre aquella tierna garganta intentando gobernar la fuerza y cadencia del soplo. El flujo de aquellos pequeños pulmones fue amainando hasta desaparecer en un suspiro, y solamente entonces comprendió que era mucho más feliz con una niña muerta y silenciosa, con una niña que ya no castigará sus oídos con esas dichosas escalas desentonadas.


El segundo día más maravilloso de su vida fue aquel en que aprendió a escribir a máquina con un solo dedo, fue el mismo en que destripó el aparato de radio contra la pared empapelada del pasillo. En el colegio le enseñaron a escribir con todos los dedos de ambas manos y sin mirar el teclado, pero ahora escribe con el dedo índice de la mano derecha y con la izquierda hace de todo: fuma, bebe, juega al veo-veo con las arañas que pueblan las cornisas de sus techos, hace figuras chinescas con las sombras sobre el cabezal de la cama, o simplemente se toca el sexo.

Sin títuloescribió cien veces en cien hojas, con un solo dedo de una sola mano, mientras que con la otra acariciaba el pelo rubio y pesado de la niña muerta que lleva en el coche.

En aquel momento el HombreDoble  se sentó por primera vez desde la inauguración del mundo.

 

 

A un clavel que pretendía ser cactus

 

 

 

 

LAS ROSAS NO TIENEN JAQUECA (II)

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Él tiene dentro de la cabeza un almacén vasto, desordenado, tan grande y mal dispuesto que a veces confunde lo abstracto con lo real; y él ahora mismo tiene un sueño irresuelto, un sueño que luce el pelo pintado de color canela, que sonríe con la mirada, que lleva pendientes a veces sí y a veces no -dependiendo del humor con el que se levante-, que dice lo que piensa se joda quien se joda. Por eso aprovecha las noches de insomnio para darse a la tarea ingente de poner las cosas en su sitio.

En esta época tecnológica del big data y de la ofimática digitalizada sería fácil crear un sistema de carpetitas llenas de hojas excel y ficheros access, sería muy fácil empaquetar todo en archivos zip y comprimirlos dentro de un disco duro de varios terabytes. Pero lo que él almacena dentro de su cabeza es mucho más importante y mucho menos tangible que cifras y ordenes binarias. Él guarda los recuerdos que le va robando a ella día tras día.

Por eso -y porque es de la vieja escuela- ha construido una estantería de tres pisos con ángulos de mecalux y listones de pino, que se alabearán con el paso y con el peso del tiempo. Quiere evitar a toda costa que para reconstruir un día le sean necesarias 24 horas, como al pobrecito de Ireneo Funes.

Ha empezado por organizar la parte superior de las tres baldas y ha estado clasificando los sonidos, sean del tipo que sean. Por su estatus sonoro serán rápidos de localizar el día que los necesite. El primero de la fila es esa manera tan inocente que tiene de decir ‘qué‘, aunque ella utiliza un ‘haa?’. Justo detrás ha puesto ese tono tan erótico que utiliza cuando susurra ‘no soy pretenciosa’, cambiando la única c por una s fricativa alveolar sorda. Hay varias cajas más llenas de expresiones y maneras de hablar pero todavía no las ha indexado.

En la parte de abajo ha ordenando los gestos y los movimientos, están casi en el suelo porque en caso de que se alboroten no quiere que la caída los estropee. El principal y más importante es la manera que tiene de inclinar el cuello para escapar de una pregunta, con los párpados medio caídos y una sonrisa pícara. Después tiene varios gestos por catalogar: cómo de bien sabe jugar con sus dedos, cómo deja caer su cabeza cuando está mimosa, cómo se toca el pelo, cómo se encoge detrás de él en la moto para esquivar el aire frío de noviembre, etc.

Y por último, en la parte central que está a la altura de la boca están los sabores. Hay varias arquetas repletas con besos de diferente regusto, los hay de menta, de hierbabuena, de durazno, de champán, de mojito caribeño, de uchuva, de frutos rojos. Hay tantos y tan variados que ha tenido que reciclar una vieja caja que andaba medio desaprovechada en algún pasillo perdido de ese gran cementerio de memoria. Los ha metido todos juntos y revueltos para que ninguno se sienta ni especial ni protagonista, cada uno tiene su propia unicidad. La caja estaba rotulada en la parte frontal, ya que en su día él serigrafió con letras de molde dos palabras; ahora ha tachado la segunda con un taker negro de punta gorda, debajo del tachón ha escrito otra palabra nueva.

 

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LAS ROSAS NO TIENEN JAQUECA

 

Ella atrae ciclones y tornados, y él tiene una tempestad dentro del pecho que no amaina.

Ella es una mujer duna, sigilosa y pacífica, y él es un hombre viento, aéreo e inseguro.

Conjugados serían una tormenta de arena.

 

Él es de esos tipos a los que no les gusta perder el tiempo en cosas fútiles, tales como beber hierbas cocidas o peinarse por las mañanas. Por eso toma café amargo y se corta el pelo cada dos por tres. En su barrio las barberías de toda la vida han ido falleciendo una a una, lenta pero inexorablemente. La culpa es de las peluquerías chinas que han arrasado como una plaga bíblica toda la periferia de Barcelona. Tiene su lógica: una chinita de mirada desorientada afeita una barba, da una limada de uñas y acaba con un triste final feliz chupándola por un precio ambiguo y negociable.

 

Ella es de esas mujeres que nunca responde a las preguntas, pero en cambio nunca renuncia a ellas, es como el Principito. Además no quiere estar al tanto ni del cómo ni del cuándo, todo lo reduce a la causalidad, al porqué. No concibe vivir lejos del mar y cierra los ojos cuando se ríe; ha conseguido descifrar el secreto de mantener la risa,  es bien fácil: cierra los ojos para no ver toda la mierda que nos rodea, así se puede concentrar en reírse de la vida.

 

Él mudó de barrio únicamente para encontrar un sitio donde le corten el pelo bien y a tijera, porque le tiene un pánico terrible a esas maquinillas eléctricas que se pasean por el cráneo con doscientos veinte voltios nerviosos y un molinillo de cuchillas alborotadas. Él es de esos hombres que es capaz de tutear al diablo pero contra los artilugios automáticos de lustre corporal se rinde.

 

Ella lo recibió como a cualquier cliente de su peluquería: conversación de compromiso, información básica del estilo de corte, hoy no va a llover, etc., y lo hizo pasar al lavadero de cabezas. Él aceptaba todas y cada una de las instrucciones, no reprobaba nada. Entró en el primer sitio que vio limpio y con un rótulo legible, simplemente quería que alguien de su mismo idioma le cortara el pelo y punto.

 

Fue sentarse en la silla y recibir el chorro de agua tibia en la cabeza cuando todo empezó a cambiar. Las manos de ella empezaron a recorrer el cuero cabelludo, los dedos separaban las hebras del cabello, masajeaban todos y cada uno de los folículos capilares, amasaban los mechones como si fueran harina y melaza, con sus movimientos ondulantes provocaba mareas y corrientes en el mar de pelo enjabonado, y lo mejor de todo fue experimentar aquellas sensaciones exclusivamente con unas manos ajenas lavándole la cabeza. La felicidad será algo parecido, fijo; tiene que ser la rehostia que te quieran y te hagan esto a menudo. Se dijo a sí mismo.

A él no le importó ni el olor a zotal del champú, ni la incomodidad de la silla, ni los reflejos en el techo de oropéndolas pretéritas.  A él le daba lo mismo que ella hubiera tenido el chocho plastificado de una Barbie sirena o el clavel reventón de Amarna Miller. A él le traería sin cuidado que ella hubiera sabido bailar como Shakira o que mantuviera conversaciones con la luna. A él solamente le importaba seguir teniendo el contacto de aquellas manos por siempre.

Los vientos errantes que recorren los océanos a veces se sienten solos y extrañan cosas así. Por eso en él se despertó un impulso animal.

 

Los animales se distinguen por la inercia de sus instintos, por no permanecer esperando el olor a humo que augura fuego.

  Se distinguen por sus costumbres nómadas, por no mantener clavados  los pies en la tierra como las flores.

 

Finalizado el arreglo de la testa él tomó prestado del mostrador un post-it y un bolígrafo mientras ella sellaba una de esas tarjetas de fidelización que casi nadie guarda. Garabateó algo y lo ancló justo donde ella pudiera leerlo.

          

déjame que te invite a un café, anda

 

Ella sonreía mientras se miraba el papelito amarillo, dejó pasar unos segundos antes de levantar los ojos. Una negativa o un silencio eran dos de las tres respuestas posibles, pero simplemente alargó la jodida tarjeta de fidelización y -con el mismo tono que hubiese utilizado para indicar al próximo cliente que era su turno- dijo: Mi teléfono está aquí, en la tarjeta.

El tono era neutro, la sonrisa y la mirada no.

WhatsApp y Benedetti hicieron el resto.

 

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AGORAFOBIA

agorafobia

 

 

«Solamente él sabía la respuesta.»

 

Rabia, decían algunos cuando sus pies patearon y dañaron todo lo que encontró a su paso.

Locura, decían otros cuando con sus propias manos arañó y destrozó los techos, las paredes y los suelos de su habitación. Acabó por arruinar su propia casa.

Miedo.

Sí, miedo. Ésa es la respuesta. Miedo al exterior. Miedo a lo desconocido. Miedo a la desprotección.

 

«El bebé sobrevivirá, pero la madre tiene daños irreversibles».

 
 
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PRINCESAS

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caye y zulema

Las cafeterías por la mañana tienen música, es una música propia y genuina; cristal de vasos, loza de platos, la leche calentándose por la fuerza del vaporizador, el molinillo eléctrico con un motor fueraborda triturando las quebradizas y frágiles semillas tostadas del café, risas, saludos rutinarios de buenos días, periódicos que se hojean empezando por el final, monedas sobre el mostrador, noticieros monótonos en el televisor, etc.

Esa música es exactamente igual en todas las cafeterías del mundo. Comprobado, doy fe.

En una cafetería de Madrid hay dos mujeres conversando sosegadamente. Un negro está sentado dos mesas más allá y mira a una de ellas con deseo. Esas dos mujeres llevan la derrota tatuada en la mirada. Quizás, no estoy seguro, todavía no se han acostado. Quizás, tampoco lo sé, el desayuno que toman pudiera ser la cena.

La música, autentica y específica, las respeta; alrededor de las dos mujeres se levanta una cápsula invisible donde esa música se rebaja a simple rumor. Es una marginación acústica, una bulla que se hace afónica y propicia el comadreo. Zulema busca en los hombros de Cayetana unas alas, quiere descifrar sin son las biodegradables de  Ícaro o las incombustibles del ave Fénix. Y Cayetana… Caye envidia las tetas de Zulema; dinero, bisturí y silicona es la automedicación que Cayetana se ha recetado.

Ellas hablan de cosas del trabajo. Cayetana dice que por el culo en contadas ocasiones, y tragárselo mucho menos. Zulema asiente y aprueba, ella tampoco accede al sexo anal así como así. Luego se cuentan trucos para que el cliente acabe antes. Cayetana, europea y tecnológicamente un poco más avanzada, utiliza videos porno, escenas lésbicas o hardcore, para que el tipo que tiene encima se corra más rápido. Zulema, caribeña y exótica, es más natural y podría decirse que más primitiva, con acento goloso susurra guarradas al oído del menda de turno, “papito, llénamelo de leche”. Cayetana toma nota mental de esa artimaña para futuros servicios. El resultado es el mismo: finiquitar el negocio en menos tiempo del pactado.

Las putas hablan cosas de putas, igual que los mecánicos hablan cosas de mecánicos, o los dentistas hablan de cosas de dentistas.

Caye continúa el dialogo hasta que se convierte en un monólogo, No, mejor dicho, en una reflexión. Una reflexión con sus perogrulladas y sus contradicciones.

“¿Es rara, no?

La nostalgia…

Porque tener nostalgia en sí no es malo, eso es que te han pasado cosas buenas y las echas de menos.

Yo por ejemplo no tengo nostalgia de nada, porque nunca me ha pasado nada tan bueno como para poder echarlo de menos… eso sí que es una putada.

¿Se podrá tener nostalgia de algo que aún no te ha pasado?

Porque a mí a veces me pasa.

Me pasa que me imagino como van a ser las cosas, con los chicos por ejemplo, o con la vida en general…

Y luego me da peno cuando me acuerdo de lo bonitas que iban a ser, porque iban a ser preciosas…

Y luego cuando lo pienso me da nostalgia, cuando me doy cuenta de que aún no han pasado y que a lo mejor no pasan nunca…”

Texto y dialogo/monólogo extraídos de la película Princesas, de Fernando León de Aranoa, (2005), con las dos prostitutas interpretadas por Candela Peña (Cayetana) y Micaela Nevárez (Zulema)

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SUEÑOS DESORDENADOS

a Celia

Amanece de mala gana sobre la ciudad. El puerto y la zona sur de la Diagonal están desiertos, como un polígono industrial en domingo. Ellos caminan sin hablar, él por la calzada, ella por la acera, así ambos parecen de la misma estatura. De madrugada los pasos tienen música: jazz en el rumor de los zapatos sin cordones de él, blues en el eco místico de los tacones de ella. A veces el meñique de sus manos contrarias se roza un instante e inmediatamente ambos las retiran. Él sueña con historias que nunca han sido escritas y ella sueña con besos de vodka. El fuma deconstruyendo finas columnas de humo por la nariz y ella recuerda mentiras de azúcar y regaliz de otros hombres.

   – ¿tú sabes lo que es la soledad?

   -Sí.  Cargar una escopeta con dos cartuchos y disparar con los ojos vendados.

Una bandada de palomas sobrevuela sus cabezas llevando entre las plumas de las alas el murmullo de tempestades vencidas. Alguien se acerca pedaleando por el carril bici, “Me amo” de Love of Lesbian le acompaña en su ritmo; una adolescente vomita borracha sobre la alcantarilla, bajo sus pies, en las cloacas, se esconde el sapo que no ha podido reconvertir en príncipe.

– ¿tú sabes lo que es el amor?

                             -Sí.  Quitarse la venda y disparar apuntándose en el pecho.

Pronto la calle se llenará de bostezos clónicos, de autobuses saturados de tristeza, de flores envueltas en papel de aluminio, de ángeles monoteístas, de llantos de niño, de esperanzas anestesiadas. Ellos siguen caminando con mucho cuidado de no tocarse las manos. Él sueña con encontrar el valor para meterse en un portal a obscuras y comerle la boca, ella sueña con dominar el idioma de los signos, para dibujarle con gestos en el aire las palabras que todavía no se han inventado.

-Para ti todo se reduce a disparar…

                                     – Sí. Tristemente sí …

 

No es por casualidad que los diálogos sean anónimos, que no sepamos ni quién pregunta ni quién responde; porque como bien dice Amaranta : las casualidades son una mierda.

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KRISTO

  o la increíble y triste historia de Janis la desquiciada, Bobby el looser y Kristo el penitente 

A Kristo el sueco, un tejano alto y barbudo, temeroso de los cuatro pilares que sustentan los Estados Unidos de américa (el Creador, el béisbol, el patriotismo y las fuerzas armadas), siempre le gustaba hacerlo en una misma posición, se las arreglaba para que ellas se pusieran a cuatro, las enfilaba por detrás sujetándolas con una mano por el pelo, como cuando domaba potras cimarrones allá en Laredo agarrándose a sus crines, y con la otra mano sostenía una biblia deshilachada escrita en holandés antiguo, tan antiguo que Londres todavía era Londra y Sevilla era Híspalis, tan antiguo que los mapas del Nuevo Mundo ni siquiera estaban esbozados en la cabeza de aquel genovés vendesueños. Murmuraba por lo bajini tres misereres al ritmo de los caderazos, uno para San Teodardo Tranquilino de Spira, patrón  de los bastardos y de los eyaculadores precoces, otro para Santa Marta de Betania, hermana melliza de una prima segunda de Mesalina, virgen cuidadora de los sonámbulos y de los que hacen noche en los mesones, y el tercero y último a San Juan Damasceno, protector de los cambiantes de opinión, de los falsos y de los dubitativos. Después se corría a borbotones como un elefante moribundo y rezaba del tirón un padrenuestro, rogando al Ave María, al Todopoderoso y al Arcángel San Gabriel que le previnieran de los vestidos huérfanos de novia, de los ácidos pépticos y de los afroamericanos maricones, sobre todo de ésos últimos, que la tienen enorme y no respetan las sagradas escrituras de la sodomía.

Así era Kristo hasta el día en que conoció a Janis.

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REVISIONISMO HISTORICO

spoiler

La Reina Madre de Inglaterra, Elizabeth Alexandra Mary Windsor, nonagenaria reciente y adicta a sorber el humor de los alambiques, soberana absoluta de las islas británicas, del Reino Unido, de la Gran Bretaña, de la Commonwealth y de medio centenar de territorios desparramados  por los siete mares.

La Reina Madre de Inglaterra, Isabel II, primogénita de los duques de York, heredera indirecta de todo el genoma defectuoso -habido y por haber- acumulado durante dieciséis generaciones de Tudor, Hannover y Estuardo, gobernadora suprema de los anglicanos, de los puritanos del gin de enebro y de los diáconos de la cerveza turbia.

La Reina Madre de Inglaterra se dejó romper el culo un viernes noche a punto de clarear el sábado.


Amaroo Heng Johnson, indigente ocasional de los suburbios de Brisbane, en la región australiana de Queensland, mendigo invisible en la puerta de los Starbucks, rebuscador de comida en los callejones traseros de los restaurantes fast-food, temeroso de la policía armada con pistolas taser, de los yonkis con síndrome de abstinencia y de los adolescentes rubios y xenófobos.

Amaroo Heng Johnson, homeless circunstancial desde los treinta y tantos a causa de los efectos colaterales de dos divorcios intensos, de una ruina laboral por culpa de los créditos supbrime inventados por Bernard Madoff, y de medio ictus traicionero que le desfiguró para siempre la parte izquierda de su mal rematada cara de aborigen.

Amaroo Heng Johnson había sido designado por extraña casualidad para romperle el culo a una viejita que vivía en el otro hemisferio.


La desfloración anal se emitió por la BBC en directo y sin pausas publicitarias a las tantas de la mañana hora británica, pero coincidiendo con el prime time australiano.

Un típico taxi londinense llevó al aborigen desde la zona aeroportuaria de Gatwick hasta los estudios televisivos en Marylebone High Street. El jet lag del viaje indujo a que Amaroo echara una cabezadita corta e improvisada. Fue en ese momento cuando entró en contacto con Tjukurpa (el tiempo del sueño) y le fue revelado el misterio de la vida y de la muerte. Le fue revelado el secreto de su misión en este mundo.

Ciento cincuenta años antes una tía abuela de mirada interestelar, Truganini Lallah Rookh, última mujer aborigen de Tasmania, se había dedicado en su lecho de muerte a invocar a Tjukurpa, a Wanamangura, a Takkan y a Kajura (el tiempo del Sueño y las tres serpientes Arcoíris) e infiltrar un conjuro en el descanso nocturno de todos sus descendientes a través de una sola frase “hay que dar por culo a la corona tanto como la corona nos ha dado a nosotros”, refiriéndose a las barbaridades, masacres, vejaciones y genocidios que la Union Jack había perpetrado desde que desembarcaran en Oceanía.


El protocolo de la ceremonia de desagravio exige una presentación previa de la reo y el verdugo. Ningún miembro de la tribu de los luthigh sería capaz de actuar contra nadie sin un conocimiento cara a cara.

Un famoso animador irlandés de late shows hizo labores de edecán, puso frente a frente a los dos, pronunciando en voz grave los nombres y apellidos de ambos. El aborigen con su nombre indígena, un apellido nativo y otro bastardo. La Reina Madre, con su nombre de pila y su nombre regente, con sus doscientos catorce apellidos aristocráticos, algunos de ellos cambiados a través de la historia por intereses  políticos o sucesorios.

Encantado, susurró Amaroo Heng Johnson

Besos no, respondió, Isabel II,  emulando aquellas prostitutas de la época de Jack the Ripper, que tenían pánico al contagio de la gripe española a través del aliento de los lores.

Después un plano picado de la estancia, de la cama, del tocador lleno de los accesorios acostumbrados: crema lubricante, condones, toallitas húmedas, clínex de color salmón, espermicidas que no fueron necesarios, dilatadores anales que tampoco se utilizaron, etc.

El resto de la escena es fácil de imaginar.

 

N del A; Desde aquel día una ola de terror azota diferentes monarquías. Los Borbón-Anjou españoles, los Grimaldi monegascos, los Orleans-Bonparte franceses, los Saboya italianos y casi todos los reinos que se dedicaron a expoliar territorios de ultramar, han adquirido la costumbre de no dar nunca la espalda a un extraño. Están acostumbrados a deslealtades, felonías y traiciones cortesanas, pero no desean que les peten el culo de un pollazo judicialmente consentido para subsanar las barrabasadas cometidas por sus antepasados.

 

CASTELLS (ara que es parla de tot menys del que s’ha de parlar)

El director del centre de tutelatge de menors  -altrament dit reformatori–  va prohibir a la monitora d’activitats folklòriques i tradicionals que tornin a fer-se cursets de castells. (1)

Cuan ella va volguer saber el perquè de la negativa li va mostrar una fulla de càlcul, amb números i estadístiques. I va afegir:

         — Cada diumenge se’ns escapa l’enxaneta. (2)

         — No pot ser… (va dissimular el ploramiques del guarda que vigilava la sala)

     — Sí. Amb l’alçada de la colla arriben fins a dalt de la reixa, i amb la faixa es despengen fins al carrer.

(1) Torre humana que puede llegar a tener muchos metros de altura, dependiendo de los miembros que la formen y del equilibrio que mantengan.

(2) Ultimo participante de la torre por la parte superior.  Generalmente un niño de corta edad y poco peso.

EL NEGATIVO

 

Come here baby, you know you drive me up a wall

Me contaron la historia en cinco minutos de un martes por la tarde. Una historia tan sencilla y habitual como cualquier otra. El jueves la historia seguía dándome vueltas en la cabeza, era como esas canciones de los noventa que a veces suenan por la radio y te acompañan todo el santo día. Hoy miércoles de una semana después no he conseguido sacarme todavía el tema de la mente, por eso la escribo, para exorcizarme. Y como bien manifiesta Ariel porque no me queda más remedio, porque me intoxico si no me saco la tinta de las venas cada cierto tiempo

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Girl, you got to change your crazy ways. You hear me?

Es la típica y tópica historia de dos amantes, cada uno con su mundo particular. Ella veintitantos cerca de treinta, él ya había conquistado de sobra cinco décadas. Ella alojada en su apogeo como mujer, con unas tetas perfectas y unas caderas como para construir un refugio nuclear y esperar allí a que nunca cesen las guerras; él un poco más percudido, gambeteando al colesterol y al ácido úrico, peinándose a contracorriente cada mañana para disimular una alopecia cabrona. Ella con unos ojos árabes que hipnotizan, él con unas ojeras de no dormir desde que Sebastián Elcano estuvo de farra con los patagones. Ella con sangre picunche circulando por sus arterias, él medio chango y medio ni se sabe. Seguro que algún espabilado con estudios, al observar la diferencia de edad, viajará hasta Jung e identificará el complejo de Electra, o a la destructiva Lolita o al sonso de Pigmalión. No tiene ni puta idea. Las relaciones entre personas son lo único aleatorio e ingobernable de esta vida.

 

That kind of loving turns a man to slave

Desconozco exactamente los comienzos de esa relación aunque seguramente sea lo de menos, solamente sé que ambos se atraían y que a pesar de estar en órbitas diferentes -distintos matrimonios, distintos empleos, distintas vidas- coincidieron en una misma cama. El nexo común entre ellos es el sexo, eso sí lo tengo bien claro. No hay nada más incombustible en este mundo que el sexo, ni creencias religiosas ni ideologías políticas, ni reacciones químicas descontroladas ni colisiones de átomos acelerados; nada, pero absolutamente nada, tiene más empuje que dos animales encelados. Ella es de esas mujeres que folla como si se fuese a morir mañana, y él es de esos hombres que no conocen la palabra  prisa. Los productores alemanes de porno bizarro se tapan los ojos en cuanto ellos se quitan la ropa. El dolor es parte del placer, y con esa premisa convertían los inviernos australes en primaveras de varias horas.

 

That kind of loving sends a man right to his grave

Cada sábado de madrugada el país es santiguado por dos terremotos, uno comienza en San Marcos de Arica y termina en el estrecho de Magallanes, el otro es una cremallera que va desde El Tabo hasta Trapatrapa. Sin embargo ella es inmune y sigue durmiendo, la gente llora, grita, se desespera. Ella no. Pucha que fome, murmura, y se arrebuja entre las sábanas a dejar que pase el seísmo. A santo de qué le van a molestar unos corrimientos de tierra, son una memez comparado con los cataclismos telúricos provocados por sus orgasmos; ella y su amante han cuarteado la cúpula celeste trece veces este mismo mes; los chupones en su cuello y en su culito de potra salvaje hubieran bastado para desecar el Pacífico, el néctar torrencial que llovía de sus bragas en momentos de clímax hubiera podido desbordar el Amazonas.

 

That kind of loving make me want to pull down the shade

Todas las historias de este tipo acaban mal, muy mal. Generalmente alguno de los cónyuges ajenos se cansa de soportar el peso invisible de las cornamentas y desbarata la armonía establecida. Aquí no fue así. Todo empezó a desmoronarse rápidamente después de un lustro. Él dejó de acudir a las citas programadas con la excusa infantil del olvido, dejó de enviarle whatsapps aduciendo ignorar el funcionamiento del teléfono, trastocaba las fechas de natalicios y defunciones, ya no le decía suavecito al oído mi puta rica en los instantes de fogosidad, ahora la llamaba María Engracia Fuensanta, el nombre de  una bisabuela paterna nacida doscientos catorce años atrás. Una desidia del copón se había instalado entre ellos en cuatro días. Un tiempo después el amante ya no apareció más ni volvió a contestar a sus llamadas.

 

That kind of loving now I’m never, never going to be the same

Ella regresó a sus rutinas cotidianas, cocinó el plato preferido de su marido, preparó las fiestas de cumpleaños de sus chicos, enmarcó los dientes de leche del más pequeño y se compró unas enormes gafas ahumadas. A ella le ha quedado una mirada como de estar esperando el fin del mundo y no quiere volver a ver nada que no pertenezca a su círculo de confort. Se levanta por las mañanas con las mismas preguntas enredadas en el pelo: ¿por qué se ha ido? ¿se aburrió de mí? ¿Ya no se le ponía dura? ¿dónde va a encontrar un lujo como yo? Preguntas que nadie puede responder.

Hoy, muchos años después, ha dejado morir de hambre a las incógnitas, simplemente suspira un deseo: Ojalá no te puedas olvidar de mí, viejo cabrón.

 

 

I’m losing my mind, girl, because I’m going crazy

En la otra punta de la ciudad, en la octava plata de un edificio aislado, un grupo de ancianos miran sin mirar a través de las ventanas, una mujer vestida de enfermera también los mira sin verlos. Algunos andan con bastones, otros permanecen en sillas de ruedas, pero todos tienen algo en común, son enfermos terminales de Alzheimer. Ya han perdido el habla y la coordinación, se mean y se cagan encima, toman papillas de bebé cinco veces al día porque ni siquiera recuerdan como se mastica. Un televisor parpadea imágenes en diferido de los terremotos, el volumen en mute, y uno de aquellos vejestorios impedidos gira sin cesar su cabeza de un lado a otro, le llaman el negativo, porque parece que siempre está desaprobando cualquier cosa con ese movimiento repetitivo de la testa. En realidad es un truco que ha encontrado el pobre desgraciado para no perder sus últimos recuerdos, sabe que si agita constantemente el caldo de zanahorias en que se ha convertido su cerebro pueden permanecer a flote sus tesoros más preciados. Entre la sopa turbia que se cuece dentro de su sesera reaparece aquella mujer que un día le hizo entender el misterio de la Santísima Trinidad a partir de un buen polvo; aquella mujer que para volar no necesitaba tatuarse mil mariposas en la espalda, no más necesita un trozo de cielo; aquella mujer que con una sola mirada de gata en celo enderezaba el mástil de su vieja nao, aquella mujer a la que renunció voluntariamente antes  de que una hijaputa y prematura demencia senil lo hiciera a la fuerza.

Crazy, crazy, crazy for you, baby.  You turn it on, then your gone

Poceluis

 

Cada 21 días: Fuera máscaras

Después de varios años es lo mínimo que puedo hacer…

Pluma Salvaje

No puedo explicar cómo ha cambiado mi vida en un año y cinco meses desde un diagnóstico que me rasgó el poco velo que me quedaba de Alma… Total, a mí ya me la habían robado algunas circunstancias desagradables… Muy desagradables, harto desagradables, demasiada humillación para mí como mujer, como persona, como pareja enamorada, hija abnegada y trabajadora incansable.

A día de hoy poco me importa quiénes ayudaron al hurto de mi verdadero sentimiento. Yo, teniendo claro a los culpables del vilipendio, prefiero callar para no procurar mal ajeno. Pero no elucubren ustedes… La que suscribe, que creía en el bien por naturaleza de todo ser humano, sabe hoy que sí es verdad que existen personas «malas» que sólo se complacen en el sufrimiento ajeno. Sigo guardando con celo sus nombres por pudor y por no herir a quienes quiero. (Supongo que el paso del tiempo y mi proximidad a la muerte…

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SABANAS SUCIAS

Este lunes me desperté confundido y con la boca confitada. El domingo concluía y acechaba una noche más de insomnio, pero esta vez fue placentero, dormí poco pero de una manera acompasada.
Lo extraño fue despertar con un regusto en la boca a melocotón y azafrán. Y las sábanas sucias.
Ahora que ya llegó el calor duermo en pelotas, por lo tanto las manchas en las sábanas fueron debidas a una polución nocturna, cosa que no me pasaba desde… ni recuerdo cuándo. Busqué el origen de todo eso en mis sueños hasta que di con él. Había soñado con un cuerpo, con una mujer de senos adolescentes y coño de funambulista, con una mujer de lenguaje lascivo y bemba provocadora. Seguí desmadejando el sueño a pesar que el muy cabrón desaparecía cuanto yo más intentaba visualizarlo: tuve sexo con esa mujer aunque estoy convencido de que ni siquiera llegamos a follar, fue sexo de caricias y lametones, fue sexo de abrazos y palabras. Mi lengua y su lengua buscaban y encontraban todos los agujeros de nuestros cuerpos, mis manos y sus manos se aprendieron las virtudes y los defectos de nuestras pieles. Dibujamos un mapamundi post-colombino a través del tacto, yo intuí el canal de Panamá entre sus tetas y la fosa de las Marianas bajo su pelvis, ella se encargó de erigir y coronar los varios ochomiles que emergieron aquella noche.
Y todo esto sucedió en unas pocas horas de sueño, en un terreno liberado  y alejado de cualquier legislación.
Jamás pensé que unas imágenes o unos recuerdos me provocarían excitación onírica. A mí es fácil ponérmela dura, lo reconozco, con fotografías, con palabras, con acentos, con pensamientos; cualesquiera de esas armas femeninas es capaz de empalmarme, pero hasta ahora ninguna mujer se había metido dentro de mis sueños.
Ahora ya es tarde para prohibirme que la piense, ya no es cosa mía ni de mi polla, ahora es cosa de mis sueños, y ahí no mando yo.

Un hombre-niño sigue pidiendo con insistencia que alguien le dibuje un cordero mientras un zorro se relame tras las dunas. Creo que en este caso el cordero fui yo.

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ANATOMIA DE UN REMO

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Bendito sea el caos, porque es síntoma de libertad.

(Enrique Tierno Galván)

 

Todos permanecíamos sentados en aquel banco corrido de la comisaría; bueno todos no, faltaba Deolinda, pero estaba el resto de la manada: el Shin Chan, el Ukelele, los Blaumut, y yo misma, la Gata. Juntos, callados, desorientados. Un policía caminaba en línea recta a dos palmos de nosotros, muy despacio, con una mano se sujetaba la otra por detrás de la espalda y durante cinco segundos se paraba delante de cada uno para escanear mentalmente nuestra jeta. Cuando acabó con el último dio media vuelta y deshizo el camino. Aquel perro con uniforme bajó la vista al suelo y sin dirigirse a nadie en particular preguntó:

 

 -¿Cuándo coño tenéis pensado comenzar todo esto?

 

 

-EL REMO SE COMPONE DE TRES PARTES: POMO, PERTIGA Y PALA 

 

1) El pomo

 

Urbanística y socialmente parece todo muy fácil. La ciudad se divide en distritos y barrios,  la población en clases, en estratos,  y el porvenir en  etapas. MENTIRA, eso es lo que ellos desean, pero todo es muchísimo más complejo. La ciudad tiene sectores y territorios, con sus fronteras que cambian sin saber por qué, la población son tribus con jerarquías, con reglamentos. Y el futuro es una putada tras otra.

 

Además de todos esos grupos están las manadas. La manada no tiene normas ni territorio, es nómada, por eso mismo es más difícil destruirla. La manada no tiene ni código penal, ni código civil, ni leyes. Solamente existe una regla no escrita: si tú me jodes yo te jodo.

 

La ciudad por sí sola es un hábitat difícil y quienes la controlan solamente pretenden eliminar a quien no está bajo sus zarpas, y las manadas estorban; quieren exterminarnos. Les molesta que las manadas no se integren, que vayan por libre. A las manadas nos importan una mierda sus guerras de banderas o sus leyes anti-todo,  nos la trae flojísima si el/la alcaldable es un hij@deputa de traje azul o un hij@deputa de sudadera roja, nos la sopla la buenaventura del boom turístico o la sangría  salvaje de una T-mes (1), ni nos va ni nos viene que la esperanza de vida sea mayor o menor según la parada de metro donde te bajes (de Sant Gervasi  a Poble Sec pueden ser hasta diez años). Por eso mismo a veces es necesario darle una sacudida a la ciudad y ponerla del revés.

 

 

 

2) La pértiga

 

El Ukelele. Es un africano enorme, descomunal, con la fuerza de un elefante testarudo. No hace mucho que ha llegado a la manada, pero es de fiar. Camina renqueando porque el salitre marino mezclado con el queroseno de la patera donde viajó le ha dejado cuarteada la piel de los tobillos y de los pies; no puede correr. Tiene un nombre impronunciable por eso le llamamos Ukelele, años más tarde supe que esa palabra sirve para denominar a una guitarra hawaiana, pero a él le queda bien. A su madre, una senegalesa que los domingos se pone unos vestidos de flores imposibles para rezar en la iglesia animista,  la llaman la Tin iuro (diez euros) porque es lo que pide a las mamás turistas en la Barceloneta por hacerle unas trencitas de colores a las niñas, y también es lo mismo que pide a los papás turistas por chupársela en cualquier callejón detrás de la Boquería. Sé que Ukelele es de fiar porque conozco su secreto, tiene un bonsái entre las piernas a pesar de ser descendiente de zulús o de mandingos, y ese trauma le provoca un miedo terrible a quedarse desnudo y con luz frente a una mujer, por eso mismo es tan pacífico y letal, aguanta lo que le echen hasta que se levanta y te da el abrazo del oso, ese tipo de abrazos que te va dejando sin respiración y el cerebro no te permite coordinar una defensa en condiciones. A veces, pocas, cuando va muy justo de dinero, se va  a merodear por detrás del castillo de Montjuïc, siempre encuentra algún alemán  pedófilo despistado a quien darle su abrazo y robarle, el Mataleón lo llaman en el argot de los delincuentes. El Ukelele se lleva bien con los negros brasileros, con los negros haitianos, con los negros africanos, con cualquier negro.

 

 

El  Shin Chan. Es un chino de segunda generación, habla perfectamente español, catalán y mandarín. Está harto del todo a cien donde trabaja entre semana y  del restaurante japonés donde trabaja el weekend. Es un artista. De todos los que componemos la manada él es el único que sabe hacer algo creativo; con un cutter de plástico y acero sabe sacar un delfín de una zanahoria,  escribe letras capitalinas en el lomo de una sepia, hace aparecer una miniatura del Guernica en la cascara de una naranja, dibuja mapas inventados en una raja de sandía, o un croquis a mano alzada de la planta de la Sagrada Familia en un grano de arroz, sabe hacer figuras preciosistas en cualquier material comestible. Aprendió ese arte a base de decorar la guarnición de los platos del restaurante, pero se aburre de hacer siempre lo mismo. Creo que si hubiese tenido la oportunidad podría haber sido un  cirujano estético de los mejores, pero es chino y nadie se fía de los chinos.  Está en buenas relaciones con cualquier asiático de la ciudad.

 

 

 

Los Blaumut. Son dos gemelos gorditos marroquíes que no llegan a los catorce años. Un misterio rodea su nacimiento: por el volumen de la panza de su mamá -y por aquellas enigmáticas ecografías unidimensionales- todos aseguraban que de allí saldrían trillizos, pero finalmente aparecieron dos gemelos, silenciosos, de mirada azul intriga y pasados de peso. ¿Selección natural? ¿Instinto de supervivencia? ¿O quizás el augurio genético de que las pasarían putas en el mundo exterior? Nunca lo sabremos, pero yo creo que ése fue el inicio de un canibalismo encubierto: se comieron al más débil. Tienen nombres árabes muy parecidos (Mohamed y Muhammad) pero en  aquellos días estaba de moda un grupo musical llamado Blaumut y su canción del momento en youtube era pà amb oli i sal, que precisamente era el único alimento que les habíamos visto comer alguna vez. Deberían estar practicando algún Ramadán estricto y continuo, o por lo menos es lo que pensábamos, después a escondidas se pondrían ciegos a comer de todo, seguro. El primer día que llegaron se presentaron con sus nombres originales pero ante nuestra imposibilidad de recordarlos y diferenciarlos decidimos ponerles el sobrenombre de los Blaumut. De manera indistinta responden uno u otro, como si fueran un ente indivisible; ellos aceptaron el cambio de nombre de la misma manera que un ciego acepta que los colores tengan apellido: azul marino, rojo fuego, amarillo limón, verde botella. Los gemelos tienen una educación exquisita, siempre saludan y estrechan la mano, la misma mano que luego se llevan al corazón y susurran ‘salam aleikum’, sonriendo con esos ojos azul traición, aunque en realidad parece que digan ‘Te voy a arrancar los hígados para comérmelos mirando a la Meca’. Son indispensables en la relación de la manada con cualquier musulmán de la ciudad, sea del país que sea, también tienen contactos entre los hindúes, los pakis, los argelinos y en general cualquiera de piel oliva.

 

 

Deolinda. Es una gitana portuguesa y una pieza clave de la manada. Hubiera sido muy fácil ponerle un alias, cualquier apodo que hiciera referencia a su origen o a su raza  ya encajaría, pero tiene un nombre tan bonito que nadie fue capaz de imaginarse llamarla de otra manera. Ya se sabe que las gitanas son putas por naturaleza, pero eso no impidió que la aceptáramos, nadie es un santo entre nosotros. Se lleva bien con todos los clanes gitanos, desde Ciudad Meridiana a  L’Hospitalet, y desde Montbau a La Verneda, tiene lazos genéticos con los rumanos, trapichea con los rusos, se va de birras con los italianos y  habla de tú a tú con los filipinos. Deolinda es una gitana que todavía no ha parido, por eso conserva ese cuerpo voluptuoso, de caderas generosas, de tetas bailarinas, de sonrisa pícara. Deolinda siempre viste de colorines, pendientes de aro generoso, el pelo recogido en un moño alto y unos leggins de cebra, o de pantera, o de tigre, o de cualquier bicho selvático, unos leggins apretados que le hacen un culazo hipnotizador. Deolinda siempre va por su cuenta, sin más compañía que sus problemas, pero supe desde que la vi que nos hacían falta sus contactos para iniciar la tormenta del caos. Una noche de  tequilas sin limón y porros de amapolas saharauis hice lo que ya hacía mucho tiempo que tenía ganas, en un descuido de risas químicas metí mi lengua en su boca y mis dedos por delante de sus leggins, empecé a jugar con todos sus labios, cuando conseguí que sus humedades, tanto las de arriba como las de abajo, fuesen magma a punto de desbordarse entonces paré; me dijo de todo: guarra, calientachochos, puta, etc. Pero a partir de aquel día la tenía rendida. Son trucos de gata escarmentada.

 

 

 

Yo, la Gata. De mí debería hablar otro, solamente decir que no me gusta la cocacola, ni los peluches, ni pagar por cosas que deberían ser gratis. Que llevo el cabello corto y mis senos son pequeños, ambos pinchan si los acaricias a contrapelo. Que me gustan los helados de stratcciatella y meterme en la cama con personas complejas (lleven falda o pantalón). Que tengo sangre felina desde pequeñita, que salto y muerdo y araño antes de que el otro lo haga. Que no soy fiel pero tampoco traicionera. Que nunca tengo un plan B y por eso me doy de cabeza continuamente. Y que esta ciudad, o mejor dicho, la gente que la habita se merecen una segunda oportunidad. A mí me respetan los dominicanos, los colombianos, los ecuatorianos, los latinos, todos; saben que no soy como ellos pero podría serlo. Yo soy la encargada de pronunciar la palabra clave para que la ciudad sufra un tsunami de rebeldía

 

 

3) La pala

 

Si las cosas se hacen cuando toca es fácil que salgan bien. No hay que atacar a las instituciones, quemar un Starbucks o apedrear un Zara no sirve de nada. El Parlament, La Caixa o la Torre Agbar simplemente son edificios, simplemente son máquinas para hacer dinero. La gente es la que logra que funcionen sus engranajes, hay que evitar que la gente llegue hasta ellas, hay que evitar que nadie esté en su sitio, hay que evitar que el capital genere más capital. Hay que paralizar la ciudad.

 

Podría ser así:

 

Tiraremos sacos de yeso por los puentes que cruzan la Ronda de Dalt y la Ronda Litoral, leves accidentes de tráfico provocarán trombosis en esas dos arterias. Los africanos se pueden encargar, son fuertes y no tienen mucha conciencia del mal.

 

Ataremos cadenas entre dos farolas de calles estrechas en Gracia, Lesseps, Ciutat Vella y Arc de Triomf. Serán ratoneras para el transporte rodado. Ya tendremos micro infartos en varios puntos de difícil acceso. Los chinos pueden hacerlo, son discretos.

 

Prenderemos fuego a contenedores de basura en el Eixample, en Sants y en Nou Barris. Varios camiones de bomberos intentado moverse en una ciudad atascada multiplica por mil el tumulto. Los metaleros rumanos conocen de memoria la situación de todos los contenedores, ellos lo harán.

 

Twitter y Facebook también ayudarán. Extenderemos falsas noticias sobre derrumbes en la catedral, explosiones en el puerto, escapes de gas en la Zona Franca o incendios en las Ramblas. Cientos de curiosos intentarán desplazarse para ser testigos. Las mentiras mueren pronto pero corren mucho. Los pakis y los hindúes con sus locutorios serán los responsables.

 

Durante la noche anterior habrá que inutilizar todos los cajeros automáticos que se pueda. La gente sin dinero se vuelve loca, y los fabricantes de dinero más todavía. A los rusos les encanta romper cosas, adjudicado.

 

Entre seis y nueve de la mañana hay que parar el metro. Todos los vagones tienen un freno de emergencia; pandillas de  latinos se dedicarán a ello. Un reguetonero loco en cada convoy puede hacerlo, se atreven a eso y más.

 

Y lo más importante: descolocar y poner nerviosos a los del poder perpetuo. Se organizarán peleas multitudinarias entre moros y gitanos -ambos grupos raciales se tienen ganas- delante de cada centro oficial, en los vestíbulos de la torre Mapfre, en el Auditorio, en la Cámara de comercio, en el Bussines Center, en las entradas de los grandes hoteles. Batallas campales en la Plaza Catalunya, en la Estación de Francia, en la parada de taxis del aeropuerto, en la Plaza Sant Jaume;  allí donde se reúnan los que nos putean tiene que haber un jaleo de la hostia. Los Blaumut y Deolinda tendrán que poner en movimiento a todas las hordas de su raza para que se partan la cara en esos enclaves. Si combinamos etnias y violencia gratuita seguro que se cagan de miedo.

 

 

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Todo salió mal porque alguien se fue de la lengua. Los días anteriores a organizar el tempo y la cadencia de las acciones hubo batidas de la policía advirtiendo a las demás manadas que no tolerarían ni un movimiento fuera de orden. Deolinda tampoco aparecía. Mi instinto felino me lo recordó: Las gitanas son putas por naturaleza.

 

 


 

 

 

Que todo cambie para que todo siga igual.

 (Giuseppe Tomasi di Lampedusa)

 

 -¿Cuándo coño tenéis pensado comenzar todo esto?  No encontramos a la gitana, pero eso ya da igual. Ella me contó el cómo, solamente me falta saber el cuándo.

 

La pregunta se había quedado un buen rato haciendo eco en la sala, nadie respondía y aquel malparit murmuró:

 

-Putos críos anti-sistema...

 

Entonces, y solamente entonces, supe que habíamos ganado. Cuando te etiquetan o te catalogan sin conocerte es que andan perdidos del todo.

 

Y respondí con la palabra que daría paso al principio de su fin.

 

 –La barca empezará a moverse en cuanto un sólo remo toque el agua.

 

 

 

Provoca el mayor caos y alteración posible,

pero no dejes que te cojan vivo.

(Sid Vicius)

 

Mucho tiempo después nos encontramos a Deolinda cerca del campus de Bellaterra, seguramente se dejaba invitar a las fiestas de telecos para follarse alguno de aquellos universitarios prepotentes e inseguros, van armados con un Ipad y tabaco de liar, pero en el fondo son unos niños. Ella me sonrió con su picardía habitual y nos saludó hipócritamente, como si nada hubiese pasado, como si el chivatazo fuese una travesura sin importancia.

 

La manada no habló, no amenazó, no recriminó, no discutió. Actuó.

 

Yo salté como una gata sobre su cara, mi propósito era sacarle los ojos con las uñas, mi objetivo era morderla y arañarla, quitarle de la cara aquella hiriente sonrisa de traidora. Ella retrocedió y cayó sobre los brazos del negro, que la rodeó con ellos y empezó a unirlos muy despacito, Deolinda se ahogaba, le faltaba el aire, comenzó a ponerse azul. Sé que la intención del Ukelele no era asfixiarla, sé que esperaba a que alguno lo detuviéramos, pero nadie lo hizo. En dos  minutos de abrazo constrictor aquel sensual cuerpo de putón verbenero cayó inerte al suelo.

 

Y allí estábamos otra vez todos como al principio: juntos, callados, desorientados.

 

El Shin Chan se agachó junto a la gitana con esa postura típica de los chinos que parece que vayan a cagar, desenfundó su inseparable cutter y con metódica paciencia desmembró a la portuguesa en tacos perfectamente simétricos, luego se dio a elaborar en cada trozo de carne alegorías varias: signos del zodiaco, figuras del ajedrez, medallas olímpicas, esfinges egipcias, los diez mil guerreros de Xian. Desparramó toda la inspiración que nunca le habían permitido. Cerraron turno los Blaumut devorando, con su acostumbrado silencio, todos y cada uno de aquellos macabros canapés, no dejaron resto alguno.

 

 

Recordemos, una única regla: si tú me jodes yo te jodo.

 

 

 

 

 

Barcelona, marzo de 2015

 

 

(1) T.Mes. Abono de transporte público, el precio mensual es de 105 € para tres zonas, por ejemplo Mataró-Barcelona. En un contrato laboral de media jornada con un salario de 480 € supone casi el 25%, solamente para ir a trabajar a una mierda de fábrica.

 

 

Mi aportación a la segunda convocatoria de La Madriguera de Historias.

Ilustración del increíble Ache (Pau Alaña)

 

 

BÓSFORO

bosforo

Ella tiene tanta imaginación o más que yo, ambos lo sabemos. Hoy vamos a exprimirla un poquito, cada uno con los horarios trastornados de estar en puntos opuestos del mundo, con unos horarios cabrones que tienen sus propias coordenadas gps. Hoy vamos a jugar a imaginar.

Imaginemos su bósforo a media tarde, libre de textiles después de una ducha tibia de marzo.

Un bósforo natural del color de las panochas maduras, un bósforo rezumando olores y sabores que la industria jamás podrá imitar. Ahora imaginemos que a su bósforo llega una mano que no es la suya -la mía por ejemplo- y lo cubre totalmente. Esa mano -mi mano- lo abarca y lo aprieta hacia abajo, sin acariciar, solamente presiona sobre el monte de venus y deja pasar los minutos. Es una mano que se comporta con tosquedad, ruda en las formas pero no brusca. Ahora mismo su bósforo se siente aprisionado y molesto, desea que la mano haga algo, que se aparte o que inicie algún tipo de movimiento. O mejor, que se convierta en ariete y entre a empujones, rompiendo con todo, a explorar en qué parte de su coño nacen los tsunamis.

Pero la mano -mi mano- quiere jugar de otra manera. Hoy será distinto, raro. La mano entreabre un poco los dedos, el corazón y el anular se apartan lo suficiente como para que un moco de pavo incandescente salga a respirar. Algunos lo llaman clítoris, pero para mí es la polla de las tías, es el centro de gravedad de una mujer, es donde converge toda la sabiduría y puterío de una hembra; y como tal se merece máximo respeto y veneración.

Ese trozo de carne amorfa y palpitante que sobresale entre los dedos está preparada para ser lamida, besada, mordisqueada. Puedo pellizcarla, puedo escupirla, puedo volver a unir los dedos y provocar dolor, puedo liberarla de la prisión y dejarla abandonada a su suerte, o puedo acompañarla en el viaje hacia el orgasmo. Ahora mismo soy el dueño de la voluntad de su bósforo. Tengo el mismo poder que tienen ellas cuando me trabajan el rabo.

Pero hemos dicho que hoy íbamos a jugar a imaginar, también hemos dicho que ella tiene tanta o más imaginación que yo.

Ella tapará su bósforo con una mano -con la suya propia- e imaginará que es la mía. Ella separará sus dedos para que asome ese apéndice eréctil e imaginará que son los míos. Ella acariciará, pellizcará, escupirá, escarbará, mimará, palpará, y le hará todas las perrerías que yo –en la otra jodida esquina del planeta- estoy imaginando.

ONE, TWO, THREE … YOUR LITTLE MOUTH !!!

A todas las que alguna vez me han jodido el sueño,
y a las que en un futuro lo harán

 

Uno. Todo hay que decirlo: tu madre se gastó una fortuna en ti; los mejores dentistas privados, los mejores brackets de metales siderales, los mejores dentífricos y cepillos eléctricos, ¿y para qué? Todo eso lo hizo para que tuvieras una sonrisa perfecta y no para que te vayas metiendo el rabo de cualquiera en la boca.

 

Dos. Si supieras cuánto y cómo me ponen tus morros no le irías comiendo la boca a todos los payasos que te hablan con acento atlántico.

 

Tres. Yo estaba emperrado en follarte por la boca apretando tu cabeza contra mi polla, y tu te resistías mientras me mordías suavecito y murmurabas “feminazi”. Pero nunca te oí decir nada cuando era yo el que me comía el magma de tus profundidades, ya sé que lo hago bien, ya sé que te gustaba, pero hubiese agradecido cualquier palabra de aprobación.

 

Sin número. Supongo que ya estarás con otro o con otros. Supongo que ya no te encontraré en el porno que miro mientras deshecho recuerdos. Supongo que vuelvo a quedarme con las alas rotas. Supongo que tengo que dejar de suponer.

 

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LOKURA

loka

Ella se rocía con colonias de niño y tararea el Moon River de Louis Armstrong con un cigarrillo de reserva colocado a modo de lápiz en la oreja izquierda. Siempre le dijeron que tenía mala sangre y quizás sea cierto. Sus orines hierven en el retrete, su saliva desportilla la porcelana de las tazas, y sus lágrimas queman las flores de papel. Se volverá loca como su madre, auguraban sus consanguíneos, y quizás también sea cierto.

Desprende un olor a violencia que le hace crecer las uñas en la misma proporción que la rabia. Con ellas se entretiene buscando el nudo de raíces y gusanos bajo los tiestos de geranios, con ellas abre los mecanismos de los relojes y le quita la corona del tiempo, con ellas divide en dos a las salamandras y se desespera cuando cada trozo sigue su camino. Y sigue cantando el Moon River, ahora con el pitillo apagado entre los dientes para hacer más uniforme la voz.

Solamente nos atrevemos a urdir venganzas en los sueños, cuando el entramado de los hilos de las ideas y la espuma de los deseos se hace compacto, espeso. Siempre tenemos los ojos comprometidos a no llorar, y la predisposición a jugar a ser felices. Pero ella no, ella sólo distingue el zumbido nostálgico del Moon River perdiéndose por entre las hebras azuladas del humo del cigarrillo, que ya ha sido encendido y el humo de las primeras caladas ensancha sus pulmones

Ha puesto un conejo vivo a hervir, con las patatas y el arroz, y ha cerrado la olla a presión a fuego lento. Descubre la paz del mal. Arranca las cabezas de las hormigas y es capaz de oír sus gritos invisibles de dolor. Se ha pintado con rotulador rojo cruces y círculos por todo el cuerpo, desde los talones hasta el culo, desde las rodillas hasta las mejillas. El conejo reventó dentro del caldo y ella comenzó a bailar de una manera suave, con mucho cuidado en sus movimientos para no arruinar el arco de ceniza que se sostiene de milagro en el aire.

Bailó hasta que se cruzó con el espejo del dormitorio. Se vio desnuda y pintarrajeada, su estampa le delató la imagen de la locura. Entonces se dibujó con el pintalabios una pulsera en cada muñeca y una gargantilla en el cuello, y para borrarlos utilizó una gillette olvidada entre los cachivaches de depilar.

El cigarrillo consumido se le cayó de los labios, el persistente murmullo del Moon River se amortiguó, dejando paso al silencioso gorgoteo de la sangre ácida que brota de su cuello y llueve cuerpo abajo, por entre el canal misterioso de sus senos, sorteando el cráter del ombligo y confluyendo hasta los pliegues del triangulo maternal, y allí se confundió con una menstruación externa, acompañada por los acordes de una canción, que un poderoso negro hacía sonar por las ondas de una radio que enmudeció en el preciso instante en que ella dejó de respirar.

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Mi aportación en La Madriguera, Ilustrado genialmente por mi parejita Pau Alaña

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nombres

José Ángel

Giovanni

Saúl

Jorge Antonio

Adán

Luis Ángel

Benjamín

Carlos Lorenzo

Alexander

Cutberto

Mauricio

Jhosivani

Abel

Israel

Christian

Julio César

Antonio

Leonel

Israel

Miguel Ángel

Martín Getsemany

José Ángel

Marco Antonio

Jorge

Christian

Luis Ángel

Doriam

Jorge Luis

José Luis

Magdaleno

Everardo

Jorge Anibal

Carlos Iván

José

Emiliano Alen

Miguel Ángel

Jonás

Abelardo

Felipe

Marcial

César Manuel

Bernardo

Jesús Jovany

 

Solamente son nombres de chicos que así puestos en fila parecen que no signifiquen nada, basta con acompañarlos de la frase que dijo el papá de uno de ellos para que se me claven un poco más

Así como vivos se los llevaron, quiero que vivos los regresen…”

Ya sabemos todos quién son esos cuarenta y tres jóvenes mexicanos y lo que ha sucedido con ellos, no creo -o quizás si- que sea necesario volver a relatar lo que les han hecho.

Leí hace poco en un blog (y no recuerdo dónde, de lo contrario lo linkearía) que su autor estaba tan avergonzado de la masacre sufrida por los 43 normalistas que había tomado la decisión de no tener descendencia, se veía incapaz de mirar a la cara de su futuro hij@ y contarle cómo, porqué y de qué manera alguien había ejecutado tan terrible salvajada contra 43 chicos. Me dio qué pensar, quizás el remedio sea ése, dejar que el mundo se auto extermine.

Pero yo ahora quiero que me sigan doliendo esos nombres, por eso los vuelvo a escribir, para que no se me diluyan en el recuerdo como tantas otras irracionalidades.

José Ángel, Giovanni, Saúl, Jorge Antonio, Adán, Luis Ángel, Benjamín, Carlos Lorenzo, Alexander, Cutberto, Mauricio, Jhosivani, Abel, Israel, Christian, Julio César, Antonio, Leonel, Israel, Miguel Ángel, Martín Getsemany, José Ángel, Marco Antonio, Jorge, Christian, Luis Ángel, Doriam, Jorge Luis, José Luis, Magdaleno, Everardo, Jorge Anibal, Carlos Iván, José, Emiliano Alen, Miguel Ángel, Jonás, Abelardo, Felipe, Marcial, César Manuel, Bernardo, Jesús Jovany

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A MI MANERA

Kurt Cobain, el de Nirvana, toca los sábados por la noche en el QueTeMueras, un bar de la calle dos catorce, al norte de Seattle, medio atravesado en un suburbio de coreanos, de polacos y de gente que ya no sabe si su país existe.

Este frío cabrón de la costa oeste en noviembre evita que sus huesos se doblen como el plexiglás, y consigue que el aliento nebuloso se le escape de a poquitos por la boca, como esas hormigas que escalan sin prisas las botellas de bourbon barato.

En el QTM hubo tiempos de fiestas, de banquetes, y hasta de matrimonios, pero de aquello ya llovió, era cuando todavía la batería de los teléfonos móviles duraba una semana, cuando la gente se miraba a los ojos y hablaba, cuando los borrachos irlandeses no sacaban el revólver y se liaban a tiros en el local sino que seguían bebiendo hasta acabar abrazados y cantando Campos de Athenry. Ahora solamente paran por aquí algunos grupos de jubilados que no tienen dinero ni para ir a morirse a los cementerios de elefantes de Cancún.

Por eso Kurt ameniza los sábados por la noche con un repertorio ajeno para divertimento de esos abuelos, hace versiones pegadizas de aquellos éxitos noventeros de los Backstreet Boys, siempre pensando en las míseras propinas que le ayuden a costear un divorcio inacabable con aquella histérica de Courtney Love.

Lo último que sabe de Courtney es que ahora vive con una negra grandullona y desdentada, una marimacho afro que se enfunda un cinturón poronguero de cuero negro -armado con una polla del calibre veintitrés- y le da mambo del bueno por delante y por detrás cada vez que Courtney se deprime delante del espejo, porque el reflejo de ese fucking mirror no le miente, le dice a la cara y sin medias lenguas que ya tiene cincuenta otoños, que tiene el alma y las tetas caídas, que la sangre se le está volviendo sopa agria de remolacha por culpa de los anticuerpos del sida que circulan por sus venas desde el 98.

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El próximo domingo está anunciado que vendrá a cantar Nina Hagen, lleva tiempo preparando unos remixes de tres minutos con los temas de AdeleEntona de puta pena el Rolling in the Deep  ya que no es su estilo, pero una diabetes barriobajera le ha dejado los tobillos como columnas jónicas; ya no puede sobrellevar el ritmo desquiciado y punky de sus orígenes.

En el último control de glucosa un médico filipino que habla un inglés marine y portuario le advirtió: o se controla o le amputamos los dedos de los pies. Y Nina ha tirado todas sus sandalias de verano y se ha comprado calcetines de una talla menos. Es adicta a las Oreo y a los Emanems.

Pero esta es otra historia.

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De esto Carmen tiene parte de culpa.

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A ESTA CIUDAD LE FALTAN CALLES Y LE SOBRAN COCHES

Viernes. Octubre. 9:35 AM Un hombre descalzo camina entre las hileras de coches parados frente al semáforo en rojo de la Meridiana con Aragón. Pide limosna a los conductores, casi todos le rehúyen la mirada y –forzosamente- pacientes aguardan a que el semáforo se abra. A cambio de unas monedas ofrece clínex o un paquete de Tuc sabor original, nadie acepta las galletas. El hombre descalzo tiene la misma barba descuidada, los mismos dientes podridos por el tabaco, los mismos ojos de iluminado que el mismísimo  Cortázar. Él también podría escribir un cuento titulándolo “instrucciones para no ser feliz”, tiene un doctorado en mala suerte y va sobrado en másteres de reveses personales para poderlo publicar. Soporta el desdén de la vida tarareando en silencio el estribillo de una canción de Radio Futura: “eres tonto Simón y no tienes solución”.

Es un hombre triste.

 

Viernes. Octubre. 9:39 AM Una mujer gordinflona, cuarenta y pico años,  y con una depresión de caballo que la incapacita para trabajar espera en el paso de cebra a que el semáforo peatonal le dé vía libre. Su mirada ausente sigue el zigzaguear del vendedor de clínex. Las raíces obscuras de su pelo teñido de trigo tienen varios centímetros, algún experto estilista podría calcular el tiempo transcurrido desde la última visita a la peluquería, son como esos aros concéntricos del tronco de los árboles que señalan las primaveras cumplidas antes de ser talados. El Mambo Gozón de Tito Puente que bailó el día de su boda se le cruza como un recuerdo por la cabeza pero no es capaz de borrar la pregunta que le martillea toda la semana. ¿Cómo una mujer maltratada, abandonada y sin recursos le explica a su hija de ocho años que hoy las van a desahuciar del piso por impago reiterado y tendrán que dormir en un cajero automático o en la entrada de un garaje? Su hija es pequeña pero no es idiota, todavía es incapaz de entender porqué viven sin energía eléctrica, porqué llenan garrafas de agua en la fuente para lavarse.

Es una mujer triste.

 

Viernes. Octubre. 9:43 AM En el chaflán de la calle Rogent hay un coche mal aparcado, un Renault Laguna plateado, modelo antiguo de finales de los noventa. En su interior dos gitanos de Nimes hablan con ese francés goloso y lleno de tropezones que solamente pueden entender los de su rama. Un hombre joven con rastas y camiseta de Desigual se para a su lado, cruza dos palabras con los gitanos e inician un intercambio. El próximo sábado hay una fiesta de telecos y este joven quiere tirarse a una princesa de primero de ADE, ella le ha prometido entregarle su diamante depilado si él es capaz de hacerla volar, él piensa que un poco de ayuda química nunca viene mal, está equivocado. De las manos del universitario aparecen un billete de 50 y uno de 20, de las manos de uno de los gitanos aparece una bolsita con 2 gramos de Ketamina. Un rápido movimiento de prestidigitación y la merca cambia de propietario. Durante toda la transacción sonaba en la radio del coche la guitarra estupefacta de Angus Young eternizando el Thunderstruck.

El universitario no está triste y no tendrá tiempo de estarlo.

 

Viernes. Octubre. 9:47 AM Una hilera de párvulos caminan paralelos al carril bici de la calle Valencia. Van atados por la cintura con una cuerda y al principio de ésta los guía una chica de unos dieciocho o diecinueve años, lleva mechas azuladas en el pelo que le dan un aire falsamente alternativo. No presta atención ni al tráfico ni a los críos, está abducida tecleando en su smartphone. Dentro de veinticinco años todo seguirá igual, los niños serán adultos atados con jodidas obligaciones socio laborales, y estarán guiados por un líder que hace caso omiso a sus necesidades, que mira únicamente por su interés. La chica está en sus cosas, tiene un novio nuevo que la anda presionando para follar, ella le ha pedido un imposible. No le importan la mierda de trabajos que consigue a tiempo parcial (promotora, canguro, tele operadora), no le importan los cuatrocientos euros que ganará y que servirán para pagar las putas tasas de la universidad, no le importa la algarabía de esos críos que tiene que llevar del cole al gimnasio escolar y del gimnasio escolar al cole. Lleva las orejas punzadas de aretes, piercings en labio, nariz y ceja, quizás alguno oculto en un pezón, cada uno de estos sabotajes a la dermis son balazos mal curados de amores contrariados. Malú con esos agudos fatalmente  sostenidos está rompiendo los algoritmos de compresión de su Mp3.

Ella no está triste pero lo estará.      

 

Viernes. Octubre. 21:52 PM Un hombre desaliñado -que se parece a Cortázar y camina descalzo- sale del 24/7 de los pakis con dos bricks de vino barato, hoy cenará unas Tuc sabor original remojadas en tinto, esta mañana tenía dos paquetes de galletas pero uno se lo ha regalado por pura lástima a una señora en la parada del metro hace poco menos de diez minutos. Al final de la calle hay ruido de sirenas acompañadas por luces azules y amarillas, policía y ambulancia, mala señal.

Cortázar no es curioso pero quiere saber.

En la zona cero de la desgracia se halla una muchacha de vetas cobalto en el pelo con un ataque de histeria y atendida por los sanitarios, dos metros más allá una sábana de papel de aluminio tapa el cuerpo sin vida de un joven con rastas.

La muchacha al salir del trabajo se acercó a casa de su nuevo novio para negociar el imposible, para endurecer o aflojar las condiciones, no quiere otro desastre en los trámites del querer, no necesita otro agujero en su cuerpo con un pendiente de acero quirúrgico que le recuerde otra –la enésima- mala historia.

El novio para darse un valor que no le hace falta ha probado la mierda que le vendieron dos gitanos esta mañana, la keta estaba tan mal cortada que la dosis le ha explotado dentro de la cabeza, durante unos segundos ha creído ser murciélago sediento y ha saltado por la ventana en vuelo circular de reconocimiento buscando victimas propicias.

La policía acordona la zona e intenta hacer retroceder a los mirones, por la radio emisora del coche patrulla se solicita su desplazamiento urgente hacia la cercana estación de metro del Clot; una mujer se ha tirado a las vías del convoy, el maquinista no ha podido hacer nada para evitar arrollarla. En el andén ha dejado tres bolsas con ropa, dos cajas de libros y una niña de unos ocho años que llora desconsolada con un paquete de Tuc sabor original en la mano.

 

A esta ciudad le faltan sentimientos y le sobran tristezas.

pintada de A.B.

pintada de A.B.

BONNIE & CLYDE (y III)

 

– ¿A dónde viajabas con tu mamá?

– No lo sé. Al mar, como cada año

– Entonces te llevaré al mar. No te preocupes, iremos al mar.

Yo no iría nunca a Cuba ni a la Florida, ni siquiera a la jodida Venezuela, pero el puto niño sí que llegaría hasta el mar, porque cuando tú decías “no te preocupes” era palabra sagrada, era como decir que el mundo es redondo.

Sentamos al niño en la moto, en medio de nosotros dos, no teníamos cascos para los tres pero su cabecita quedaba protegida entre mi pecho y tu espalda. Creo que se durmió nada más entrar en la autopista de la costa a pesar de la mala posición y del runrún de la Suzuki Van Van.

Conducías concentrada a 80 o a 90 y no nos cruzamos ni un coche de la poli en mucho rato. Debían estar ocupados buscando a un niño rubio medio bobo por el aeropuerto. Yo cavilaba sobre nuestra situación y en todo lo que se estaba torciendo por momentos, aquella noche de sábado no debía terminar de aquella manera, con tu hermana cabreada como una mona porque le habíamos cogido sin permiso la moto, con el culo que me dolía de tanto rato ir de paquete, con los brazos tiesos de sujetar a un niño para que no se cayera y la cosa se jodiera del todo, y con un niño robado, sobre todo con un niño robado

Paraste en una gasolinera de esas que parecen una boutique, de esas que tienen de todo, de esas que cuando descuelgan la manguera una voz de locutora de radio te dice qué tipo de carburante has elegido y cuando has terminado te da las gracias y te recuerda que ellos siempre tienen mejor precio que la competencia. Sonreíste antes de decir separando las silabas “nos-que-da-mos-sin-naf-ta”, y sonreíste porque habías utilizado tu palabra adecuadamente, tu palabra recién aprendida.

– pero no tenemos dinero, no puedes llenar el depósito.

-Déjame a mí…

Y te metiste en la tienda en busca del empleado, vi como le hablabas con la cabeza un poco ladeada, con ese gesto que utilizas cuando quieres algo o cuando no quieres algo. Nunca habíamos atracado una gasolinera, por lo menos yo, y no sé si tú lo habías hecho alguna vez. Sí que habíamos robado ropa, y bebida, y música, y cosas que nos gustaban, pero nunca habíamos atracado a nada ni a nadie. Era muy mala idea atracar una gasolinera, sobre todo porque llevábamos un niño robado con nosotros.

Saliste contenta y metiste la manguera del surtidor en el depósito. La máquina empezó a escupir su líquido. El empleado nos miraba desde la cristalera e hizo un gesto cuando el tanque se llenó, sus ojos tenían luz. Era un marroquí joven de pelo rizado y dientes picados, de piel tiznada. A ti siempre te han gustado ese tipo de hombres, a los que puedes putear sin remordimientos porque la vida les ha puteado mucho más y sabes que lo tuyo no le hará el mínimo daño.

-¿Cómo lo has hecho? ¿Cómo lo has enredado?

-Fácil. Ese morito se hubiera comido, si se lo llego a pedir, un cubo de tocino por el Iphone 5 amarillo.

-El niño tendrá llantera en cuanto se percate, apuesto lo que quieras. 

-Y ahora ¿qué hacemos?

Eso es lo más me cabrea de ti, tu manera de desprenderse de los problemas, así, como quien no quiere la cosa; yo te seguía a todas partes, yo me dejaba enredar en todas tus locuras, yo nunca protestaba aunque presagiara tormentas de la ostia, y cuando tu ya te aburrías o te cansabas del juego descargabas tu responsabilidad sobre otro, sobre mí. Usabas el plural a tu conveniencia, a tu antojo.

Estaba enfadado, me puse muy serio y me negué a seguir, estaba hastiado de llevar a un niño robado, no éramos Bonnie y Clyde, ni deseaba acabar como ellos,  yo me quería volver a casa, me tumbaría a escuchar música, me fumaría algo que tenía de reserva en el bote de las monedas y me olvidaría de la venezolana, del niño y de la mierda de sábado. Te dije todo eso del tirón para que no me interrumpieras. Al acabar solamente sonreíste y me lanzaste un beso al aire. Entonces acunaste al niño en tus brazos con mucho cuidado para que no se despertara y lo llevaste hasta la tienda de la gasolinera. Volviste a ladear la cabeza, volviste a engatusar al marroquí, aunque ya no tenías nada que ofrecer a cambio de no sé qué. Te vi meterte la mano por delante del pantalón, como si te picara el coño, y luego te vi pasarle algo al moro. ¡ Claro ! ¡ Ahí es donde te guardas la tuja ! Joder, el hachís que sisaste a los dominicanos, jajá. Eres la polla.

 Luego saliste sin el niño.

-Mañana Mohamed subirá a Makaulkyn en un autobús que lo lleve a la playa. Vámonos.

Y volvimos a montar en la moto con suficiente nafta para regresar a casa.

Al incorporarnos de nuevo a la carretera miré el cartel luminoso de la marquesina de la gasolinera. Era uno de esos en los que las letras se auto escriben y corren de derecha a izquierda. Y comprendí en ese momento el significado de aquel sábado, de la vida, te comprendí a ti, a mí.

El rótulo era un bucle que se pude leer varias veces en un minuto: Gracias por su visita.  La estación de servicio de ALQUERIES DEL NEN PERDUT les desea feliz viaje.  Conduzca con cuidado.

 

ALQUERIES DEL NEN PERDUT

pincha para que se haga más grande

 

 

BONNIE & CLYDE (II)

 

En el aeropuerto cada puerta de embarque tiene su propia guardia pretoriana: un vigilante privado con chaleco amarillo para trastear con el equipaje, un policía nacional con chaqueta azul para olisquear en busca de sustancias prohibidas y un guardia civil con gorra verde para compulsar los pasaportes. A ese tipo de personas les encanta su merchandising particular. Con los seguratas del supermercado y los porteros de los clubes ya tenemos traza, tú les sonríes ladeando un poco la cabeza y les susurras con tono pícaro: es inherente a tu empleo que compartas genética con Forrest Gump pero te falta carisma. Ellos no entienden ni papa y yo aprovecho para esconder bajo la chaqueta un paquete de seis cervezas o para saltarme el torno, pero aquí, en el aeropuerto, ellos van armados con un fierro de fuego y hay que andarse con cuidado, son palabras mayores.

Tú estabas convencida de poder colarnos, solamente había que estudiar sus movimientos y aprenderse sus rutinas. Para ti era muy fácil, para ti todo se basa en rutinas. Una vez que discutimos sobre el tema me acabaste convenciendo de tu filosofía.

La discusión fue básica, y a la misma vez profunda:

– ¿tú tienes la rutina de cagar cada día?

– Sí, a la misma hora más o menos, ¿porqué?

– Porque la vida es eso, una cagada tras otra diariamente.

Por suerte para todos, menos para el niño, no te apetecía pasarte el resto de la tarde vigilando a los vigilantes, y nos fuimos al centro comercial a pedir tabaco. Los viajeros que esperan embarcar salen a fumar a los accesos de las tiendas, las leyes han cambiado y ya no dejan fumar dentro.

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Una señora alta, con vestido largo, pulseras de plata y gafas de sol fumaba unos cigarrillos mentolados que olían muy bien, a mí se me antojó enseguida probarlos y le pedí dos, uno para mí y otro para ti. La señora ni se sacó las Vogue para mirarme, me mandó a la mierda en cuatro palabras y empezó a renegar de cosas que no venían a cuento, que si la sociedad hace aguas, que si el maldito sistema bipartidista favorece a gente como nosotros, que si sería mucho mejor menos subsidios y más mano dura, y otras absurdeces por el estilo.

Detrás de la señora permanecía sentado sobre una maleta Louis Vuitton un niño de seis o siete años, su hijo, que siguió con atención la escena sin dejar de jugar con un Iphone 5 de color amarillo. Yo insistí a la señora en la cuestión de los dos cigarrillos y tú susurraste algo al oído del niño. Luego se dejó coger de la mano y entraste con él al centro comercial. Yo me olvidé del tabaco y os seguí.

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-¿Qué le has dicho a crío para que se venga contigo?

– Que me sé un truco para pasarse enterito el Candy Crush.

-¿De verdad te sabes un truco?

– Claro. Nunca hagas caso al juego. Si te indica que juntes tres salchichas rojas vete a por las bolitas azules o los cuadraditos verdes ¿No has visto la cara de puta que tiene la niña que sale entre nivel y nivel? Está ahí para engañarte, para sacarte el dinero.

Muchas veces llegué a pensar que eras clarividente, que podías ver la sencillez de las cosas con solo pasar una mirada sobre ellas.

El niño nos seguía sin dejar de mirar la pantalla de su teléfono, de vez en cuando le decías que caminara más rápido y el obedecía. Le llamabas Macaulkyn porque era rubio y medio bobo. En su medallita de San Jorge estaba grabado por detrás el nombre de Samuel y por megafonía anunciaban que se había perdido un niño, con las características del que nos acompañaba, que atendía por el nombre de Roger. ¿Se habría perdido otro niño, o Macaulkyn tenía varios nombres? Nunca lo supimos.

 

BONNIE & CLYDE

 

El sábado por la tarde robamos un niño en el centro comercial del aeropuerto.  No era nuestra intención cuando llegamos allí  pero a veces las cosas no salen como uno quiere.

Weekend y tan pelados como siempre, sin dinero para nada, ni para fumar ni para beber. La calle nos axfisiaba, no sabíamos hacia dónde ir ni qué hacer. Cuando el diablo se aburre mata moscas con el rabo, murmuraba Nati la frutera cada vez que nos veía pasar. Por eso cogimos prestada la moto de tu hermana y enfilamos la autovía en dirección al aeropuerto; durante el trayecto te escuché decir a través de la sordina de los cascos varias veces la palabra nafta.

La idea de aquel sábado era colarnos en un avión que me llevara a Cuba o a la Florida, a Venezuela no, a Venezuela jamás. Tú habías prometido llevarme.

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El verano pasado entramos una noche de viernes en una sala de merengue porque yo estaba obsesionado con tirarme a una latina, y tú me aseguraste que aquel era el sitio apropiado, que si allí no lo conseguía mejor sería que me olvidara y siguiera pajeándome con el vídeo de Maluca. La música de Calle 13 perreaba a todo volumen por los altavoces y hacía un calor del copón, el garito olía a lejía, a macho, a perfume de supermercado.

Mientras te dejabas invitar a cervezas y a mojitos -imagínate, una rubia natural con el pelo liso que fuma echando el humo por la nariz era todo un caramelo para aquella tropa de reguetoneros- yo le entraba a todas las morenas que me cruzaba, pero esos dominicanos pelones, con sus gorras de béisbol y sus pantalones caídos, están como para que los encierren, son perros rabiosos que me enseñaron los dientes un montón de veces, están todos locos, que si la banda, que si las jerarquías imposibles, que si la corona en la mano, que si tatuajes misteriosos, están  todos muy pasados.

Al final, ya de madrugada, tú estabas muy borracha, pero tenías una manada de aquellos perros a tu alrededor y estabas enseñándoles a liar con una sola mano; ese truco es mío, te lo enseñé yo, te enseñé a astillar un poquito de chocolate con una mano mientras todos miran la otra. Por mi parte yo había conseguido que una venezolana se viniera conmigo a los baños, era fea y repolluda, pero tenía muchísimas curvas.  Me la estaba pinchando apoyada en la puerta del retrete pero algo no iba bien, ella no paraba de decir papito papito, y eso me ponía de los nervios. Maluca y su Tigueraso fueron como una señal para mí, empezaron a sonar con demasiados decibelios y la peña se volvió más loca de lo que estaba. Durante un segundo miré a la venezolana a la luz del fluorescente y fue una visión patética: era más fea y más rechoncha que antes, sudaba, reía con una boca asquerosa, tenía el sujetador arremangado entre el cuello y el hombro, una teta por fuera del vestido fucsia y las bragas a medio bajar. La dejé allí. Yo ya la tenía fuera y me estaba quitando el condón pero ella seguía repitiendo papito papito; me fui antes de correrme, no soportaba esa falsa cantinela. Debe ser la única venezolana esperpéntica de todo el mundo que nunca podrá presentarse a un concurso de mises.

Desde aquel día ya no sueño con la boquita de Génesis Rodríguez ni con el culazo de Sofía Vergara.

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El día antes de robarnos el niño te habías quedado hasta las tantas viendo la tele: noticiarios, anuncios, concursos, teleseries americanas, y hasta una peli argentina que yo te recomendé pero que a ti no te gustó. Nueve Reinas. En esa peli aprendiste una nueva palabra, y cuando tú aprendes una palabra la utilizas continuamente hasta que la gastas, o hasta que encuentras otra que te fascine más. Sé que lo haces porque tienes envidia de mí, tienes envidia de que yo he leído más cosas que tú, yo sé más palabras nuevas que tú. Pero nunca te lo he restregado por la cara, tu sí.

De camino al aeropuerto llegué a escuchar esa palabra diez o doce veces: “No sé si tendremos bastante nafta, el depósito anda justito de nafta, no tenemos dinero para nafta, habrá que parar y robar un poco de nafta.”

 

 

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DOÑA MARINA (Malinalli Tenépatl)

 

malinche

MALINCHE

Anoche reuní a todos los hombres del mundo en mi casa, eran muchos más de los esperados. Algunos se quedaron en la entreplanta, otros se tuvieron que esperar por las calles.

Reuní a todos, a los listos y a los tontos, a los guapos y a los feos, a los altos y a los bajos, a los que dicen que la tienen grande y a los que se prueban braguitas de mujer, a los que tienen seis dedos y a los que les falta cerebro, a los que no se afeitan y a los que se pintan los ojos.  A todos.

Les pedí que me hicieran el favor de no robarme a mi Malinche. Les hablé de su pelo largo, de sus ojos de gata, del secreto de sus tetas.

Dialogaron entre ellos y decidieron por unanimidad (y esto es bien difícil entre tantas toneladas de testosterona) que sí, que de acuerdo, que no me la robarían. Como argumento les dije que ahora tengo dificultades tecnológicas, dificultades laborales, etc., etc. Supongo que me comprendieron o que me vieron muy apurado, no sé.

Pero entre tanto macho allí reunido siempre tiene que haber algún Judas cabrón, fue ese mismo el que preguntó: ¿y si la Malinche decide dejarse robar? Yo me encogí de hombros, ahí no se puede hacer nada.

Dos semanas después mi Malinche se fugó con Judas.

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MALINTZIN

Anoche reuní a todos los hombres del mundo en mi casa, eran muchos más de los esperados. Algunos se quedaron en la entreplanta, otros se tuvieron que esperar por las calles.

Reuní a todos, a los listos y a los tontos, a los guapos y a los feos, a los altos y a los bajos, a los que dicen que la tienen grande y a los que se prueban braguitas de mujer, a los que tienen seis dedos y a los que les falta cerebro, a los que no se afeitan y a los que se pintan los ojos.  A todos.

Les pedí que me hicieran el favor de no robarme a mi Malintzin. Les hablé de su pelo largo, de sus ojos de gata, del secreto de sus tetas.

Los hombres cuando se trata de retos imposibles, de empresas surrealistas, se tiran de cabeza sin medir las consecuencias. Decidieron apoyarme, juraron corporativismo a muerte por mí. Como argumento les dije que ahora tengo dificultades tecnológicas, dificultades laborales, etc., etc. Supongo que me comprendieron o que me vieron muy apurado, no sé.

Dos semanas después vi a mi Malintzin besarse con Ixchel, una lasciva princesa maya. Yo no había tenido en cuenta a la otra mitad de la población mundial.

 

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INDIGO

Cientos de niños índigos aparecieron varados en las playas de Sinaloa, los equipos de primeros auxilios trabajaron durante horas esforzándose en resucitarlos; sin éxito. El siglo pasado fue un problema con las ballenas, ahora -extinguidas éstas- han sido relevadas por el siguiente eslabón en la cadena de la inteligencia emocional.

Al amanecer, en la bahía de Topolobampo, los pacientes pescadores de peces espada apilan sus arpones y contemplan el espectáculo improvisado de ver emerger adolescentes, uno tras otro, con la mirada perdida, la piel añil y dando las últimas bocanas al aire salado del Mar de Cortés, para concluir su travesía suicida con unos estertores sobre la arena coralina. Cormoranes y garzas sobrevuelan sin saber bien lo que sucede. Este pasado invierno ha ocurrido más veces que en años anteriores.

 

Irrefutable ley universal: El final es un hermano gemelo del principio.

 

Los muchachos, hartos de ser escupidos en el patio del recreo, liberan a sus mascotas, ya sean dragones de Komodo o petirrojos de la Guyana. Cansados de pintar corazones de tiza en la pared entablan relaciones astrales con extranjeros que desconocen las palabras negativas.

Dejan de comer carne, vegetales e insectos para no propagar las bacterias de la malquerencia y del odio. Se alimentan de números autistas, de los ceros y de los unos sobrantes en los experimentos binarios. Apagan los televisores y escriben las coordenadas geoposicionales del cometa Halley sobre los caparazones de las tortugas de Carey. Un contrasentido.

Viajan en autobuses plateados Greyhound con un único destino: los puertos de mar. Saltan desde el muelle hasta el agua para empezar a nadar sin rumbo, como brújulas analfabetas, mientras gatos de cristal adelantan las horas silentes del apocalípsis.

 

En el instante preciso de caer al mar sus ojos no muestran miedo.

 

A los niños índigos les han robado todo, les han robado hasta el miedo.¹

 

 

(1) Aquí tenemos un enmascarado sujeto elíptico al que  se le puede poner cara y nombre: la sociedad, el sistema.

 

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TIENE LOS PIES SUCIOS Y LOS OJOS AZUL PERDICIÓN (spin off)

— SUGERENCIA: dale al play, volumen muy bajito, luego lee  —

 

 

Ella tiene los pies sucios porque siempre va descalza, dice que es su manera de estar en contacto permanente con la Tierra. Tiene miedo a salir volando de este planeta si alguna vez no lo siente bajo sus pies.

Nunca supe cómo se llamaba, solamente que tiene los pies sucios y los ojos azul perdición. En realidad no me importa su nombre, no es un dato indispensable. ¿O sí? Estoy maldecido a no recordar el nombre de ninguna, todo lo más que me viene a la cabeza son los detalles de su ropa interior, el nombre de su perfume, y el tono de su carmín. Por el mismo orden: no lleva, cualquiera que esté de oferta, Rouge in Love de Lancôme.

Sé que le gusta el color sepia, ese mismo color de las fotografías reveladas con nitrato de plata, o como el de las páginas de novelas que tratan de investigadores privados y rubias de nombre compuesto.

Ella habla de la gente muerta como si todavía permanecieran vivos, como si estuvieran en la misma habitación charlando de banalidades. Sin ir más lejos justo ayer dejó caer que Nicanor Parra le había confesado que está buscando dónde comprar un billete de autobús para ir a visitar al Cristo de Elqui. Luego se quedó mirando al infinito por encima de todos y con aire de estar esperando una respuesta. Yo dije que ni puta idea, que de antipoetas y de cristos ando justito, más bien nada.

También sé que le gustan las películas antiguas, los olores de animales extintos y el café hirviendo. La verdad es que todo esto son conjeturas, suposiciones. Ella no cuenta nada, va dejando miguitas de pan para que el resto –cualquier desgraciado atrevido como yo- encaje las piezas de su puzle.

Ella le cambia el rumbo a las palabras, las marea, las trastoca, las extravía. Cuando dice ahora quiere decir camaleón, cuando dice bizquera contagiosa significa literalmente estoy buscando unos pendientes de plata que perdió mi abuela en su viaje de bodas, y cuando dice un poco más de tequila, ande, sea bueno en realidad está diciendo imperativamente ¿quieres hacer el favor de tomar un avión y venir aquí? Se me está quedando el culo plano de esperarte sentada.

Ella empezó a levantar una pared de adobe y rastrojo en el preciso momento en que nos conocimos. Un muro con botellas rotas incrustadas en el borde de arriba. Un escudo de protección para mí, no para ella.

Antes de tener la más mínima oportunidad de insinuarme ella empezó a contar la historia que la trajo hasta aquí, hasta esta taberna de ambiente gaélico.

Más o menos fue así:

 …mi padre estaba escaso de dinero en un momento en el que le era muy necesario, entonces se le ocurrió vender mi virginidad  por diecinueve dólares con sesenta y siete centavos, el precio exacto de una entrada para asistir a la final de los Yankees. Ver al todopoderoso Joe DiMaggio sembrar jonrones bien valía mi odio eterno, yo no era más que una mocosa engendrada por descuido en una noche de tiroteos, sirenas y gente que nunca ve nada. Yo sería el premio gordo de una partida de póker entre varios capos italoamericanos, llegados desde los suburbios de Detroit hasta Nueva York aquel verano de mil novecientos cincuenta y cinco para ver la puta final de béisbol.

Las Vegas queda perdida en medio de un desierto y Atlantic City es tan decadente que acabaron improvisando una timba ilegal en la cocina de un bar de la Doce con Lexington. Las manos de cartas iban sucediéndose, los naipes eran remolinos alocados sobre el tapete, fichas de a dólar, de a diez, de a cien, rodaban de un lado para otro.

El dos de corazones no salió en toda la noche.

Yo esperaba sentada, tranquila y descalza, sobre un taburete alto. Bebía sorbos de algo transparente y reposado que me escaldaba la lengua; fumaba dibujando aros planetarios en cada calada. De vez en cuando saltaba al suelo para sentir el temblor del tren subterráneo bajo mis pies, para confirmar que todavía pertenecía a este mundo, después volvía a subirme en el taburete y continuaba esperando.

A veces la suerte sonreía a uno o a otro jugador. Entonces mi estrategia era mirar fijamente al ganador de turno, colarme en su interior a través de las pupilas y cambiar de sitio sus órganos vitales, convencer a las sístoles y a las diástoles que son judías y hoy es Sabbat, tejer trenzas con sus arterias, atrapar las muchas canciones de blues que un día escuché en el ferrocarril y dejarlas retumbando un buen rato en la cabeza de aquel pobre desgraciado.

Al amanecer declararon desierta la partida ya que a nadie le apetecía perder la razón e ingresar en un sanatorio mental por aquella quinceañera de ojos azul desastre y boca en forma de humo.

A partir de aquella noche estuve yendo al oeste de Manhattan todos los domingos del resto de mi vida, incluso aquel en el que Armstrong se bajó del Apolo a echar una meada en la Luna tras un viaje de trescientos mil kilómetros. Estuve yendo al edificio Dakota, precisamente donde matarían a John Lennon, donde el diablo violó a Mia Farrow, donde Holden Caulfield podría tener alquilada una buhardilla a perpetuidad; llegaba al atardecer y dejaba en el suelo un puñado de flores de parterre envueltas en papel de periódico. Aquella noche de póker los Yankees neoyorkinos habían perdido cuatro a tres contra los Dodgers brooklyneses y uno de aquellos cabrones italianos del boliche me hizo el mal favor de mostrarme en qué cimiento exacto estaba el cuerpo de mi papá, porque el pobrecito no había podido devolver el importe del préstamo…

Escuché toda aquella historia de timbas de póker, de apuestas inverosímiles, de cuerpos ocultos en el cemento, de mafiosos del medio oeste. Aguanté de cabo a rabo todo el rollo, vislumbré erróneamente que era sin más una táctica fantasiosa para no dejarme entrar en su cama.

Pero los síntomas de mi enfermedad –juventud, fanfarronería e inconsciencia- eran más fuertes que la precaución:

-Podría hacerte el amor toda la noche sin dejar de mirar esos ojos azul obsesión. Podría dejarte satisfecha solamente con mi polla y mis manos, sin perder de vista esa mirada de color azul mentira. Estaría horas y horas haciendo que se desbordaran tus orgasmos sin pestañear ni un segundo y continuaría hipnotizado por esos ojos azul incertidumbre.

-¿Y si no eres capaz? ¿Y si no eres bastante hombre?

-Prometo multiplicarme por dos, por tres, por mil, y consumar mi palabra.

-Cuidado con las promesas, a veces se cumplen.

Al alba los neones del motel dejaron de ser intermitentes, los repartidores de periódicos comenzaron su ruta esparciendo la vieja noticia del desastre de Vietnam. No tuve más remedio que rendirme:

-No puedo más, dentro de ti he visto el infierno, y no es rojo. Es azul.

Ella tiene los pies sucios, los ojos azules y muy mal genio, como si ocultara una ciclogénesis bajo las uñas:

-Tendrás que desdoblarte, triplicarte, multiplicarte, tal como prometiste, o acabarás siendo el tipo que vende armónicas a los presos de San Quintín, y aprovecharás los días de visita para tener un bis a bis con una cuerda, yo misma la ataré a tu cuello por un extremo y a las cañerías que cruzan el techo por el otro.

Desde aquel día me llaman el Hombre Doble, y permanezco siempre de pie en contacto con la Tierra. Es la única manera de tener algún lazo con ellas.

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A QUIEN CORRESPONDA

A ti, poeta de sonetos imperfectos, de musas melancólicas, de versos adobados, a ti te quiero decir un par de cosas:

A la Poesía ya no le gustan tus atardeceres de hojarasca moribunda ni tus miradas de glaciar herido. A la Poesía también le aburren tus puñales plateados hendidos en la claridad del alba y tus lágrimas inundando los infiernos del desamor.

La Poesía me ha dicho que está harta de tus tiempos verbales imposibles, de tus pretéritos alejandrinos, de tus condicionales mentirosos. La Poesía necesita que la reescribas olvidándote de la dictadura de la métrica, que te conviertas de una puñetera vez en anarquista del instinto, en un nihilista de la sangre, en el mejor iconoclasta del nervio.

La Poesía prefiere escuchar una sola vez “dame bien y duro por donde más te guste” a leer miles de vecessiento tus cataclismos infinitos recorrer los laberintos sedientos de mis entrañas”.

La Poesía quiere que le pellizques el culo por sorpresa, como cuando aquella tía buena del Zara te dijo que tenía ganas de fiesta; le va mucho más que le cojas una teta viendo una peli del Tarantino, como cuando acabaste con ella en una habitación prepago. Se muere por sentir cómo le desenroscas suavemente un pezón, cómo le haces una calcomanía de tu lengua sobre la suya.

A la Poesía le encantaría que le comieras el coño.

También, poeta de mierda higiénico, te digo que la Poesía no es tonta ni boba, la Poesía es una mujer y tiene hambre. Que Bécquer, Rilke y su puta madre están muertos y enterrados, que ahora mandan las leyes de la piel.

 

LA POESÍA, COMO EL ARTE, SI NO TRANSGREDE NO ES POESÍA.

 

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EN MI BARRIO EL NIÑO DIOS SE ESTÁ DANDO UN PANZÓN DE LLORAR

– ¿Qué prefieres? ¿Teta, culo o coño? –preguntó ella sin perder la sonrisa ni el glamour, pero no de la manera en que ofrecería el complemento gratis de un Mac menú grande.

– Me es indiferente, no tengo manías. Tú misma. –contestó él, sin atreverse a catalogarla todavía. Las mujeres con las que trata a diario no acostumbran a ser tan directas.

– No. Has de elegir. Siempre tenemos que elegir. –insistió ella, bajo la dictadura de su sonrisa, recién estrenada por la mañana temprano.

– Entonces… culo. –terminó aceptando él, que no se decantó por las tetas para no parecer uno de esos tipos prehistóricos que sueñan con ubres maternales gigantescas, ni por el coño para que no adivinara que era más salido de lo que pudiera parecer.

 

Este pequeño dialogo bien pudiera pertenecer a una de las malas historias que me invento cualquiera de las largas noches de no dormir. Pero es real. Es verídico. Aún revolotea en el aire.

 

RESEÑA LITERARIA

No tengo aptitudes ni ventajas para aconsejar sobre libros, temas o autores. Es por ello que nunca lo hago a menos que me lo pidan. Tengo una suposición  bien arraigada: en el preciso instante en que aprendemos a leer se nos destapa el sentido del gusto por algún tipo de lectura o de autor. Después el albedrío puede cambiar, vamos aprendiendo sobre la marcha. Yo mismo descubrí a Bukowski hace un par de años (gracias María) y a Monterroso hace poquísimo (gracias Jan).

Hoy voy a hacer una excepción. Hoy hablaré de un libro y de su autora.

A finales del verano pasado una mujer de sangre caliente me confesó: Una de las pocas cosas que me baja la líbido es una mala ortografía. Y casualmente después me tropecé con el blog de Sabina, y como ella misma dice: padezco el mal de la extrema corrección ortográfica.

El sábado 22 fui a la firma de su libro

Casi nunca acudo a eventos culturales en Barcelona, por qué porque porqué tienen más de lo primero que de lo segundo. Huyo de la Feria del Libro típica y tópica, ese día es un gran ejercicio de mercadotecnia con todas las letras. Mi sueño recurrente es poder resucitar a Shakespeare y a Cervantes la tercera semana de abril, comprar dos motosierras y una videocámara de superocho para grabar un remake de la matanza de Texas en medio de la firma de libros por parte de cualquiera de esos autores modernos y  mediáticos; los otros, los escritores buenos que acuden a esa representación, sé que están puteados por sus editoriales, pero en el fondo no tienen ni la mitad de testículos que cualquiera de los protagonistas de sus libros, si los tuvieran serían capaces de negarse en redondo, de no prestarse a formar parte de ese paripé. También sé que tras esta afirmación muchos me pueden rebatir con argumentos de tipo empresarial y/o macroeconómico. No me interesan. En algún lado ya dejé escrito mi punto de vista sobre la creatividad y su patente. Las palabras, las ideas y las personas no tienen propietarios. Si leo algo de alguien y me gusta, o me interesa o quiero ampliar conocimientos sobre su obra lo busco en internet, siempre hay pdfs o epubs gratis por algún sitio, en caso contrario lo dejo pasar. Hay más gente escribiendo en el mundo que mosquitos en la albufera del Turia. Hago lo mismo con la música y con el cine.

Mi cambio de actitud con respecto a presentarme a media mañana en una librería del Raval para asistir a la promoción de un libro tiene unas cuantas variables a considerar. Algunas son: coincidencia del acto con mi tiempo libre (un milagro), cercanía del sitio (diez minutos en scooter desde mi casa) y que el ingenio de su autora es fresco y diferente a lo que se ve hoy en día. La tercera variable es la más significativa.

El libro-fanzine-panfleto en sí no deja de ser un recopilatorio de lo que aparece en su blog. Son ilustraciones a uno o a dos colores, el mensaje es lo más importante de cada dibujo. Es de agradecer que esté impreso en una calidad muy aceptable y que sea asequible: 5 euros , no creo que se haga rica. Aquí os darán instrucciones si lo queréis comprar, aunque ya he dicho que son cosas previamente colgadas en su espacio web. En el precio está incluida una dedicatoria ortosexual personalizada, y dos pegatinas para ser utilizadas en una cruzada que tenemos perdida. Digo “tenemos” porque me considero maldecido por ese mismo mal, los que me conocen han sufrido en sus carnes los efectos secundarios de mi dolencia.

 

CRONOLOGÍA

Este cartel de dos por dos plantado en mitad de la calle Serrano, en el Passeig de Gracia, en la calle Larios o en cualquier otra ciudad de cierta importancia, estaría rodeado de curiosos y moscones.

photocall

En el Raval no.

caso omiso

 

Lo mejor del acto fue el catering. Litros y litros del mejor champan francés, carretillas de caviar iraní y toneladas de foie en pan de centeno.

 

catering

Una muestra de lo que encontrareis en el libro, confieso que ésa penúltima página me ha servido de ayuda.

penúltima página

Mientras hacía cola para saludarla he tenido que apartar de mi mente el pensamiento de imaginarla utilizando el pichatón II. Y a la misma vez recordar que debo llorar más a menudo, aunque mis futuras erecciones quizás se vean resentidas.

Pero lo mejor de todo ha sido esto:

dedicatoria

-diez segundos antes mantuvimos el dialogo que encabeza el post-

 

 

Nota 1: No doy más detalles sobre el libro, sobre el blog, sobre lo que os podéis encontrar allí. Haced el favor de pinchar en los links.

Nota 2: No es rubia y sí es guapa.

en mi barrio el niño dios se está dando un panzón de llorar

En mi barrio el niño dios se está dando un panzón de llorar.

YO ODIO A BRUCE WILLIS

Bruce Willis cae bien a todo el mundo pero yo le profeso odio.

Lo odio porque nunca se acatarra aunque se bañe en cueros en medio del Antártico. Lo odio porque tipos con puños galvanizados le dan la de dios es cristo y poco después reaparece guapetón y recién afeitado. Lo odio porque se tiró a Demi Moore en su mejor época. Lo odio porque envejece bien el muy cabrón. Lo odio porque en las entrevistas sabe quedar convincente diciendo que no le interesa el dinero. ¡Ya! Y yo me lo creo; por eso continúa jugando sobre seguro, por eso continúa interpretando a John McClane en la saga Die Hard (Jungla de Cristal). Lo odio.

Pero mi odio va más allá de desearle un simple prurito anal.

Quiero y anhelo que algún guionista sea capaz de hacérselas pasar putas en su próxima peli. Debería ir al baño ocho o diez veces durante las dos horas que está en pantalla, para que podamos comprobar que su próstata le jode igual a él que a cualquier sesentón. Debería padecer la típica presbicia de su edad y equivocarse a la hora de cortar el cable rojo que desactiva una bomba en el último segundo. Debería dejar de ser tan superhéroe.

Sigamos con la bomba, que me ha gustado:

 

[SITUACION – EXTERIOR DIA]

Un tipo -terrorista de origen árabe, o un antiguo enemigo de otra peli, o quizás un chalado defensor de causas inverosímiles- coloca una bomba en un colegio del estado norteamericano de Minnesota (Michigan, Missouri o Mississippi también podrían ser posibles escenarios, me gustan los nombres de esos sitios). Un reloj digital sobre el artefacto explosivo inicia la cuenta atrás. Crudo Invierno. Carreteras nevadas. El equipo policial de desactivación se queda atascado por una avería de su todoterreno a dos kilómetros. El fatídico contador sigue abreviando los segundos. Bruce Willis, sin pensarlo y en mangas de camisa, se lanza hacia la escuela metiéndose hasta la cintura entre la nieve helada. Antes de llegar a la escuela hay una gatito atrapado en lo alto de un árbol. Una mujer, gordita, gringa, repelente, llora desconsolada. Él se detiene a rescatar al minino, sabe que tiene tiempo de sobra, sabe que desactivará la bomba en el último instante, ya lo ha hecho otras veces, en otras películas.

 

[SITUACION – INTERIOR DIA]

Por fin dentro del colegio. Una maestra y quince niños de entre seis y doce años. La maestra -rubia de tetas escasas y apellido irlandés, o morena de sonrisa perfecta y acento mexicano- casualmente había sido su novia en el primer año de universidad, después se perdieron el rastro porque Bruce estaba ocupado poniendo orden en el mundo con métodos poco ortodoxos. Los niños –hijos casi todos de padres divorciados que han olvidado ir a recogerlos- se reparten así: cinco rubios, cuatro morenos, dos afros, un hispano, un mohicano, una asiática y una pelirroja con brakets en los dientes. En cualquier aula de Minneapolis sería la proporción correcta, en pantalla hay que respetar las cuotas minoritarias.

Después de un flash-back rememorando dulces momentos con la rubia de tetas escasas o con la morena de sonrisa perfecta, después de calmar a los niños haciéndoles el viejo truco de sacarles una moneda detrás de la oreja, después de mirar a través de la ventana por si llegan los artificieros (que saben inutilizar bombas nucleares pero no son capaces de hacerle el puente a cualquier camioneta que se encuentren). Después de todas estas simplezas se pone manos a la obra. Bruce sabe que es fácil. Únicamente ha de cortar el cable rojo, o cortar el cable azul si el capitán le dice por el intercomunicador que corte el rojo. Abre la bomba y el guionista me hace el favor de poner cuarenta y ocho cables, todos rojos. El fatídico segundero apura el margen de maniobra. Bruce no sabe qué hacer, mira el reloj, mira a la rubia de tetas escasas o la morena de sonrisa perfecta, mira a los niños, todos calladitos, expectantes, confiados, sonrientes. Solamente tiene una opción, la más dramática, la más segura (segundo favor del guionista): Bruce sale corriendo del edificio con el tiempo justo para llegar afuera (salvándose cobardemente) y ver como el colegio explota en mil pedazos. Mueren los niños, muere la maestra, muere un bedel dormilón que estaba escondido en el sótano, muere una pareja de ancianos que viven en la casa de atrás, mueren los artificieros que han tardado media hora en hacer el mismo camino que Bruce hizo en cinco minutos, y hasta muere el gato travieso que se había vuelto a escapar para subirse a lo alto de la bomba.

Y aquí acaba la brillante trayectoria cinematográfica de Bruce Willis.

Odio a Bruce Willis porque yo no puedo ser Bruce Willis.

 bruce-mel-luis

Nota 1: Ándate con ojo Mel Gibson, que vas por el mismo camino que Bruce Willis, algunas de tus buenas películas se diluyen en la memoria cuando recuerdo la trilogía de Arma Letal (Lethal Weapon), te salva y a la misma vez te hunde que estás como un cencerro, que cumples todos los requisitos para naufragar tú solito (antisemitismo, homofobia, católico tradicionalista, alcohólico, fumador empedernido)

Nota 2: Admiro a Luis Tosar en Malamadre, él se hubiera meado en la bomba, hubiera hecho callar a los niños con una voz, hubiera sodomizado al bedel, a la rubia y a la morena, y después se habría fumado un cigarro habano saltándose cualquier ley antitabaco televisiva

ROBÓTICA

máquinas

Los hombres se fueron distanciando poco a poco de las máquinas, decían que éstas eran frías, poco románticas, casi frígidas. Hasta que un día -desencantados- las abandonaron a su suerte.

Los cortacéspedes y los motocultores quedaron olvidados en los jardines, dejando que la maleza y los hierbajos acabaran sepultándolos. Los coches y las motos se oxidaban irremediablemente en los garajes subterráneos, en las cunetas de las autovías, en zonas de aparcamiento prohibidas las quincenas alternas. Los ordenadores, las impresoras y los escáneres sangraban sus megabytes en los trasteros de las oficinas, sin que nadie se acordara de ponerles una tirita de emergencia.

Las máquinas llevaban media vida con los hombres, necesitaban de ellos, no eran nada sin un inepto que las estropeara de tanto en tanto; el embrague y el freno necesitaban un pie que los sometiera, el taladro de bricolaje y el secador de pelo necesitaban un dedo que les apretara el botón rojo de on/off.

Ellas hicieron un último intento de reconciliación -en eso se parecían a la vieja derecha europea con el sueño antiguo de que nunca nada debería cambiar-; las máquinas bajaron los decibelios de sus motores para ser menos agresivas con el oído de los niños, redujeron su consumo energético para ser más eficientes y adaptarse a las crisis fósiles, se tragaron sus propios humos de escape y sus residuos atómicos para no ensuciar más el planeta azul, que los hombres llevaban jodiendo desde el principio de los principios. Pero nada, el esfuerzo no sirvió para nada. Los humanos estaban reaprendiendo a construir sus vidas sin artilugios mecánicos, eléctricos o micro ofimáticos.

Las maquinas estaban faltas de cariño.

Y no podían consentir ese desdén, no era justo ese divorcio sin previo aviso. Sí, de acuerdo, tenían defectos de afecto, pero ya venían de serie, estaban mal diseñadas por sus inventores.

No se conformaron. Se hicieron autosuficientes. Buscaron su placer entre ellas mismas a falta de humanos que las mimaran…

Ahora en los multicines proyectan películas XXX exclusivamente para máquinas, erotismo y pornografía de alta tecnología, y en 3D: los pistones y los amortiguadores se lo montan con las válvulas y las juntas de culata en talleres plató, ellos llenos de grasa sintética SAE40W, ellas con tanga y pintaditas con aceite de motor; un martillo percutor con una broca descomunal hace un trío con una lavadora y una campana extractora, ¡qué vicio, qué vicio!; incluso dos home-cinema salen del armario y se introducen el mando a distancia por todas sus ranuras HDMI.

 

Nota: Ayer mi vieja Citroën me dejó tirado. Estuve acariciando su capó y hablándole dulcemente al retrovisor durante un buen rato. Ni caso. Creo que ha visto un túnel de lavado que le hace tilín.

LE LLAMAN TARANTULA

Se quedó calvo antes de los veinte; por leer cosas sucias decía una madre que nunca le quiso. Y él se ríe por dentro, porque para masturbarse no le hacen falta fotos ni relatos, le basta con su imaginación. Para compensar las burlas sobre su calvicie se tatuó una araña en el centro del cráneo, y una telaraña octogonal acabó extendiéndose desde el final de la frente hasta el principio de la nuca y de una oreja a la otra.

El día que cumplió los treinta llegó a casa sin dos dedos de una mano. Una máquina del taller, con mal aliento y peor genio, le echó mal de ojo y le aplastó los dedos de la mano derecha entre sus mordazas. Él tuvo que aprender a escribir, a pegar y a tocarse con la izquierda. Aunque de vez en cuando, por la costumbre, todavía levanta la taza del café con la mano averiada y acaba vertiéndoselo por la camisa. Desde entonces lleva un guante de terciopelo azul en una mano solamente, como aquel negrito pederasta que se bailaba el moonwalk entre sueños de barbitúricos.

Ahora sabemos que es calvo, que tiene la cabeza atrapada en una telaraña de tinta, que sale a la calle lleno de lamparones y una mano abrigada a destiempo. Ahora sabemos todos estos datos. Pero ¿podríamos saber qué hace Tarántula por las noches?

tarantula

Desorden

Teoría del Big Bang… Stephen Hawking… Astrofísica y Cosmología… Todos andan equivocados, no tienen ni puta idea.

Apatía deLunes

Desorden jamás descansa: no duerme por las noches; se las pasa en vela, tumbado en la cama con las luces apagadas. Ya no cuenta ovejas porque, llegado a un punto, no es capaz de rezar el número de cientos y cientos de cifras que se agolpan en su mente por culpa de tantos rebaños negros. En lugar de eso, enumera y pone nombre a las estrellas que una vez alguien pegó en el techo de su habitación. Pero, como cada noche, tras reconocer a las más difíciles y a sus favoritas (Crux, Aldebarán y Pollaris), la vista le engaña y tiene que volver a empezar de nuevo hasta que, debilitadas por el exceso de oscuridad, los pequeños astros terminan por extinguirse, causándole supernovas en los ojos.

Desorden guarda un libro en el primer cajón de la mesilla que cada día saca de su escondite y sujeta con nerviosismo entre sus…

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COSMOS

“En algún sitio algo increíble espera ser descubierto”

(Carl Sagan)

 

 

 

Crux  

constelación de la Cruz del Sur

Una mujer que duerme con una pantera porque no sabe dormir sola. Una mujer que ve cisnes donde solamente hay omóplatos. Una mujer con miedo a no tener miedo. O como diría Carlos Salem: «Ella sólo le tiene miedo al miedo, y hasta el miedo la amaría».

Desde siempre ha tenido la sinceridad tatuada a una cuarta del pezón izquierdo, entre la voz y los latidos. Ahora mismo ejerce de funambulista sobre el alambre de los silencios, sobre metáforas a punto de quebrarse.

Nostalgia es un puñado de kilómetros y esta puta manera que tenemos ambos de desvivir la vida.

 

Betelgeuse

supernova de la constelación de Orión

Una mujer que sabe hacer infinitos con las caderas. Una mujer que hace tronar los cielos cuando besa. Una mujer que nunca dice no a romper las reglas del kamasutra.

Maúlla desde más allá del tiempo y a la luna no le importa a qué hora se rompen los horarios australes. Al sur de Texas su lengua sabe bailar boleros sobre mi hombría. Hemos provocado cinco seísmos este verano.

 

Aldebarán

perseguidora de las Pléyades

Una mujer que vive con Mike Jagger reencarnado en gato. Una mujer que sueña con un cartel luminoso que parpadea diciendo: ich liebe wein. Una mujer que naufragó tierra adentro borrando todos los lunes de sus calendarios.

Quieta en la barra del bar de Hopper su paladar espera matrimonio con un vaso de licor de moras, y una ausencia de labios cerca de su rostro se balancea a través de los olvidos. Tiene la mala costumbre de reír cuando contesta cartas de extraños y de llorar cuando folla.

 

Sheratan

a 59,6 años luz de mí

Una mujer que vive en un mundo opaco y paralelo. Nunca le he contado historias para entretenerla; no las hubiera entendido. Una mujer que duerme en un país de colores artificiales, de ayunos ficticios, de llantos secos.

Una mujer que me enseñó que Cartier, Carolina Herrera y Givenchy no son razas de perro. Una mujer a la cual enseñé que tener un cocodrilo bordado en la camisa o andar en pelotas por la casa tienen la misma importancia: ninguna.

 

Stella Polaris

la más importante de las cincuenta y siete estrellas náuticas que utilizaban los marinos antes de la fabricación industrial de sextantes

Una mujer que tiene cambiados los meses del año. Una mujer que si sabe hacerme con la punta de la lengua lo mismo que le hace al papel de arroz de sus cigarrillos será la hostia. Los tiburones toro del Cantábrico hacen cabriolas y tirabuzones sobre el agua cuando la ven aparecer con su bikini rojo. Una mujer que dice tener el corazón en perpetuo estado de carencia emocional, dice que está hueco pero es mentira, lo tiene tan grande que ignora la manera de empezar a llenarlo. Una mujer que juega a la rayuela conmigo sin saber que yo no soy ni el cielo ni el infierno. Una mujer que justo cuando mi mundo empieza a hundirse para volver a reflotar por millonésima vez me suelta: la gente hiere un huevo, por eso aborrezco los besos llanos.

 

 

La locura es un okupa de cresta punki y una ristra de imperdibles ensartados en la nariz que se ha quedado a vivir en mis ojeras; sale a buscarse la vida en las noches de insomnio, pero siempre regresa al resguardo de mi desazón.

A las mujeres y a los revólveres los carga el diablo.

 

DEBUT

Aquí (un té con Draupadi) se unen cinco gotas de sangre y crean un coagulo sanguíneo, una trombosis espontánea en medio de este espacio infinito y concéntrico que es la blogosfera.

Son sangres de diferente tipo, de diferente Rh y seguramente de diferente especie animal. A saber.

Las cinco gotas son:

Tristesina: Alma máter de esta transfusión. Enciclopedia de sentidos y sentimientos. Un libro sin índice, con las páginas sin numerar, con anotaciones escritas en el idioma secreto de Da Vinci, a veces recurro a un espejo para conocer el significado exacto de sus palabras.

Pat: En un principio –cuando comencé a leer sus textos- me sentía como dentro de una limusina que avanza compacta y cómoda a través de sus palabras. Me equivoqué. Es el Nautilus del capitán Nemo. Poderoso, imparable, todoterreno.

Fulca: Dice que está al sur del sur. No le creo, demuestra que está en el centro del centro. Se saca la magia de donde la guarda y crea una historia de la nada. Una historia completa, con sus cojeras y con sus apocalipsis.

Dess: un monarca.  Es dueño y señor de todo, de los recursos, de la imaginación, del savoir fer. Está en el triunvirato de mis ídolos, junto con Homer Simpson y Silvio Berlusconi. Lástima que sea feo y calvo, de lo contrario le tiraría los tejos.

Yo mismo: soy el quinto en discordia. Todavía me pregunto qué hago entre ellos y me respondo que ando buscando un hueco en todo esto.

 

Aquí (un té con Draupadi) coinciden cinco blogueros y crean un espacio común. Les/te invito que den/des un paseo por allí. No pierden/pierdes nada.

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ESCACS (casi palíndromo)

Estoy empezando a tener miedo. Desde hace unos días me siguen, me acechan, me importunan; son varios y desconozco sus intenciones, pero mi intuición femenina me dice que no son buenas. No hay derecho, no estoy acostumbrada a esta situación.

¡ A mí, que siempre me han tratado como a una reina, no me pueden acosar de esta manera !

¡ A mí, que tengo catorce apellidos aristocráticos, no se me puede hostigar así !

Ellos son tres extraños que aparecen de improviso y están en todas partes; en la cola del supermercado, en la puerta de la peluquería, en la recepción del dentista. No hay manera de despistarlos. Uno es bizco y camina siempre de lado; el segundo tiene un peinado extraño, con crestas, se dirige en linea recta hacia mí avanzando muy deprisa; y seguramente el más peligroso es el tercero, tiene una larga melena y trota como un borracho, empieza derechito y al segundo paso tuerce a un lado o al otro, es imprevisible.

Por suerte a unos pocos metros, por delante, siempre hay unos niños africanos entorpeciendo ¿casualmente? a mis perseguidores, se pasan el día jugando con una pandilla de acondroplásicos albinos. Hay momentos en que se mueven y otros en que no, como si estuviesen apostando en una rayuela desacompasada y lineal. Los malditos enanos blanquitos hacen trampas, creo que se comen a mis negritos. Cada vez me quedan menos.

Hoy ya ha sido lo peor de lo peor. Algún anónimo se ha metido en mi bitácora y ha comentado: Blancas juegan y ganan.  Al contárselo a mi marido no me ha hecho ni caso, ha seguido afeitándose su barba azabache y tarareando esa ranchera de José Alfredo Jiménez, una y otra vez, que me saca de quicio:

Con dinero y sin dinero 
hago siempre lo que quiero
y mi palabra es la ley,
no tengo trono ni reina,
ni nadie que me comprenda
pero sigo siendo el rey.

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FIDELIDAD

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Qué terrible vivir una vida de fidelidad

y esperar el regreso de aquello que no ha de volver

Felipe Rosario Goyco, (don Felo), músico y compositor portorriqueño

Esta versión de Auserón y Company es de las mejores

https://www.youtube.com/watch?v=fzCNmoBGLjA

Soy fiel a los cuentos de Márquez y a los dramas de Neruda, a las verdades de Benedetti y a las mentiras de Sabina.

Soy fiel a una fotografía mutilada, a un vaso de ron sin hielo y a pasarme toda la noche viendo Malèna, la película de Tornatore.

Soy fiel al mapa de tu piel, a tus bragas a medio quitar y a despeñarme en tu geografía.

Soy fiel a no tener una tarifa plana entre tus piernas, a ganarme ese derecho sin contrato de permanencia.

Soy fiel a declarar tu caracola reserva natural de la biosfera, a que no venga nadie y la joda.

Soy fiel al olor prohibido que rezuma de tus dedos cuando te buscas y te encuentras.

Soy fiel a creerme senófilo (con s de teta), a tener recuerdos prestados y a no preocuparme de que el clima esté al revés.

Soy fiel a tener un charco en el alma, un cementerio bajo el pecho y una fogata en la cabeza.

Soy fiel a permanecer esperando tu tormenta, donde las gotas de lluvia son cristales de colores, donde los relámpagos son ciegos y los truenos son tus ays.

Soy fiel desde que me dijiste: Si no vuelves, te olvido.

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RUTINA

AYER

Despertarse-Mear-Cagar-Ducha-Afeitar-Café

Metro-Trabajo-Discusión-Gilipollas-Café

Comer-Periódicos-Telenoticias

Conducir-Más discusión-Cerveza

Cenar-Tele-Internet-Tabaco-No follar-No dormir

 

HOY

Despertarse-Mear-Cagar-Ducha-Afeitar-Café

Metro-Trabajo-Conducir-Puta zona azul-Café

Menú de nueve cincuenta-Vino y gaseosa de mierda- Sin propina, cabrón

Periódicos-Internet-Tabaco-Chupito de ballantines

Cena fría-Cómo conocí a vuestra madre on line-Sherlock Holmes on line- Dexter on line- El lado obscuro del corazón por enésima vez-No dormir-Tabaco- Tele concursos para bobos-Revisar correos- No dormir

 

MAÑANA

Mierda-Mierda-Mierda

Mierda-Mierda-Mierda

Mierda-Mierda-Mierda

Mierda-Mierda-Mierda

Mierda-Mierda-No dormir

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TEORÍA DEL MAGNETISMO

http://www.youtube.com/watch?v=WyhdvRWEWRw

i’ll be  our mistr  s ton ght
i’d like to put you in a trance
If i take you from behind
push myself into your mind

Madonna – Erotica (fragmento)

 

1) MAGNETISMO ANIMAL apuntes sobre la teoría de Franz Anton Mesmer

Ella dice que es bruja y él, que solamente cree en lo táctil, empieza a sospechar que es verdad. Pero también se le puede dar una explicación más mecánica, más mundana. Él sabe que hay truco. Sabe que su secreto es poseer un imán escondido bajo la lengua. No es bruja, es magnética.

Es un imán pequeño, como ella, pero muy potente, también como ella. Tiene la fuerza suficiente como para enredar y desenredar los fierros del espacio sideral. Es un imán indiviso, nuclear, indestructible; el salitre de los mares que hay de por medio no lo puede oxidar, las tormentas solares que rompen las comunicaciones no le afectan lo más mínimo, y si ella quiere puede joder al mismísimo Google, que tanta mierda almacena en sus entrañas y reventará cualquier día de éstos. Ella cambia los inviernos de sitio jugando al tangram con los cuadrantes del planeta, y por estos días se han visto a los científicos del protocolo de Kyoto emborracharse con ron de caña de azúcar, dejando por imposible descifrar el cambio climático.

Ella tiene más y más poderes, invisibles, insospechados, imprevistos. Todos relacionados con el magnetismo. Chasquea los dedos y se mueve la tierra. Creo que ni siquiera ella misma los domina

Hasta aquí todo normal, todo lógico. Es una mujer y utiliza sus armas.

2) MAGNETOQUÍMICA Campo complementario  de la  Química y de la Física

El problema -el gran problema- es que él también tiene un imán. Uno normal y corriente, de tamaño estándar, no como ésos grandemente horteras de las neveras, ni diminuto como los de los cierres de los muebles de cocina.  Su imán, como es de esperar, es del polo opuesto al que ella posee, y como dato imprescindible decir que lo tiene implantado en la polla. Aquí está el problema que arrastra desde hace más de un año.

Él quiere saber qué se siente estando entre sus piernas, justo allí donde el océano da la vuelta y provoca remolinos de olas y espuma, donde hay anclada una caracola de mar, milenaria y maternal; quiere poner la oreja y escuchar a doña Carilda recitarle despacito: muchacho loco, muchacho cuerdo. Él quiere meterse dentro de ella y paladear su macedonia horas y horas, una macedonia que está hecha de trufa negra, de piña verde y de cereza madura. Todo un manjar.

Sabe que ella guarda su imán bajo la lengua porque cuando pronuncia palabras se zarandean las cosas, aunque ella sigue insistiendo en que son sus poderes brujeriles de telequinesia; no hace falta que sean discursos largos e incendiarios, a veces basta con un simple mhhh y hay cosas que empiezan a levitar, otras veces son palabras sin sentido como silla, sofá, mesa, pero cuando quiere cambiar la vía láctea de sitio dispara una retahíla de verbos y sustantivos al azar: tragarte, escupirte, merendarte, vomitarte, rendido, muerto… Es entonces cuando todo se viene arriba o afuera, cuando todo se hace morado o líquido, depende.

Él no quiere acabar sus días como Frascuelo, leyendo a don Marcial Lafuente en horas perdidas, ni volver a ser gallito chulo de corral para meterse en fregaos que no tienen salida, él no quiere ser como esos gatos sin bigotes que se caen cuando caminan porque no se sitúan en el equilibrio perfecto. No. Él  quiere comerle esos morros que lo tienen en vilo desde que la vio, ésos que ha memorizado detenidamente, desde los pliegues más recónditos hasta -y sobre todo- ese surquito tan gracioso que se le forma entre la nariz y el labio superior.

Él quiere devorarla entera pero siempre encuentra algo que lo impide:

-¿me das tus bragas? Quiero comérmelas.

-No. Están sucias de melão de coño.

Los miedos no le arrugan -antes sí, ahora no- pero no le importa saber qué sueños esconden sus ojos tristes, él quiere seguir escribiendo libros en blanco, con hojas sucias de otras guerras. Prohibido enamorarse, ésta fue la única regla que ella impuso y para él es fácil cumplirla, no hacerlo sería como firmar su propio epitafio

– Si me dejas puedo hacer que vuele la monarca real que llevas cosida en la piel.

E inmediatamente borra la oferta y piensa en Kerouac;

                           Y en cualquier momento en que me necesites

                      Llama

                                    Estaré en el otro extremo.

                                    Esperando en la pared final.

3) TESITURA Y CONCLUSIÓN

Hay mujeres que llevan el Caribe por dentro. Hay mujeres que llevan el Caribe por fuera. Hay mujeres que llevan el Caribe por dentro y por fuera. Ella es el Caribe.

 

Oggi stesso no c’è giustizia

per lei e la sua scaramanzia,

chissà un giorno molto lontano

lasciare di essere la mia utopia.

              (anonimo veneziano)

LOLA (genealogía)

Su nombre completo podría ser Manuela Malayerba Sweet. Unos la llamamos Lola, otros la llaman Mala, y en su avatar firma como Swenny, que debe pronunciarse nasalmente: Suinni .

Su abuela:

Janice Sweet -se pronuncia Llanís Suit-, irlandesa gaélica devota de San Patricio, pelirroja, europea y arrogante, descendiente de un antiquísimo clan matriarcal de diseñadoras de sonrisas. Cuentan que Leonardo da Vinci solicitó los servicios de esa familia siendo rechazado el requerimiento: ándese con cuidado, viejo chalado inventor de artefactos inservibles, la cara de una mujer no se puede decorar por encargo. Y la Gioconda quedó enigmática de por vida gracias al desaire de una predecesora de Lola.

Janice emigró hacia el sueño americano y plantó sus caderas escurridas en Missouri, para ejercer de maestra en cualquier pueblo con más de diez alumnos y menos de un tornado por semestre, pero acabó de ramera suplente en los moteles de la ruta 66, entre Tulsa y Amarillo. Empezó satisfaciendo a viajantes de comercio en la parte de atrás de las estaciones de servicio. Coleccionó muchos ayeres perfeccionando la postura del misionero: apoyaba las tetas en el capó de una camioneta, se bajaba las bragas, rezaba una letanía aprendida de memoria y sin entusiasmo –dont’ stop baby, fuck me, oh my good-, y diez minutos después volvía a subirse las bragas llenas de tierra.

Aburrida de aquellos amores poco rentables se inventó la tarifa de la happy hour, revolucionó el dos por uno: dos hombres a la vez compartiendo mujer y precio. ¡Se hizo rica en la mitad de tiempo!

Engendró diecisiete hijos, todos varones, -uno negro como el carbón de las minas irlandesas y los otros dieciséis con el pelo zanahoria- uno tras otro cada siete meses. Ninguno de ellos fue bautizado por el miedo a que quedaran marcados con una cruz indeleble de ceniza en la frente, excepto el negrito, porque en su piel no podían quedar marcas eternas. Cuarenta y cinco años después éste negrito se dedicó a recorrer todo el país diciendo a la gente lo que ésta quería escuchar; en todos los discursos empezaba y terminaba igual: Yes, we can (lles güi kan), llegó a ser un reconocido congresista y finalmente fue elegido presidente del país más poderoso del mundo. En los círculos facinerosos y derechones del Tea Party llamaban al nuevo presidente “ese negro hijodeputa” sin saber que los dos adjetivos eran exactamente correctos.

Janice acabó en su madurez casándose por el rito católico romano con un charlatán de feria que había estado media vida buscándola; se casó vestida de blanco impoluto y con un séquito de doscientas catorce damas de honor, todas ellas compañeras de carretera y de noches amazónicas. Terminaron borrachas en el brindis nupcial, bebiendo medias pintas de Guinness, cerveza negra diez veces más rica que esa mierda de American Bud, bailando semidesnudas sobre las mesas, alborotando la fiesta desde bien entrada la noche; los comensales metían billetes de a dólar en la cinturilla de sus tangas y algunas – las más avispadas- acabaron rifando su virginidad postiza al mejor postor.

Medio siglo después, en el soleado invierno de Florida, Janice se cagaba de la risa cada vez que miraba a su hijo el presidente por la televisión y les decía -a todo el que quisiera escucharla- que el tiempo le había dado la razón, y que podía afirmar con todas las de la ley que los gringos son intrínsecamente más machistas que racistas; lo supo desde el momento en que no le sirvió de nada haber llegado a ese país con todas las tragedias  de Shakespeare leídas y memorizadas, no le sirvió de nada haber llegado a ese país sabiendo cuadrar las millas a kilómetros y los galones a litros, no le sirvió de nada tener la cabeza bien ordenada y tener que dedicarse  utilizar todos los agujeros de su cuerpo para poder salir adelante.

 

                                                 Para m. que ha prometido morderme la lengua si no lo hago yo.

LA MUJER QUE AMABA A UN PERRO

En un domicilio alquilado de cincuenta metros cuadrados no hay aguas internacionales donde eludir las batallas. En este apartamento de dos habitaciones, cocina-office y un baño, cualquier rincón es propicio para iniciar un zafarrancho de combate. Huele a queroseno y a petróleo, ya ni recordamos desde cuándo permanece flotando este olor en la casa. Solamente necesitamos algún tipo de chispa para que se inicie la combustión y todo salte por los aires.

A veces ella encuentra un viejo encendedor sin gas:

              Ella  T e veo raro, estás diferente. Como si te faltara algo en la cara.

              Él     ¿bronceado? ¿afeitado? ¿perfumado?

              Ella   No. Te falta la sonrisa.

Otras veces pulsa el interruptor del fluorescente para que el cebador percuta una pequeña descarga:

              Ella  Eres parte de una película. De mi película.

              Él      ¿King Kong? ¿Sin City? ¿Alguna mierda del Almodóvar?

          Ella  No. Titanic. Eres el iceberg. Gélido, silente, nocturno, traicionero, cabrón, ingrato, insensible.

Pero más tarde o más temprano encontrará un lanzallamas escondido bajo toneladas de papel, de monstruos y de recuerdos. Por la única ventana empezará a salir humo y alguien avisará a los bomberos:

               Ella  Eres como un animal. Mi animal.

               Él     ¿un jaguar, un leopardo, un tigre de bengala?

               Ella  No. Un perro.

               Él        ¿…?

              Ella    Un puto perro callejero. Un perro que ladra a todas las perras, un perro que sólo me muerde a mí, a la mano que lo acaricia. Un perro que me tiene harta. Harta de que se pase los días sentado frente a la playa, sin hacer nada más que fumar y mirar las olas, ¡como si hubiese algo al otro lado, JÁ!

Harta de que se pase las noches sentado frente a la pantalla y el teclado, leyendo no se qué mierdas y escribiendo otras mierdas más grandes todavía.

Harta de su única justificación: que estás en un proceso constante y eterno de la búsqueda de la felicidad. ME TIENES HASTA EL MOÑO DE TU INFELICIDAD Y DE TUS GILIPOLLECES.

Eres un perro que callejea continuamente por las ciudades y luego vuelve lloriqueando hasta aquí, hasta mí. Vuelve herido, roto, contaminado. Un perro que olisquea el culo de otras perras buscando alguna que esté en celo, y mientras tanto yo me quedo más sola que la una, esperándote. Un perro que se queda prendado de lo que sea, de una risa, de una mirada, de un acento, de una palabra. ¡Te ha pasado y te pasará siempre! Me tienes hasta los mismísimos ovarios de tus huidas y de tus regresos.

Dices que eres pequeño, insignificante, que tus cosas no deberían afectarme tanto, que soy una dramática. ¡PERO QUÉ HUEVÓN ERES! Para mi eres grande, muy grande, el más grande hijodeputa que haya conocido. En tan solo unas horas eres capaz de licuar mi universo balbuceando palabras bajito y al oído, después cuentas uno a uno todos los poros de mi piel, te haces cíclope y unicornio entre mis piernas,  y por último cortas las cuerdas a mi paracaídas. O como tú escribirías con esa manía tuya de asemejar la prosa al lenguaje oral: «En un mismo día me comes la oreja con tus historias, me follas como te da la gana y después me tiras rodando por entre la mierda a un barranco sin fondo«. PARA HACER TODO ESO HAY QUE SER MUY GRANDE Y MUY HIJODEPUTA.

Me tienes cansada de que cuando todo va mejor entre nosotros se te encienden los ojos, se te pone dura y te vas a la otra punta del mundo sin decir nada. ¿No puedes hacer como otros?, ¿no puedes mirar porno? ¿no puedes hacerte una paja y después seguir mintiéndome? No, tú no. Lo tuyo es empezar una cacería tras otra. CABRÓN. Luego vuelves perdido y derrotado.  ¡ Y TU POLLA SABE AL COÑO DE OTRA ¡ Y yo me tengo que comer esos sabores y lamer tus heridas. En un minuto cambias las mariposas de mi estómago por una bombona de butano, que me rompe las tripas, que me deflagra entre las costillas, que explosiona al ladito de mi corazón.

¿No te das cuenta de que todo eso va contra natura?

¡ un perro como tú tiene que estar con una perra como yo !

Por mucho que derritas el nombre de otra en la nieve con tu aliento, NO PUEDE SER; por mucho que te pierdas por las mesetas y te hagas sumiso escudero de otra, NO PUEDE SER; por mucho que te enganches de una loca que le tiene miedo a la lluvia, NO PUEDE SER.

¡¡ PORQUE TODAS ELLAS SON GATAS Y TU ERES PERRO !!

Un perro que se cuelga de la letra I latina, I de incierta, I de ImPaR, I de imposible. Un JODIDO perro sin pedigree, que no tiene ni quiere tener dueña, que no quiere a nadie porque no se quiere ni a sí mismo. Al final te vas a quedar solo, sin amigos ni enemigos, sin techo, sin estufa para el invierno, sin regazos ni platos. Solo, te vas a quedar solo.

                Él    Tanto desdén no puede ser bueno. Tanto odio no puede ser bueno. Tanta mala leche no puede ser buena. Ni para ti ni para mí.

 

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Los bomberos llegaron justo a tiempo para ver todo el apartamento calcinado; en el rellano una mujer todavía sujeta el mango de un lanzallamas que eructa fogonazos. Algún vecino dijo haber visto salir corriendo escaleras abajo a un perro chamuscado.

             –¿un perro? ¿de qué raza?

                  No, de ninguna. Un perro de esos que nadie quiere, de esos que andan por las calles buscándose la vida entre las basuras. Un perro de esos que los golfos apedrean cuando se aburren. Un perro no más.

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BARBACOA

 

Todos los jueves la misma conversación, la misma charla cansina:

Tienes que implicarte más en nuestra relación. –recriminaba ella.

No te entiendo. –despistaba él.

Sí, hombre, sí. Que tienes que poner toda la carne en el asador, para que esto nuestro funcione. –insistía ella.

¿…um? –seguía él sin querer entender-

¡¡ que debemos hacer que salte la chispa entre nosotros, joder !!

OK. –terminó él.

El viernes por la noche comenzaron a hacer el amor rutinario de todas las semanas, él se esforzó tanto que la temperatura subió hasta romper el termostato, que llovieron relámpagos, chispazos y estrellas fugaces desde las cornisas, y el sábado por la mañana amanecieron rustiditos sobre un colchón incendiado.

Él se había pasado toda la santa tarde del viernes conectando el somier de su cama a la red eléctrica, tejiendo con hilo de pólvora una sabana preciosa, untando con petróleo seco las costuras del edredón, pintando las paredes del dormitorio con esmalte fulminante, escondiendo detonadores entre las almohadas y regando con azufre inodoro todos los zócalos.

Ella quiso una barbacoa y él se la concedió.

OVERBOOK

¿Conoces esas cafeterías de alto standing o de bajo ranking que siempre están vacías? Establecimientos con decoración extravagante e indefinida, que a veces son laberínticas y otras son  áridas. Sí, ésas en las que no entramos porque no sabemos cómo comportarnos, no sabemos si el café es bueno, malo o regular, no accedemos porque no hay lista de precios y tenemos miedo a un atraco pecuniario.

Tu corazón es así.

 

¿Has visto esos asientos del autobús que están reservados para personas especiales? Siempre están al principio, nada más entrar, fácilmente localizables. Son un poco más amplios y confortables que el resto de butacas. Sí, ésos que siempre están ocupados por gente que no los merece, por turistas despistados que no entienden el idioma, por tipos egoístas que se aprovechan de nuestra indolencia, por listos que se pasan de tontos.

Tu coño es así.