Diario de a bordo (últimos días)
En el grupo ya no éramos tantos, se había ido reduciendo calladamente desde hacía dos o tres años. Al principio era difícil saber quién faltaba porque no nos conocíamos lo suficiente como para echarnos de menos, a veces dejaban de venir algunos de los recién llegados, de los nuevos, y todos reíamos pensando que habían desertado, que no habían sido capaces de integrarse, que la misión les quedaba grande. Los machos-machos siempre menospreciamos a los ausentes.
Los informes desde el exterior así nos lo hacían creer, las noticias gubernamentales no dejaban lugar para las dudas: todo va bien, las guerras externas no nos afectan, el asteroide portador de la mala suerte no podrá atravesar nuestras barreras. La Retro-resistencia (legal e instaurada desde siempre) contraatacaba dibujando mundos paralelos llenos de desgracias, llenos de fantasmas grisáceos.
Después hubo unas pautas que hicieron oscilar nuestra fe. Pasado el verano, tras los campeonatos mundiales de imbecilidad, el grupo disminuyó drásticamente, nos dimos cuenta porque faltaban algunos de los más antiguos, de los más expertos, de los que eran indispensables en su sector. Luego las bajas se producían en el último día de cada mes, justo después de recibir los salarios. Ya no nos creíamos las bromas de los caporales: seguro que se acertó los números de la lotería; dijo que había heredado unas tierras en el norte y quiere dedicarse a plantar orquídeas; soñó que le quedaba poco tiempo de vida y quiere recorrer el mundo; ha pedido la excedencia para estudiar el canto de las sirenas. Falso, todo falso.
Ahora es peor, tenemos el miedo metido muy dentro, tan dentro que a veces se manifiesta en el interior de los calzoncillos. Los lunes de cada semana nos enumeramos y buscamos las caras de los que faltan, cada lunes desaparece alguien. En el exterior todo sigue casi igual, los noticieros siguen mintiendo, la Retro-resistencia logró el poder con su estrategia del desasosiego y están cambiando las cosas a su manera, lo que antes estaba bien ahora está mal, lo que antes estaba mal ahora está peor. Nos quieren volver locos, nos quieren alienar. Lo están consiguiendo.
Ayer comíamos en silencio los pocos que todavía quedamos, cruzábamos miradas de recelo entre nuestros platos y nuestros ojos. Uno de los últimos especialistas trasladados -porque ante la falta de recursos habían reorganizado el grupo- rompió el mutismo:
–Los he visto, sé donde están los que faltan.
– ¿a todos? ¿has visto a todos? ¿estás seguro?
-Sí, todos.
-¡¡ Demuéstralo ¡!
Esa misma noche el grupo se dispersó por la ciudad, algunos hicieron vigilia en sus coches, otros en las pocas casas de putas que permitían las nuevas autoridades, yo me quedé escondido en un portal fumando (pronto prohibirán fumar en portales que no estén pintados de azul), soñando (pronto prohibirán soñar si no es con documentos y vacunas) y mirando las estrellas (pronto no quedarán estrellas). Muy temprano, a la hora y el sitio convenidos, nos volvimos a reunir justo después del alba, cuando el tráfico de coches y autobuses anula la tregua de la noche. Y era cierto, allí estaban todos y cada uno de los ausentes, más viejos, más tristes, más muertos, pero allí estaban todos. Permanecían mudos en una fila interminable, no había olor a café recién hecho en su aliento, no había luz de alboroto en sus ojos. Caminaban con los pies pegados al suelo cada vez que la fila avanzaba. ¿pero dónde terminaba –o empezaba- esa fila?
Con la valentía de la insensatez nos atrevimos a anticiparnos hasta llegar al destino de aquellos hombres y mujeres, allí descubrimos el horror que les mantenía inmóviles, unos detrás de otros: todos esperaban turno frente a las puertas de las oficinas de la INEM. (1)
NOTA: A pesar de muchos sé que todavía hay remedio, que aún nos queda la esperanza de que todo mejore. Lo sé porque aquella noche, mientras fumaba, mientras soñaba, mientras miraba las estrellas, la vi pasar (la esperanza), cruzó lentamente entre las azoteas, volaba sobre una alfombra y tomaba apuntes de lo que tenía que resolver en cuanto tomemos conciencia de lo que nos está cayendo.
(1) INEM, Instituto Nacional de Empleo. Oficinas estatales donde debes acudir cuando estás sin trabajo, allí te marean con papeles, con certificados, con fotocopias. Acaban diciéndote que te vayas a tu casa, que no des mucho la lata, que hagas un curso de formación inservible como por ejemplo sanador de almorranas, que ya te llamarán, que aprendas alemán y te vayas a limpiarle el culo a los teutones, etc, etc.
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